En el cuento del escritor francés Víctor Hugo titulado La Torre de las Ratas, aunque, más que un relato, podríamos referirlo también como ensayo, el escritor resalta los infortunios de la tiranía y su contraste entre ficción y realidad de la siguiente manera:
“¿Han observado ustedes algo? La historia es en ocasiones inmoral, los cuentos son siempre honestos, morales y virtuosos. En la historia el más fuerte prospera, los tiranos triunfan, los verdugos gozan de buena salud, los monstruos engordan, los Sila se transforman en buenos burgueses (…) mueren en su cama. En los cuentos el infierno es siempre visible. No hay falta que no tenga su castigo a veces incluso exagerado; no hay crimen que no traiga tras de sí un suplicio con frecuencia espantoso; no hay malvado que no se convierta en un desgraciado a veces digno de lástima. Eso ocurre porque la historia se mueve en lo infinito y el cuento en lo finito”.
Ahora bien, muchos colombianos nos alimentamos de la ficción por un poco más de doce años, esperando y presenciando aquel enrevesado juicio del expresidente Álvaro Uribe. Creamos narrativas y posibles escenarios en los cuales pudiera ocurrir lo del pasado 28 de julio, día en que la justicia al fin tocara las puertas de tan siniestro sujeto. Parecía algo improbable, cercano a la más estremecedora justicia poética de los cuentos folklóricos, pero para desgracia de su ahora acéfala y caprichosa turba de seguidores, ha ocurrido. ¿Nos alimentamos por años de una ficción anhelante de justicia? ¿Es la práctica de la injusticia la más grande ficción de la derecha colombiana?
El doble veneno de las preguntas se enfrasca en las sincréticas respuestas de sí y sí. Por un lado, la vehemencia con que los deseosos de justicia, añorábamos dicho momento, sustentado en el extenso acervo probatorio que hundía al matarife en su actuar criminal, mientras, por otro lado, los partidarios del uribismo, confiaban en el manto de prócer que cubría al imputado, como retórica irrefutable para evadir cualquier tipo de sentencia. ¿Triunfo de la justicia? En un país como Colombia, no deja de ser un suceso histórico que la ley llegue a este tipo de personajes. Nuestro acontecer se ha atiborrado de una manipulación histórica tan sustancial, que el simple hecho de señalar al señor Uribe de criminal, era algo blasfemo e impresentable. El gran colombiano, el héroe que libró al campo de la guerrilla, aquel ungido por la divina providencia para liderar al país en su corcel con un cafecito en la mano, era casi imposible que en su actuar, el delinquir fuera un hábito. En un territorio como el nuestro, donde las virtudes heroicas se acercan a personajes como don Anselmo, hacendado y padre de Efraín en La María de Jorge Isaacs, sujetos como el ahora condenado, anexando su turba de seguidores, creen en la injusticia, como una ficción válida de su antiheroísmo. Es apenas obvio que el actuar criminal del expresidente, es precisamente lo que ha llevado su ser a la condena. Contradictoriamente, es el Uribe de la historia y no el de la leyenda, quien ha sido condenado.
El embrollo de la ficción, para hablar de este juicio en concreto, es una mera forma de denuncia de la psicología y actuar del colombiano. ¿Somos tan ingenuos de asumir que el Alvarito de la leyenda, es diferente al de la historia del país? ¿Sobrepasa aquella narrativa absurda de prócer que le endilgan a este sujeto el correcto actuar de la justicia?
Paul Ricoeur, respecto a un concepto clave que es la construcción del “yo”, planteado en el Diario Filosófico, afirmaba: “narrarnos es una forma de comprendernos. Al poner en palabras lo que nos pasa, vamos dando coherencia cosas que antes parecían aisladas. No es solo recordar: es interpretar, unir, resignificar. Así, nuestra historia deja de ser solo pasado y se convierte en sentido” (Tiempo y Narración). Pero, ¿Qué sucede cuando el sentido que le otorgo a mi historia está basado en falacias para oscurecer mis turbias actuaciones? ¿Puedo impregnar lo que considero como mí verdad en el inconsciente colectivo de mis seguidores? El caso Uribe nos expone una crisis esencial en la concepción histórica del país. Estamos frente a un individuo, cuya megalomanía nos ha impuesto una fabulación por encima del ejercicio institucional de una nación. En su actuación ficcional, la ley, no es ya un elemento de proporciones objetivas, sino algo que se asienta en su acomodada ética y raciocinio. Tal y como lo llegara a establecer Michel Foucault en su obra El Pensamiento del Afuera. A saber:
“Si estuviera presente en el fondo de uno mismo, la ley no sería ya la ley, sino la suave interioridad de la conciencia. Si, por el contrario, estuviera presente en un texto, si fuera posible descifrarla entre las líneas de un libro, si pudiera ser consultado el registro, entonces tendría la solidez de las cosas exteriores: podría obedecérsela o desobedecérsela: ¿Dónde estaría entonces su poder?, ¿Qué fuerza o qué prestigio la haría venerable? (…) La ley, asedia las ciudades, las instituciones, las conductas y los gestos” (Foucault 43, 44).
Las reacciones frente y durante el juicio, eran de hacer cola. Miles de personas esperábamos que la justicia hiciera su labor. Lejos de los caprichos históricos derechistas y su ahora condenado mesías. Alvarito, fuertemente trató de anteponer su leyenda frente al discurso legal e institucional. Sus intervenciones, reciamente cuestionadas por la jueza, en vista que poco o nada se relacionaba su biografía y su ficción lejana de un mejor país como su legado, conllevaron a las dilaciones y triquiñuelas legales. Y así como la serpiente llega a morderse la cola, su narrativa no pudo calar frente a la contundente verdad que manifestaban sus acciones punibles. De allí una de las frases más trascendentales de la jueza Sandra Liliana Heredia: “No es un juicio contra la historia política de Colombia, no es una revancha, no es una conspiración, no es un acto de política, es un acto de justicia y solo de justicia”.
Que difícil resulta una comunión en el “yo” del señor del Ubérrimo. El para muchos héroe ideológico y perseguido político, pero en la realidad histórica que enfrenta, el cobarde y criminal condenado que busca evadir su pena, sustentado en un “yo” legendario. Que complejo período electoral le depara a Colombia. La batalla mediática es inminente. Tretas y mentiras inundarán las redes, dividiendo cada vez más a un país inclinado a las narrativas novelescas. Citando a Foucault: “A la ficción se le pide una conversión simétrica (…) dejar de ser el poder que incansablemente produce las imágenes y convertirse por el contrario en la potencia que las desata, las aligera (…), las alienta con una transparencia interior” (Foucault 26, 27).
REFERENCIAS
Foucault, Michel (2014). El Pensamiento del Afuera. Editorial Pre-Textos, Valencia