A los machetazos

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Cuando nos piden, piensen dialécticamente, me acuerdo de una serie de imágenes en su devenir, la de la semilla, el árbol y el fruto. Plantea Hegel: “El capullo desaparece con la floración, y podría decirse que queda así refutado por ella, del mismo modo que el fruto declara la flor como una existencia falsa de la planta, y brota como su verdad en lugar de aquella. Estas formas no solo se diferencian entre sí, sino que, en tanto que incompatibles, se van desplazando unas a otras. A la vez, sin embargo, su naturaleza fluida hace de ellas momentos de una unidad orgánica, en la que no sólo no entran en disputa, sino que la una es tan necesaria como la otra, y únicamente esta misma necesidad es lo que llega a construir la vida del todo” (La fenomenología del espíritu. Prólogo). El devenir en ciertas triadas (semilla-árbol-fruto/padre-hijo-espíritu santo) o lo que es lo mismo en el decir de filósofos traductores de Hegel, tesis-antítesis-síntesis, nos explica cómo del 1 se convierte en 2, y como de la síntesis de estos dos aparece el 3. Los colombianos, para ponerlo en términos Hegelianos, una vez llegamos a la síntesis, lugar privilegiado donde se resolverían las contradicciones, cortamos a machetazos la superación de las diferencias. Fuerzas regresivas impiden que nuestra muy amada patria saboree lo alcanzado por el “espíritu de la nación”, y nos veamos abocados a vivir en un eterno enfrentamiento, atrapados en la dinámica violenta del amo enfrentado con el siervo. El presidente Gustavo Petro sabe que esa estructura colonial todavía se impone, y por eso la menciona de vez en vez en sus discursos. Volvamos con Hegel para tratar de entender, en lo posible, esta dinámica que aún hoy día goza de absoluta actualidad. En el apartado lV de la Fenomenología del espíritu (Autonomía y no autonomía de la autoconciencia: dominación y servidumbre), Hegel nos habla de dos conciencias que, dadas sus características sociales, económicas y culturales terminan enfrentadas a muerte.

Terminada la lucha, sugiere el filósofo, se define quién es quién, y de ahí surge el amo, considerado un ser en sí (ensimismado, subjetivo, egoísta, mezquino, cuyo objetivo es gozar de lo que produce la servidumbre), y el siervo, considerado un ser para el otro (servil, objetivo, abierto, cuyo fin es trabajar transformando el mundo de los objetos materiales). Una vez se establece el amo, lo que busca no es destruir al siervo sino su reconocimiento, y por eso lo manda a trabajar; prefiere morir que ser un simple esclavo. El siervo, por su parte, prefiere servir, trabajar para el amo en lugar de morir o ser destruido. Para satisfacer al amo, entra en relación con la naturaleza (experimentada como un otro), la tierra, las materias primas, que es donde adquiere a la larga su autonomía y su libertad. Aprende a labrar, cocinar, construir, comerciar, hacer contabilidad, etc., en un proceso de dominio y transformación. El amo, por su parte, termina reconociendo que por haberse alejado de la naturaleza empieza a verse como alguien que no sabe hacer nada, y termina por reconocer la autonomía del siervo; en definitiva, reconoce que se ha convertido en siervo de su siervo, ya que, para cuestiones de trabajo y en aras de satisfacer sus deseos, el siervo es el que posee un saber y ciertos dominios. En definitiva, llega el momento que llama Hegel de reconocer: “Más, para el reconocer propiamente dicha falta el momento de que eso de que el señor hace frente al otro lo haga también frente a sí mismo, y lo que el siervo hace frente a sí, lo haga también frente al otro”. Las dos conciencias, a la par de la metáfora silvestre (afloración-fruto-semilla), pasan por un movimiento que suprime, supera y conserva. Así las cosas, el siervo se vuelve autoconsciente de que, después de todo, no es tan esclavo como parece, dado que posee un saber y un dominio sobre otros objetos, saber y dominio que no posee el amo pues lo ha relegado al siervo, y por eso es que termina siendo reconocido por este. Se vuelve un ser en sí, para sí y para el otro. Y el amo, por su parte, se vuelve autoconsciente de que no es tan amo como pretendía, dado que, para suplir sus deseos, de alguna forma depende del saber y el hacer del siervo que es el que trabaja. En otras palabras, en la dialéctica Hegel nos muestra como la verdad del señorío termina siendo la servidumbre y la verdad del siervo la emancipación por el trabajo. Dadas ciertas circunstancias en el contexto capitalista en el que vivimos, siervo y esclavo acaban pactando y estableciendo nuevas relaciones, acuerdos y consensos, es decir, terminan haciendo comunidad, reconociéndose como conciencias autónomas y libres. Para fines prácticos, determinemos con simpleza maniquea, lo que en Colombia  es una verdad de a puño desde la colonia, de que existen estas dos clases de conciencia, o lo que es casi lo mismo, dos conciencias de clase: La conciencia del amo, conformada por una clase empresarial que corresponde a diez, quizás veinte familias (dueñas de los medios de producción y medios de comunicación), que acaparan el 95% de la economía ,  a la que se le suma una clase media alta (quizás media también), pues dentro del imaginario de una supuesta movilidad social, se conciben como aspirantes a convertirse en amos y por eso emulan y asumen todo el imaginario sociocultural de ellos.

Saltando más de siglo y medio de historia, digamos que una vez la Asamblea nacional constituyente que culminó con la Constitución de 1991, soñamos con ello que se acabarían siglos de luchas, y se detuviera por fin el grifo de sangre heredado de la violencia bipartidista. Pero no fue así, fuimos demasiado ilusos, una vez se instaló el amo en el poder, con su elitismo, clasismo y actitudes mezquinas y egoístas, redujo el contrato a machetazos. Volvió su postura regresiva de amo colonial, a lo que nunca ha renunciado, pues a su parecer con la nueva constitución cedieron demasiado en derechos y poco en deberes, por lo que el pacto constitucional debía desmontarse para imponer su control. El Amo en Colombia, basa su comprensión en la negación y el aniquilamiento del otro. Cada vez que transgrede a machetazos un acuerdo o cercena un tratado de paz, es una herida profunda al espíritu de la nación. Parafraseando a Hegel:  Nada sincronizado puede esperarse si la conciencia nacional es producto de un cerebro dividido, con síndrome de mano ajena. Condición donde una mano intenta abrir una puerta mientras la otra intenta cerrarla. Largo y espinoso camino le espera a la Paz Total.

REFERENCIAS

Hegel, G (2017). Fenomenología del Espíritu. Editorial Gredos, Barcelona.