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Misofonía antineoliberal

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Una mañana, tras un sueño intranquilo, me desperté sintiendo que un monstruoso insecto me habitaba por dentro. No sé si me tragué a Gregorio Samsa o si escuché demasiado punk. Tal vez tomar tanto chamber de guanábana en mi adolescencia me generó este parásito incurable. Lo cierto es que estoy desahuciada.

El visaje es que este insecto me hace querer vomitar cada que escucha palabras como “eficiencia”, “productividad”, “sostenibilidad”, “medible”, “optimización”, entre otras que se ha inventado el neoliberalismo para meternos el cuento de querer rendir más y convertirnos en máquinas porque esto debe generarnos satisfacción. La cosa es que este insecto se mueve dentro de mí todo el tiempo y no me deja en paz, así que básicamente tengo nauseas todo el día, especialmente cuando tengo reuniones.

Cuando miro mi calendario y veo que tengo una reunión, comienza el suplicio. Siento cómo mi insecto interior se comienza a revolcar y a mover sus patas entre mis intestinos. A veces creo que me está diciendo algo, que abandone, que me abra del parche, que busque mejores pastos, pero yo le pido que se calme, porque va a ser re difícil encontrar un lugar en el que no escuchemos ese tipo de palabras.

La nausea en ocasiones es soportable, especialmente cuando las personas se están tirando un discurso en el que intentan camuflar su posicionamiento neoliberal. Por ejemplo, “lo más importante es que la gente pueda acceder a nuestros proyectos y propuestas, finalmente eso es lo que nos tiene aquí, pero no podemos olvidar que esto también tiene que ser sostenible…” ¡¡¡puuuummmmm!!! Comienzan los retorcijones, y yo me muevo en mi silla, pero logro disimular. Imagino que hay gente que cree que tomé leche y no era deslactosada. Mi condición es realmente difícil de explicar en entornos ejecutivos y de solemnidad protocolaria.

La cosa se vuelve problemática cuando la gente, lejos de disimular, se tiran una seguidilla de palabras neo: “muy bonito todo lo que están diciendo y todo, peeeero, sonará muy economicista de mi parte, pero acá la productividad se nos está quedando corta. Además, hay que garantizar la optimización de los recursos, y generar indicadores que nos permitan medir la eficiencia de lo que se está proponiendo. Ahhh, y que no se nos quede de lado la innovación, porque es lo que está mandando la parada”.  Ahí ya parezco twerkeando, porque el insecto empieza a hacer pogo para que yo me vomite.

A veces lo logra, y el vómito sale en forma de repulsión absoluta a lo que escucho, porque mis palabras no lo pueden disfrazar. Otras veces me gana la diplomacia y lo digo con palabras que decoran mi malestar. Ahí el insecto se ríe de mí. A veces escribo y grito punk, y ahí el insecto se toma una siesta. En otras ocasiones salgo peleando conmigo misma o le cuento a alguien de mi nausea cotidiana. Aunque es re incómodo, este insecto me permite estar siempre alerta porque ninguna palabra pasa inadvertida.

Hace poco supe de la misofonía, que se refiere a la irritación que causa escuchar ciertos sonidos. Yo creo que por culpa de esta criatura yo sufro de misofonía antineoliberal, y esa vuelta no tiene cura. Me toca buscar la manera de sacar este vómito, me toca bancarme esta sensación permanente de desasosiego, de insatisfacción, que me empuja a la huida, que a veces me pone triste o me da rabia. Al final, lo único que me sirve realmente es juntarme con otra gente a contarles sobre los discursos de mierda que escuché durante el día, y buscar formas de crear nuestros espacios de fuga y autonomía donde otras formas de nombrar sean posibles.

Ya aprendí a convivir con el Samsa que se quedó a vivir dentro de mis tripas. A la final, mientras más gente conozco, más quiero a mi insecto.

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