En 1992 cantaba Roberth Smith: “No me importa si el lunes es triste, el martes es gris y el miércoles también. Jueves, no me importas. Es viernes, estoy enamorado”. La cuestión es que, muy a nuestro pesar, hoy no es viernes.
Friday I’m In Love es quizás la canción que menos le gusta al vocalista de The Cure, y si bien es una de las versiones más pop de la banda, ilustra bien una sensación básica sobre los lunes y en general, sobre el desarrollo de la semana. Los días no importan más que cuando llega el final de esa rutina, un final que en algunos casos se traduce en viernes, y otros en sábado.
Pero, ¿por qué ese malestar con la semana? ¿Por qué ese malestar con los lunes? La psicologización de lo social le puso nombre: la deuterofobia. Se trata del miedo a los lunes, un miedo casi irracional, marcado por la ansiedad anticipatoria, por un exceso de futuro inmediato que se siente en el tiempo presente, en el tiempo del domingo en la noche o del lunes a la madrugada ¿Qué va a pasar mañana, pasado mañana, en la semana? ¿Cómo va a salir esta reunión, esta tarea, este escenario que no me permite centrarme en lo que estoy viviendo o haciendo hoy?
Y entonces el fin de semana, el día o los días de descanso se llevan con cierto malestar. Y se siente, se sabe, que el descanso o el ocio no fueron suficientes, y la sombra que proyectaba el sol del domingo de repente se hace más grande en la noche; es la ansiedad, esa emoción tan ajena a la tranquilidad y tan familiar al capitalismo contemporáneo.
El artista argentino Alejandro Dolina lo explicaba casi poéticamente hace ya varias décadas:
«El fin de semana suele ser para muchos una esperanza. La esperanza de que algo se produzca en la vida. Que algo venga a romper el aburrimiento, por ejemplo. Que alguien nos venga a salvar la vida con una palabra, que conozcamos una persona maravillosa… que suceda alguna cosa que produzca un cambio en nuestra vida. Después de todo, la única manera de combatir al aburrimiento es con modificaciones. El aburrimiento consiste en la sensación de que no hay próxima ninguna modificación, eso es el aburrimiento. Y, el domingo a la tarde, es lo mismo que en las fiestas cuando son las 5 de la mañana, que uno se da cuenta que ha esperado en vano, que no ha ocurrido nada extraordinario.
Que no han venido personas a salvarnos la vida ni hemos conocido mujeres maravillosas. Y entonces, tiene sabor a desengaño esa hora. También puede ser un síntoma de que la mayoría de las personas odian su trabajo. Entonces quieren que termine, como si se tratara -y creo que se trata- de que el trabajo es un castigo. Salvo aquellos privilegiados que lo aman, que han conseguido lo que 1 de cada 100 personas, que es conseguir que les paguen algún dinero por aquello que harían gratis. Yo estoy entre esos privilegiados y por eso jamás he sentido angustia un domingo a la tarde, y por el contrario, quiero que llegue el momento de trabajar. Pero no tengo derecho a convertir mi privilegio en una perspectiva general«.
Es la variable trabajo, es la variable rutina, pero con un telón de fondo, el capitalismo, ese que la psicologización neoliberal insiste en negar. Hablamos de burnout en abstracto, de ansiedad anticipatoria en abstracto. La salud mental y emocional como una suma de fenómenos individuales y aislados. Es que la incomodidad hacia los lunes es irracional, tal vez venga de la falta de aceptación hacia la rutina y hacia el trabajo, por eso hay que aceptar para asumir la felicidad. Aceptación y felicidad vacía ¡Atención, la ecuación de la alienación está lista!
Y la vida vuelve a su cauce fundamental: trabajar, explotarse, estresarse, dormir. Pero, ¿cómo aceptar? La aceptación sin más nos va matando en vida, se precisa de la semilla de la inconformidad. Hay que politizar esa incomodidad, ese malestar. A la mierd4 la aceptación, porque no odiamos los lunes, odiamos el capitalismo.

