Gritar desde adentro. Una grieta feminista en la autoría

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El domingo 27 de abril fui invitada a presentar el libro Gritar desde adentro en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, publicado por la editorial independiente Albaricoque, este libro hace parte de una selección de obras que apuestan por una sensibilidad crítica tanto en el plano estético como en el político. La invitación fue, para mí, un gesto de confianza y también un desafío, acompañar una obra que no se deja encasillar en un solo género, ni en una sola voz; un documento que ante todo es un acto de denuncia, de cuidado y de pregunta colectiva sobre las violencias de género que se viven y callan en el ámbito universitario.

Lo primero que llama la atención es cómo se estructura el libro, en la página 3 aparece una lista que simula una jerarquía autoral —guion, ilustración, edición, investigación— como si estuviéramos frente a una producción tradicional. Pero esa jerarquía no se sostiene cuando pasamos a los agradecimientos, en la página 6, donde se declara con contundencia: “Gritar desde adentro fue el resultado de muchas manos que trabajaron directa o indirectamente en su creación”. Una declaración, no un gesto de cortesía, un posicionamiento político que desmonta la noción de autoría individual y celebra el ensamblaje colectivo como forma de creación.

Entre ambas páginas —la que simula orden jerárquico y la que lo desarma— aparece el hilo de la página 4, ese hilo, lejos de representar armonía o conexión fluida, es visualmente denso, lleno de nudos, cruces, líneas enredadas, es una imagen potente de lo difícil que es hablar de las violencias en los espacios universitarios, hablar no es lineal, no es limpio, no es clarificación de unos hechos; el hilo encarna la complejidad de nombrar lo vivido cuando las palabras no alcanzan, cuando el contexto institucional aplasta o silencia. Es, como diría Aina Pérez Fontdevila, una forma de mostrar que la autoría también puede ser dolor, fragmento, interrupción, el hilo no une, incomoda, desordena.

Este gesto de disolución autoral dialoga con el trabajo de Aina Pérez Fontdevila, quien en su texto “¿Qué es una autora o qué no es un autor?” cuestiona la idea de una autoría entendida como expresión directa de una subjetividad propia, autónoma y desligada de las relaciones de poder y género que la configuran. En lugar de seguir reproduciendo la figura del autor soberano, la propuesta de Pérez Fontdevila —en diálogo con la teoría de la “escritura femenina”— sugiere pensar la autoría como una red, una práctica relacional, una comunidad. En esa clave, Gritar desde adentro no es un libro firmado, sino tejido. No es una voz, sino un coro.

En este libro sabemos que hay gente detrás de su producción, pero ¿quién dibujó esto?, ¿quién hizo el guion? No hay firmas, ni rúbricas individuales; las autoras, que son todas, ensamblaron las viñetas y les dieron una lógica y un contenido; para entender este proceso, habría que conocer cómo ilustra cada una, cómo piensa cada línea, cómo se enfrentaron juntas a la representación del dolor y la resistencia. Una de las fuentes más importantes fue la investigación de Laura Castrillón Guerrero, titulada ¡Gritar desde adentro!: prácticas de silenciamiento de violencias basadas en género y sexualidad en espacios universitarios, pero esa base fue resignificada por el colectivo que ilustró, editó y dio forma al conjunto. Me consta —por haber hablado con ellas— que no hubo un trazo sin discusión, sin pregunta. Cada página fue elaborada en colectivo, con tiempos dispares, con emociones en juego, con silencios difíciles de representar. Y eso también es autoría, una forma otra de escribir juntas, de figurar lo indecible.

Desde esta perspectiva, el libro toma distancia de la tradición que vincula autoría con propiedad y genialidad. Como recuerda Pérez Fontdevila, es necesario desnaturalizar los atributos del autor, no para eliminarlos sin más, sino para mostrar que la creación es siempre situada, permeada por relaciones de comunidad, repeticiones, memorias. Y si hay un espacio donde esto se hace visible es en los feminismos, en esas prácticas en las que, como dice Haraway, “Importa qué ideas usamos para pensar otras ideas”, y que no se teme preguntar cómo se narra, quién narra y para qué.

En esa misma dirección, el libro introduce una imagen poderosa, la grieta; en la página 39, una colectiva se fractura por una conversación en la que las miembros se preguntan si es posible transformar la universidad desde adentro o si hay que romperla toda; esa grieta no divide, complejiza. Y nos invita a no cerrar la conversación, el libro no busca consenso, sino apertura, es un lugar para pensar juntas lo que duele y lo que resiste.

Durante la conversa en la feria, una de las preguntas fue: ¿cómo pensaron la relación entre palabra e imagen para hablar de algo tan difícil como la violencia? Andrea Cagua mencionó como referente el cómic Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, que narra la historia de Lee Ok-Sun —una de las miles de mujeres esclavizadas sexualmente por el ejército japonés durante la Guerra del Pacífico— sin caer en la exposición gráfica del horror. En Gritar desde adentro, algo similar ocurre en escenas como la de la página 12, donde se muestra el ingreso de una estudiante a la oficina de un profesor con un gesto de incomodidad creciente. No hay necesidad de mostrar el acto de violencia; las puertas cerradas y el rostro de la joven al salir dicen más que cualquier imagen explícita. Esas puertas también hablan, son testigos silenciosos de lo que ocurre al otro lado. ¿Qué pasaría si pudieran contarlo? ¿Qué memorias guardarían sus cerraduras? En este libro, los objetos también dicen, acompañan el testimonio y lo vuelven colectivo.

A esa apuesta por abrir preguntas más que cerrar respuestas le sigue una escena que condensa muchas de las tensiones del libro. En las páginas 58-59, Majo narra su experiencia de violencia una y otra vez. El cómic no representa de forma gráfica el acto violento en sí, pero sí lo rodea con imágenes que denuncian su repetición institucional, los testimonios que deben contarse una y otra vez, las oficinas, el desgaste emocional. A la izquierda de la doble página, la protagonista se va empequeñeciendo, cada viñeta reduce su presencia, su cuerpo se retrae. A la derecha, su figura crece, hay escucha, hay contención; este contraste visual traduce el paso de la revictimización al apoyo, la violencia no solo está en el hecho, sino en las formas de su gestión, en la desconfianza sistemática, en la tramitología que reabre la herida.

Finalmente, en las páginas 80-81 se agradece a quienes acompañaron, retroalimentaron, creyeron. En una de las viñetas se lee: “mi voz es colectiva”, mientras un post-it, un computador con palabras en proceso y un reproductor musical en el que suena Quemar el miedo del colectivo Las Tesis (Chile) completan el gesto. Entre esas imágenes aparece también un reconocimiento, “a la red de profes, compañeras y amigas que desde cada lugar han visibilizado las VBG y sexualidad en los espacios universitarios”. Porque, como señala Pérez Fontdevila citando a Showalter, la escritura hecha desde los márgenes puede ser también un lugar de autodescubrimiento, de creación liberada del mandato de oposición constante.

Gritar desde adentro no es solo un libro feminista por su contenido. Lo es por su forma, por su apuesta metodológica, por la manera en que desmonta la figura del autor para dar lugar a un entramado de voces que se sostienen entre sí, este libro no grita desde el centro, grita desde las grietas, desde adentro. Y por eso, nos interpela.

Referencias

Pérez Fondevila & Torras Francés (eds) (2019), ¿Qué es una autora? Encrucijadas entre género y autoría, Icaria, Barcelona