Convirtieron a la Universidad Pública en agencia de viajes

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Mediante un informe entregado por el Ministerio de Educación en el año 2018, se dio a conocer que la educación superior en Colombia había aumentado su cobertura en la última década, pasando del 31 % de los bachilleres graduados en el 2007 al 51 % en el 2016, es decir, se pasó de 1.362.509 a 2.394.434 alumnos. Las cifras anteriores, si bien representan una mejoría en el acceso a la educación superior, también suponen una financiación de tipo nacional o estatal y una inversión autónoma por parte del aspirante.

Antes de pasar al planteamiento del problema hay que recordar el sentido que tiene la universidad pública, pues esta se entiende como un bien social que conviene a todos en la construcción de un proyecto de nación. Además, como bien público, se sabe que el Estado debe financiarla y se espera que el estudiante se forme como un individuo analítico que tenga una identidad como ciudadano y profesional colombiano, que posteriormente enfoque sus conocimientos en el país.

A la deserción causada por las diversas condiciones familiares o económicas de los estudiantes que no se pueden costear la carrera, hay que sumar que la mayoría de las universidades públicas están permitiendo que agencias con convenios en el exterior incentiven a estudiantes para ser ‘Au Pair’, término que traducido del francés significa ‘A la par’. Esta práctica apunta principalmente a mujeres entre los 18 y 27 años para que viajen a otros países a cuidar niños bajo el escudo de ser un intercambio estudiantil y con la excusa de aprender otro idioma. Los ofrecimientos para ser Au Pair suceden cada semestre en programas como el de licenciatura en lenguas extranjeras, turismo, hotelería, negocios internacionales o cualquiera que incluya como requisito de graduación el dominio de una segunda lengua.

Estos programas de intercambios que se encargan de captar jóvenes van a las universidades y es común ver cómo entregan volantes y cuelgan pendones en los corredores de los campus con el fin de promocionarse. La universidad permite que esto suceda sin realmente prestarle una atención adecuada, pues el hecho de que un estudiante abandone su carrera para ir a servir de ‘empleado doméstico’ en otro país no debería ser considerado como algo normal y aceptable. El proceso inicia cuando el estudiante después de haber cursado entre el 40 % y 50 % del plan de estudios, se inscribe en alguna de estas agencias que a su vez se ofrecen a tramitar de forma rápida la documentación necesaria y a contactar a la familia a donde enviarán al ‘estudiante’, si aún se puede llamar así.

Datos entregados por Migración Colombia a comienzos del año 2019 indicaban que alrededor de 5.600.000 colombianos vivían en el exterior. Si bien es incierta la cantidad de estudiantes que viajan anualmente con estos programas de intercambio, es posible pensar que la cifra dada por Migración Colombia continuará creciendo si los estudiantes siguen desertando para cuidar niños en el exterior. Expertos aseguran que la demanda de empleados domésticos en el primer mundo coincide con el incremento de las migraciones de países en vía de desarrollo auspiciado por el sueño de una vida mejor.

Si el problema inicialmente era que la gente decidía trabajar en otros países luego de estudiar una carrera en una universidad pública de Colombia, ahora es igual o aún más grave. El hecho de que haya estudiantes que se matriculen en universidades públicas para que luego de un par de años estén planeando irse del país con los aprendizajes que la institución les brindó no deja mucho que desear. La mayoría de las veces el nivel de dominio del idioma extranjero que exigen los programas de intercambio están entre intermedio y avanzado y los que aplican y logran viajar quedan en deuda con la universidad porque sin ella no hubieran podido alcanzar ese nivel durante ese periodo. Todo esto conlleva a un detrimento patrimonial en el presupuesto universitario porque los estudiantes que se van, muy pocas veces retornan y si lo hacen no retoman sus estudios. Es aquí donde se ve que utilizan a la universidad como agencia de viajes.

Es un desgaste de todo tipo y por donde se le quiera ver. La universidad pública no está graduando profesionales para lograr el objetivo que tiene por naturaleza, sino que por el contrario está enviando mano de obra para otros países mientras el nuestro se queda sin una comunidad académica. Todo esto se puede entender como una forma de esclavitud moderna. Los países destino tienen ciertos factores en común, tales como: hogares monoparentales, aumento de la demanda laboral femenina, envejecimiento de la población, entre otros. Tal parece que el cuidado de niños es un elemento que los países desarrollados están tomando de la mano de obra de los del tercer mundo con el fin de lucrarse.

Por otra parte, ser Au Pair genera ciertas incertidumbres ya que no se encasilla a la persona como estudiante, trabajador o emigrante. Por lo tanto, al no tener una base sólida sobre la cual plasmar condiciones tanto para la familia que contrata como para el estudiante que aplica a este programa, pueden llegar a presentarse situaciones de sobrecarga laboral. En este caso el término en sí sería un eufemismo para la explotación laboral femenina, además es fácil encontrar en YouTube videos de Au Pairs contando malas experiencias que pusieron en peligro su integridad.

Ahora bien, habrá personas que defiendan todo este accionar planteando que la situación por la que atraviesa Colombia y los países de la región latinoamericana da pocas esperanzas a los jóvenes en materia de estabilidad económica. Entonces se hace necesario ver detalladamente cuáles son los costos económicos que hay detrás de estos intercambios. Al principio, el costo del programa es de 4 millones aproximadamente (suponiendo que es Estados Unidos el país destino) en donde se incluyen tiquetes y una póliza de seguro. Adicional a esta cifra, el aspirante debe correr con los gastos de solicitud de visa, licencia internacional, pasaporte, chequeo médico, entre otros. Alcanzando un total que fácilmente puede ir de los seis a los diez millones de pesos.

Ante esto surgen muchos interrogantes como ¿Por qué no aprenden inglés, o el idioma que necesitan, en institutos privados? ¿Acaso usan el dinero público para prepararse e ir a ser empleados domésticos en el extranjero? ¿Ingresan a la universidad para que el papeleo les sea más fácil y luego poder hacer una vida en otro país? ¿Prefieren quitarle la oportunidad a alguien que sí quiere ser un ciudadano profesional? Si se tiene en cuenta que los aportes de la sociedad colombiana sostienen las universidades públicas ¿Cómo piensan retribuir a la sociedad ese hueco que dejan al desertar de una carrera universitaria?

Situaciones de estudiantes que desertan por ir tras estos trabajos o de los que se gradúan y posteriormente se radican en otro país dan cuenta de la falta de identidad nacional que existe en los jóvenes colombianos. En esta parte la universidad debería empezar a enmendar estos errores iniciando por cuestionar la idea de la globalización y la mercantilización del saber para proyectar una reestructuración del currículo. Por ejemplo, Jaime Garzón decía que el pensum de las carreras de humanidades debería ser el mismo que el de derecho y el de filosofía durante los primeros cuatro semestres para que al momento de llegar al quinto semestre, el estudiante pudiera tener elementos para decidir la profesión para su vida. Pues según él, en ocasiones el estudiante universitario llegaba a la mitad de la carrera sin conocer la realidad que atravesaba el país y ni siquiera era consciente de que no lo sabía.

Si se equilibran ambos extremos en los cuales los estudiantes se planteen un objetivo claro desde el principio y las universidades refuercen el sentido de pertenencia hacia el país, se gesta una mejor sociedad en la cual los egresados propendan a la construcción de un mundo justo con mejores posibilidades de bienestar para las generaciones venideras. Por consiguiente, también estarán al frente de cargos importantes personas que realmente saben y conocen de fondo lo que están administrando. Para no ir lejos, desde hace ya casi dos décadas Colombia no ha tenido un ministro de educación que sea educador y no economista, abogado, publicista, administrador público o periodista. Las personas que salen del país a dejar su conocimiento en otro lado son indispensables en el nuestro. Si se van los estudiantes y los egresados ¿Qué profesionales quedarán a cargo del país en el futuro?

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