El fenómeno migratorio fue sin lugar a dudas el principio fundamental de toda cultura universal. La mescolanza, entendida como integración de lo foráneo, enriqueció el componente social, lingüístico, simbólico e ideológico de toda civilización. Como lo enunciara Byung-Chul Han, tomando como punto de partida al filósofo alemán Hegel, a razón de la tradición griega, donde se expone: “Hegel señala, respecto de la génesis de la cultura griega, que es sabido que los comienzos de la cultura coinciden con la llegada de los extranjeros a Grecia (…) El mismo pueblo griego se ha desarrollado a partir de una colluvies, que significa, originalmente, barro, inmundicia, mescolanza, desorden o barullo” (Han 13, 14).
Estos términos, al referirse a la integración de lo extranjero, contradictoriamente, derivan en un acierto histórico. La Grecia clásica se nutrió de los recién llegados, para consolidar una cultura más férrea y firme. Vinculemos a esta breve introducción la polémica que han referido informativos y redes sociales, a razón de la gentrificación y sus vicisitudes. Cuestionemos lo siguiente: ¿Es en efecto la llamada gentrificación un proceso de aculturación? ¿Son estas migraciones otra representación de un discurso capitalista colonizador? Es muy posible que las respuestas sean tan simples que sobren las preguntas. Tratemos de analizar un poco más.
Dadas las condiciones geopolíticas actuales, los procesos migratorios se han acentuado. Bien sea por la búsqueda de mejores condiciones de vida, violencia política o religiosa, los inacabables conflictos bélicos o simplemente, el nuevo espíritu de la época que ha convencido a los habitantes del globo en que son ciudadanos de mundo. Término bastante poético con el que se define una simple capacidad económica para conocer otras latitudes, sin dejar de lado, aquella lógica de poder que permite a los pobladores de territorios de primer mundo, moverse a sus anchas con la libertad que les manifiesta sus bolsillos y el beneplácito de sentirse conquistadores al rosarse con el subdesarrollo de gran cantidad de lugares que visitan.
La representación simbólica e ideológica del migrante contemporáneo es bastante puntual. Aquel concepto del invasor, para referirse al migrante pobre de países subdesarrollados, entra en contraste con el colonizador rico, gringo o europeo, que viene y va a gastar su posicionada moneda en el tercer mundo. Aquel primer modelo de ocupante lo retrata muy bien Slavoj Žižek, en su obra Sobre la Violencia, al referirnos que: “los inmigrantes son invitados que deben acomodarse por sí mismos a los valores culturales que definen a la sociedad anfitriona: Es nuestro país, ámalo o vete (…) La actual tolerancia liberal hacia los demás, el respeto a la alteridad y la apertura hacia ella, se complementan con un miedo obsesivo al acoso (…) el otro está bien, pero solo mientras su presencia no sea invasiva, mientras ese otro no sea realmente otro” (Žižek 46).
La cita anterior, expone un contraste ideológico. Por un lado, el deseo de la derecha a reducir la entrada de migrantes (pobres por supuesto). Aquellos que simplemente van a convertirse en ciudadanos de tercera o en su defecto, las leyes migratorias harán de las suyas con su existencia. Por otro lado, el argumento para sustentar dicho contraste es muy simple. A saber, para el primer mundo, jamás será lo mismo, aceptar visitantes pobres de latitudes africanas, medio oriente o suramericanas, con inexistente capacidad de inversión, lenguas con carga semántica que se acercan al nulo ejercicio de poder, además de costumbres y rasgos culturales concebidos como bárbaros ante su paradigma filosófico. Esta eventualidad, fácilmente equiparable con un ejercicio simbólico violento, por cuanto acepto al otro, mientras suprima lo que lo constituye como perteneciente a una tribu totalmente diferente, ha sido una consecuencia histórica que viene a derramarse a los sabidos países desarrollados. La explotación de recursos, los bloqueos y la intensificación colonialista, le ha detonado en el rostro con una migración indeseable a su entender, aquellos marginados que buscan rasguñar unos centavos en territorios foráneos para subsistir. Lejano a aquel término de gentrificación, que nos trae a adinerados y grandes capitales con fines expansivos, convirtiéndonos en extranjeros de nuestro propio territorio.
¿Vivimos un proceso de aculturación? Al imaginario orientado a la percepción, que la llegada excesiva de extranjeros iba a nutrir la tradición regional y otorgar ganancias monetarias sustanciales, hemos visibilizado como los resultados han sido otros. Nuestras ciudades se abarrotan de cafés uniformes compuestos por muros negros con mensajes sosos e insustanciales o por menús trazados en letra blanca, vitrinas con pastelería de nombres exóticos, haciendo hincapié en la supuesta fusión gastronómica, optamos por extranjerismos para nominar los negocios, los espacios se designan con términos de coworking para aquellos nómadas digitales, las ventas de experiencias redundan a diestra y siniestra y el fenómeno Airbnb, ha desplazado a gran cantidad de residentes que no pueden pagar las elevadas rentas. Nos hemos llenado de lugares artificiales para el turista avasallador. Cabe mencionar que no se debate la práctica del turismo por cuanto es, sin lugar a dudas, fuente de sustento considerable para cualquier nación, pero si son completamente cuestionables los altos índices de especulación inmobiliaria que desplazan al morador y convierten las ciudades en hábitats insufribles. Las recientes protestas en Ciudad de México son un atisbo de lo que nos depara. La desestructuración urbana, de la mano con grandes potentados económicos como Black Rock, accionista de Airbnb, han hecho de los espacios una mera fuente de ingreso. Claramente, la gentrificación es otro tentáculo neoliberal más del cual se nutren. Olvídense de la cultura y la tradición, aquí solo nos interesa el negocio.
La falta de políticas claras en torno al tema, son evidentes. En nuestras ciudades, la carente legislación de las alcaldías de turno, redunda en la centralización de los proyectos urbanísticos a constructoras privadas y los prácticamente nulos planes de vivienda para el ciudadano de a pie. Como establece Han en su obra Hiperculturalidad: “Es característica de hoy la caída del horizonte. Las relaciones dadoras de sentido e identidad desaparecen. Fragmentación, puntualización y pluralización son síntomas del presente. Estos también rigen la experiencia del tiempo actual” (Han 75). ¡Gringo! No me dejes sin la posibilidad de tener un espacio.
Referencias
Han, Byung-Chul (2018). Hiperculturalidad. Editorial Herder, Barcelona
Žižek, Slavoj (2018). Sobre la Violencia. Editorial Paidós, Barcelona