Escupir a la productividad

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Cada mañana las mismas historias de WhatsApp: mensajes religiosos o de superación personal que aluden al «yo puedo» o al «yo agradezco». Yo puedo con todo el trabajo y con todo el cuidado del hogar; yo puedo aguantar; yo agradezco lo que tengo; yo agradezco el nuevo día, pese a toda circunstancia.

¿Hasta qué punto agradecer implica aceptar?, ¿aceptar qué? un ritmo de vida productivo que excede la capacidad del propio cuerpo.

Son mensajes que promueven cierto alivio mental para no estallar, una racionalización, quizás necesaria, para tolerar los niveles de estrés diarios que supone el ritmo de vida en este sistema, aunque surge una pregunta inevitable ¿Hasta qué punto agradecer implica aceptar?, ¿aceptar qué? un ritmo de vida productivo que excede la capacidad del propio cuerpo.

Aceptar así, con una sonrisa, una productividad que agota física y mentalmente. No importa que sea necesario levantarse a las 4 am y acostarse a las 12 de la medianoche para lograr cumplir con todas las tareas diarias que exceden el ámbito laboral, porque vale más quien no para, quien asume el nuevo día con un alegre «yo puedo».

Alguna vez, una persona del trabajo comentaba que sumado a su jornada laboral de lunes a viernes trabajaba los fines de semana con una app de transporte. Decía, con una sonrisa, que no podía parar, y que sus padres y abuelos eran iguales.

La productividad se convierte en un valor en sí mismo. Un valor y una moral que separa lo correcto, la gente «productiva», de lo incorrecto, la gente «improductiva» o que, por lo menos, cuestiona ese ritmo acelerado de vida. No es casual, así, que la productividad se haya convertido en un mandato introyectado a nivel individual.

No es casual, así, que la productividad se haya convertido en un mandato introyectado a nivel individual.

Y es que para el capitalismo es mucho más útil la gente cansada, sin energía vital, o con la suficiente energía como para hacer las actividades que ofrece el mismo sistema. Es algo lógico porque ¿Con el cansancio a cuestas a qué hora vamos a reflexionar más allá de los límites mentales que impone nuestra cotidianidad laboral?

Y como la productividad es una afirmación de identidad de la persona; el desempleo es la negación de la identidad. Lo que está de por medio es la afirmación de sí mismo mediante ese valor que se vuelve también mandato.

Este mandato es tan sólido que cuando se cuestiona, la moral que lo sustenta se levanta para acusar de inmediato a quienes se atreven a criticar el régimen de productividad.

En este punto el desafío a ese mandato se ha convertido en un asunto básico de salud emocional y mental. Un desafío que debe partir de la exigencia de garantías para vivir; de acciones cotidianas de desobediencia; y de la proyección de otros modos de organización de la vida en los que la distribución del trabajo y sus frutos sean la base del ocio, la creación y el descanso real.

Hoy, casi 100 años después, vale la pena volver a leer y reflexionar sobre algunas de las ideas del anarquista italiano Severino Di Giovani en su ensayo «El derecho al ocio y a la expropiación individual»:

"No se mira mucho lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. (…) Dividido el esfuerzo entre toda la colectividad, dos o tres horas de trabajo al día serían suficientes para producir todo lo que se necesitaría para llevar una vida holgada. Tenemos, por lo tanto, derecho al ocio, derecho al reposo. Si el presente sistema social nos niega este derecho es preciso conquistarlo por cualquier medio".

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