La patria ya no obedece: crónica del miedo burgués

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“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.”
— Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel

Cuando has tenido el poder durante más de dos siglos, cualquier intento de redistribuirlo parece una afrenta personal. Cuando el Estado ha sido el comité de administración de tus negocios —como lo llamaría Marx— que llegue un gobierno que hable de cambio (aunque sea a medias) ya se siente como una expropiación simbólica. El problema no es que Petro haya cambiado el régimen. El problema es que, por primera vez en mucho tiempo, la patria ya no obedece.

Por eso, la derecha —y su cohorte mediática— entró en pánico moral. Y no tardaron en dictar su veredicto: estamos en una dictadura. ¿La prueba? Una consulta popular. Es decir: preguntarle al pueblo. Tremenda herejía. Porque cuando el pueblo vota lo que el poder no quiere, entonces el voto se vuelve “ilegal”, “populista” o “autoritarismo disfrazado”.

Claro que hay contradicciones. Petro no ha gobernado contra la derecha; ha gobernado con la derecha. La ha invitado al gabinete, ha pactado en el Congreso, ha frenado reformas para no asustar al capital. Pero nada de eso importa. Porque el problema no es la política, es el símbolo. Lo que les arde no es el contenido del gobierno, sino su forma: que un exguerrillero, un sobreviviente de su guerra, se haya sentado en su silla.

Y entonces, los de siempre —en nombre de la libertad, el mercado y la patria— incendian micrófonos, difunden teorías conspirativas, disparan titulares como proyectiles. Y lo hacen con una habilidad digna de manual gramsciano, pero invertido: construyen hegemonía disfrazando privilegios de derechos y caprichos de justicia.

Mientras tanto, los sectores “neutrales”, confundidos por tanto ruido, repiten el guion sin cuestionarlo. Que estamos peor, que no hay institucionalidad, que esto es Venezuela en cámara lenta. Lo que no dicen es que la ruina no empezó en 2022, que la corrupción no fue invento de este gobierno, y que la represión, la desigualdad y la mentira son patrimonio histórico de quienes hoy posan de víctimas.

Porque cuando se habla de odio, hay que señalar de dónde viene. Y no es de quienes organizan asambleas, sino de quienes arman editoriales. No es de las madres que marchan por la vida de sus hijos, sino de quienes legislan para proteger a los matadores. La palabra odio ha sido secuestrada para describir la dignidad.

Lo que ocurre es que la patria está aprendiendo a decir “no”. A negarse a obedecer sin pensar. A distinguir entre autoridad legítima y dominación impuesta. Esa pequeña subversión del orden es lo que genera terror en las élites: el desorden del pensamiento propio, la grieta en la cadena de mando, la rebelión de la dignidad.

Desde los salones más lustrosos se ha activado el dispositivo habitual: el discurso de odio. Esa retórica que disfraza el clasismo de preocupación cívica, el racismo de análisis sociopolítico, y el machismo de defensa de las instituciones. De nuevo, el miedo al otro —al diferente, al que no pide permiso— se convierte en estrategia. Lo llaman castrochavismo, narcocomunismo, o socialismo exótico. Lo que nunca dicen es que es simplemente justicia pospuesta.

Petro no ha tocado las estructuras profundas del régimen. Pero con solo nombrarlas, desató la furia de una clase acostumbrada a gobernar sin ser cuestionada. Como dijo Lenin, los burgueses llaman dictadura a cualquier gobierno que no esté dirigido por ellos. Y como advertía Hinkelammert, el poder teme más al amor organizado por los pobres que a las armas de sus iguales.

Es entendible, entonces, el berrinche. Porque sí, yo también me enojaría si se me acabara el negocio de administrar el país como empresa familiar. Si la gente, por fin, empezara a preguntar. A organizarse. A desconfiar de la prensa que le habla como patrón con micrófono. Porque eso duele más que perder una elección: perder el monopolio del sentido común.

El miedo burgués no teme al desorden, sino al fin de su orden. No teme al autoritarismo, sino al fin de su exclusividad. No teme a Petro, ni a las reformas, ni a los movimientos sociales. Le teme a que la patria ya no se arrodille.

Y sí, como diría Marx en clave irónica, “la historia se repite: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. La tragedia fue el siglo XX, lleno de silencios, masacres y pactos de élite. La farsa es el escándalo actual de quienes, tras gobernar sin vergüenza, ahora se declaran oprimidos porque no son los únicos que hablan.

Hoy no estamos en una dictadura.
Estamos en algo peor para ellos:
un pueblo que ya no les cree.

Referencias

Hinkelammert, F. J. (1990). El sujeto y la ley: El retorno del sujeto reprimido. DEI.

Marx, K., & Engels, F. (2004). El manifiesto comunista (C. Marx & F. Engels, Autores). Ediciones Akal. (Obra original publicada en 1848)

Lenin, V. I. (1977). El Estado y la revolución. Ediciones en Lenguas Extranjeras. (Obra original publicada en 1917)

Gramsci, A. (1999). Cuadernos de la cárcel (Vols. 1–3). Ediciones Era

Marx, K. (2007). El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Ediciones Akal. (Obra original publicada en 1852)