La derecha en Colombia no deja de sorprender. Llamémosle oposición, término que ellos mismos se adjudican, para así dejar de lado el posible sesgo ideológico que denuncian continuamente dada su interpretación de país. Hechos como la visita del monigote expresidencial Iván Duque y el oligarca Gilinski al genocida Netanyahu y la postulación del padre de Miguel Uribe Turbay como candidato presidencial del Centro Democrático, exhiben la falta de integridad, empatía, humanidad, respeto, en síntesis, exponen todas aquellas características que hacen de un ser humano una criatura infame y vomitiva. Duque, en su deseo afanoso de no caer en el olvido, hecho por demás difícil, porque ¿quién podría olvidar al peor presidente que haya parido este país? Exhibe sus múltiples facetas: el Dj, el pseudointelectual analista, el escritor, el estratega global, en resumen, una plétora de perspectivas, todas torpemente ejecutadas por un mismo mediocre. Por otro lado, el hecho puntual que motiva el presente texto, es el halo de mártir que desean explotar con el fallecimiento de Uribe Turbay. ¿Puede ser alguien tan hij0 de put4? Si se trata de ellos, al parecer sí. Figurar y retornar al poder es el ideal imperioso. ¿Quién se imaginaria que el vejete de Miguel Uribe Londoño iba a ser propuesto para rejuvenecer la política colombiana? ¡Defenderé el legado y las ideas de mi hijo! ¿Alguien podría recordarnos cuáles fueron las ideas y el legado de este personaje? Al parecer, el manto de mártir que enviste al susodicho, será suficiente para conmover votantes y obtener una presidencia.
Como diría Voltaire en el apartado Sobre los Mártires, contenido en su obra Contra el Fanatismo:
“Tantas causas secretas se mezclan a menudo con la causa aparente, tantos resortes desconocidos sirven para perseguir a un hombre que es imposible de desentrañar, en los siglos posteriores, la fuente oculta de las desgracias de los hombres más considerables, con mayor razón la del suplicio de un particular que no podía ser conocido más que por los de su partido” (Voltaire 49).
Misteriosamente, los inicios de campañas presidenciales en Colombia, luego de los dos períodos de Uribe Vélez, comienzan con atentados terroristas que pretenden recordarnos y fijar en nuestras mentes la autoritaria necesidad de seguridad. ¡Necesitamos seguridad para que funcione el país! ¡Necesitamos seguridad para aceitar el engranaje de las instituciones! El argumento emerge desde el más profundo desespero del panteón opositor. La idea de un sacrificado, es la figura perfecta para arraigar las convicciones en su dispersa fanaticada. Si bien, un mártir, como concepto enciclopédico, nos recuerda a aquel individuo inmolado por sus creencias o su causa. Pero, ¿Acaso las convicciones y las causas de la derecha no están siempre en venta? ¿No es el dinero y el poder lo que los mueve en última instancia?
Que no hay muerto malo, es una de las más consagradas expresiones populares por excelencia. Ahora bien, si tenemos que el prospecto de mártir fue un perfecto inútil en vida, es algo quizá más contundente que la frase anterior. Es verdaderamente chocante asumir aquella narrativa de un Uribe Turbay que luchó por el pueblo. Su memoria, manoseada por sus copartidarios políticos, es ahora parte del paisaje electoral. Porque, ¿qué sería de la campaña de oposición sin sangre y muerte de por medio? ¿Cómo transformarían su discurso sin la fórmula mágica de la supuesta seguridad democrática? Un ala política sin ideas, como la que representan estos personajes, necesita hacer uso del miedo. Crear respuestas automáticas en sus electores, mediadas por el pánico. Hecho por demás ruin, como diría Voltaire a razón de San Atanasio: “Es una herejía execrable querer ganarse por la fuerza, por los golpes, por los encarcelamientos, a aquellos a los que no se ha podido convencer por la razón” (Voltaire 75). Es así como en un giro narrativo el mártir se convierte en victimario. Uribe Turbay, estigmatizó los movimientos sociales, las reformas laborales que buscaban un trabajo digno para los colombianos, incluso al género femenino, con sus afirmaciones desafortunadas en el macabro caso de Rosa Elvira Cely. Resulta bastante rocambolesco que su supuesto legado termine como aquel hábito manchado que busca vestir la oposición. Y para ser aún más ignominiosa esta creación simbólica, tenemos a un criminal condenado, impulsando la campaña que ejecuta el progenitor del finado. ¿No debería estar en la cárcel? ¿No son pues lo máximos defensores de la institucionalidad y la justicia? Sin ningún atisbo de vergüenza, la oposición aún considera viable apoyarse en Uribe Vélez para lograr presidencia. Sin palidecerse y mucho menos conmoverse, Miguel Uribe Londoño, permite que un delincuente haga política con la memoria de su hijo. Con el lecho mortuorio aún tibio, estos nefastos personajes pretenden movilizar miedo y odio en sus votantes.
Y es que al parecer quienes estamos presos somos los colombianos a los designios del criminal Uribe Vélez. Un condenado que hace política, presiona a la justicia, posee un aparato de medios de mierda mintiendo y confundiendo a su servicio, sus hijitos, con delirios de principado, convocando a marchas y revisiones amañadas del caso, en últimas, todo un convoy de patriotas defendiendo lo que ellos consideran el futuro democrático de su finca. Como planteara Erich Fromm en su obra El Miedo a la Libertad a razón del fascismo:
“el fascismo es un problema económico y político, pero su aceptación por parte de todo un pueblo ha de ser entendida sobre una base psicológica (…) Una parte de la población se inicia en la práctica sin presentar mucha resistencia, pero también sin transformarse en admiradora de la ideología (…) en cambio, otra parte del pueblo se siente hondamente atraída, vinculándose de una manera fanática a sus apóstoles” (Fromm 216, 217).
Esta psicología popular es lo que la oposición explota en campaña. La angustia generada por el miedo y el deseo de seguridad, solo puede ser solventada por quien abandere el legado de un mártir, su mártir. Aquel halo espiritual, fuertemente arraigado que lo aporta la religiosidad ciega y la fe en sus líderes, vivos o caídos. Hay que recordar al pueblo quienes son las verdaderas víctimas. Los crímenes de Estado, la represión social y las reformas homicidas son el legado de la oposición y lo que desean movilizar para el 2026. No olvidemos que nuestra libertad garantiza, casi de manera automática, nuestra individualidad. El derecho de expresar nuestros pensamientos, sin embargo, tiene algún significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios (Fromm 248).
Referencias
Fromm, Erich (2012). El Miedo a la Libertad. Editorial Paidós, Barcelona
Voltaire (2015). Contra el Fanatismo. Editorial Taurus, Madrid