Tramas, atentados y terror

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Artículo escrito por Julio César Pérez García y Santiago Pérez García.

¿Qué tal si hablamos desde la ficción? ¿Y si creamos una trama novelesca en la cual procuremos llegar a presuntas verdades? Es impresentable lo acaecido al precandidato Uribe Turbay. El ejercicio de la violencia, por más que sea ejecutado hacia aquellos actores que la legitiman o enaltecen, jamás será el camino acertado en la construcción de tejido social. Únicamente favorecerá a personajes que ven lucrativo el mercado de la muerte. La tanatocracia como arquitectura político-cultural, simplemente da vía libre al miedo y la inestabilidad. Colombia no puede salir nuevamente a las urnas a votar con y por miedo. La utilidad de las desgracias, expresión que justamente da título a una obra de Fernando Aramburu, es la consigna que más de un buitre confecciona para atenazar su carroña. A diferencia de lo que plantea el escritor español, a saber: “las convicciones dogmáticas consumadas en la historia lo adiestran a uno poco a poco en el noble y entrañable ejercicio de la empatía, que es el camino que suele tomar la juventud cambiadora del mundo para dar, tras muchas cuestas y recodos, en ciudadano sereno, tolerante, compasivo” (Aramburu 347), es justo lo que carroñeros nacionales, encarnados por la ultraderecha, ven en la situación: un festín de oportunidades electoreras.

Llegar a la ficción, puede convertirse en un buen recurso para lanzar libremente nuestras presunciones como hipótesis. Podemos desenvueltamente plantear diversos escenarios. En el primero de ellos, podríamos visualizar el hastío del crimen organizado y narcotráfico hacia el gobierno de turno. Cantidades de operativos, diezmando su lucrativo negocio, atentando contra su propia estética y denunciando firmemente el contubernio con fuerzas armadas y políticas, no deja de ser una conjetura propicia. Podríamos ubicar a aquella presunta ala corrupta de las fuerzas armadas, como orquestadora del atentado, recordando históricos hechos previos a la subida de Álvaro Uribe. Carros bomba y una asonada de violencia que solo una propuesta como la seguridad democrática lograría resolver. Resultado del asunto, dos períodos presidenciales del susodicho, además de investigaciones a militares por vínculos directos con los violentos hechos. Aquel matrimonio macabro de ejército y grupos delictivos, jamás será un secreto para ningún estado. Así como tampoco aquel vínculo impresentable de grupos de ultraderecha con la criminalidad, bien sea para llenar sus bolsillos y preservar el poder o simplemente para imponer sus convicciones a sangre y plomo.

En un segundo escenario, nuestras presunciones podrían llegar a ser aún más atrevidas. Focalicemos a aquel siniestro individuo, catalogado como “el gran colombiano”. Ubiquémoslo con el agua hasta el cuello en el juicio que sigue en su contra. Cada vez más imposibilitado de dilatar el proceso con sus testigos rebuscados, periodistas imparables que denuncian la manipulación ejercida por sus abogados defensores y las álgidas confrontaciones internas con estos últimos, arrojándolo contra las cuerdas. Mostrando aquel rostro de abuelo tierno y vulnerable, contrario al aguerrido mandatario de otrora, que exigía resultados para engordar las cifras de su proyecto gubernamental. ¿Cómo desviar la atención? ¿Cómo hacer que aquel miedo primigenio vuelva al colombiano para que mi proyecto político prevalezca y me salve de la humillación y la condena? Pues bien, al igual que en Ecuador, la presunta trama del magnicidio, no estaría nada mal. Nuestra ficción cobra cada vez más tintes conspiranoicos. Al igual que un bodrio de Tom Clancy. Pero, es innegable la asociación del desastre ocurrido, con el elemento simbólico de la violencia y el pseudopaladín enfrascado en un juicio injusto, cuando él simplemente ha sido un patriota y un salvador para el país.

Si, sería perfecto, para un país que ha hecho del caudillismo una religión política, la idea de una víctima propiciatoria que nos permitiera retomar el proyecto de país que teníamos antes de que el inepto Duque hiciera que se visibilizaran las cosas permitiendo un estallido social y con un candidato progresista, que a la postre ganó, pues les vendía esperanzas de reformas sociales. Pero caramba, no hubo víctima ¿Y ahora? Pues sigamos la trama del mito.  Qué tal si, dada su pronta recuperación, pues las balas de caucho no hicieron mayor daño, vendemos la idea de que Uribe Turbay, como un hombre ejemplar que se levantó de entre los muertos, viene a ser su salvador para sacarlos del miedo y llevarlos por el camino recto de la Seguridad Democrática. Es perfecto: Miguel Uribe Turbay presidente. Este podría ser el camino más seguro para retomar el poder sobre las instituciones y garantizar que el tejido social vuelva a su cauce normal y el orden se vuelva a respirar en nuestra patria. Si, hasta podría formarse una nueva religión conformada por un Yo, el eterno, el Uribe Padre; Uribe Turbay, el hijo y la seguridad democrática, el espíritu santo. Nada mal para encausar nuevamente a nuestro rebaño de borregos. Amen.

En un tercer escenario, podríamos concebir una presunta manguala partidista con congreso y su desesperado presidente a la carga. Sí, un posible golpe de Estado, donde Efraín Cepeda reúna lo más selecto del congreso en un círculo privado con la cúpula militar. ¿No sería perfecto? Persuadir hasta el punto de la sedición. Convocar a los militares al derrocamiento presidencial, bajo argumentos emocionales, enardecidos por la indignación ciudadana. Contando con que la población, aún guarde respeto por el “gran colombiano”, su partido político y su legado de amor patriarcal por el pueblo, claro está. Porque recordando a Herbert Marcuse en Eros y Civilización: “El patriarca, padre y tirano en uno, une el sexo y el orden, el placer y la realidad; evoca el amor y el odio; garantiza las bases (…) de las que depende la historia de la humanidad” (Marcuse 72).

En esta ficción, podemos ver tres escenarios de cómo un puñado de héroes quieren adiestrar nuevamente un país. Dejar aquella senda monstruosa que nos trajo el progresismo, sus jugadas dictatoriales y la violencia extrema a la que nos ha expuesto. No importa que tengamos que mimetizarnos para hacerle creer que nos unimos a su causa, ya que luego revelaremos nuestros rectos principios. Al igual que lo imaginaron heroínas como Miranda y Juvinao, quienes disfrazadas de populacho e indígenas hicieron creer a los zurdos de mierda que lucharían por ellos. ¡Qué trucazo! De este modo, no importan las víctimas, siempre y cuando no seamos nosotros. – Un saludo fraterno, querido lector. Ciertamente, lo largo y ancho de este texto, que con mucho embeleso escribimos para su disfrute, encajaría en un whatsapp de tía, pero como dice el dicho popular amigos: “Piensa mal y adivinarás”.

Referencias

Aramburu, Fernando (2021). Utilidad de las Desgracias. Editorial Tusquets, Barcelona

Marcuse, Herbert (1983). Eros y Civilización. Editorial Seix Barral, Madrid