Pillen, la gran Emma Goldman nos cuenta, desde la experiencia, cómo el compromiso y la farra, si cada uno tiene sus espacios, van de la mano.
Viviendo mi vida, 1933
Me sumergí en el trabajo con todas mis fuerzas y estaba tan absorbida por él que lo demás no existía. Mi labor consistía en conseguir que las chicas que pertenecían al oficio secundaran la huelga. Con este propósito se organizaron mítines, conciertos, encuentros y bailes. En estos acontecimientos sociales no era difícil hacer comprender a las chicas la necesidad de hacer causa común con sus hermanos en huelga. Yo tenía que hablar a menudo y cada vez me perturbaba menos subir a la tribuna. Mi fe en la justicia de la huelga me ayudaba a dramatizar mis exposiciones y transmitir convicción. En unas cuantas semanas mi trabajo llevó a montones de muchachas a participar en la huelga.
Estaba viva de nuevo. En los bailes era una de las más alegres e incansables.
Estaba viva de nuevo. En los bailes era una de las más alegres e incansables. Una noche, un primo de Sasha, un muchacho muy joven, me llevó aparte. Con gravedad, como si fuera a anunciarme la muerte de un compañero querido, me susurró que bailar no era propio de un agitador. Al menos, no con ese abandono. Era indigno de una persona que estaba en camino de convertirse en alguien importante en el movimiento anarquista. Mi frivolidad solo haría daño a la Causa.
La insolencia del muchacho me puso furiosa. Le dije que se metiera en sus asuntos, estaba cansada de que me echaran siempre en cara la Causa. No creía que una Causa que defendía un maravilloso ideal, el anarquismo, la liberación de las convenciones y los prejuicios, exigiera la negación de la vida y la felicidad. Insistí en que la Causa no podía esperar de mi que me metiera a monja y que el movimiento no debería ser convertido en un claustro. Si significaba eso, no quería saber nada de ella. «Quiero libertad, el derecho a expresarse libremente, el derecho de todos a las cosas bellas». Eso significaba anarquismo para mí, y lo viviría así a pesar del mundo entero, de la cárcel, de las persecuciones, de todo. Sí, viviría mi ideal, incluso a pesar de la condena de mis compañeros más próximos.
No creía que una Causa que defendía un maravilloso ideal, el anarquismo, la liberación de las convenciones y los prejuicios, exigiera la negación de la vida y la felicidad.
Había ido exaltándome cada vez más, hablando cada vez más alto. Me encontré rodeada de mucha gente. Se oían aplausos mezclados con gritos de protesta de que estaba equivocada, de que uno debería considerar a la Causa por encima de todo. Todos los revolucionarios rusos habían hecho eso, nunca habían sido conscientes de sí mismos. Querer disfrutar de cualquier cosa que nos alejara del movimiento no era más que egoísmo. En la algarabía, la voz de Sasha era una de las que más se oían (…).