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Opinar es inevitable, el mansplaining es opcional

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el mansplaining vistode manera ‘neutra’ puede ser entendido como el acto de explicar un tema a cualquier persona sin tener en cuenta que quien recibe la explicación sabe lo mismo o más que quien le explica, pero vale la pena aclarar que esta narrativa dominante se ejerce frecuentemente de hombres hacia mujeres en situaciones erróneamente naturalizadas.

El anglicismo mansplaining es usado para conceptualizar la explicación no pedida que un hombre da a una mujer en tono condescendiente y paternalista presuponiendo, sin fundamentos, el desconocimiento del tema por parte de ella. Con esto se invisibilizan y se deslegitiman el discurso y los aportes que las mujeres tenemos sobre temas que dominamos perfectamente. Sin embargo, antes de que cuestionen todo por el uso de la palabra en un texto escrito en españolo argumenten que el mansplaining no puede ser reducido únicamente a temas de género, aclaro dos puntos importantes: en primer lugar, el término fue utilizado por primera vez por la escritora norteamericana Rebecca Solnit en 2014 en su libro titulado Los hombres me explican las cosas, un año más tarde este concepto ya estaba incluido en el diccionario urbano de lengua inglesa, posteriormente en el Diccionario de Oxford y hoy en día está en camino de ser aceptado por la RAE, lo cual indica que el término sí existe para la academia, esa que es tan conservadora a veces.

el mansplaining visto de manera ‘neutra’ puede ser entendido como el acto de explicar un tema a cualquier persona sin tener en cuenta que quien recibe la explicación sabe lo mismo o más que quien le explica

En segundo lugar, el mansplaining visto de manera ‘neutra’ puede ser entendido como el acto de explicar un tema a cualquier persona sin tener en cuenta que quien recibe la explicación sabe lo mismo o más que quien le explica, pero vale la pena aclarar que esta narrativa dominante se ejerce frecuentemente de hombres hacia mujeres en situaciones erróneamente naturalizadas. Existen campos del conocimiento como las ciencias exactas en el que las mujeres han tenido poca participación académica lo que podría hacer “casual” que las conversaciones explicativas provengan en su mayoría de hombres, pero entonces cabe aquí la pregunta ¿Por qué existe poca representación femenina en dichos espacios? A lo que se puede responder que es por la misma exclusión laboral que las mujeres hemos sufrido en los distintos sectores a través de la historia, lo que implica a su vez, que exista un valor añadido en la identidad masculina que prevalece sobre la femenina solo por temas de trayectoria.

Tampoco es que sea imperativo ir a la postura extremista e ilógica que define y valida al “feminismo” únicamente cuando una mujer llega a convertirse en astronauta o científica porque en realidad eso solo promueve la explotación, el individualismo, la meritocracia y el arribismo laboral capitalista entre nosotras.

Según la columnista Sofía García, en Estados Unidos solo el 6.6 % de los profesionales que trabajan tiempo completo en campos del conocimiento dominados por el género masculino son mujeres y en la India, las mujeres representan solo el 28 % de la fuerza del trabajo general, sin entrar a clasificar entre la mano de obra calificada y la que no lo es. Este desbalance que supera por el doble la participación de la mujer y privilegia al hombre en los distintos frentes laborales y académicos, sí da espacio a que haya hombres haciendo uso del mansplaining ‘neutralmente’, además refuerza el estereotipo de que el género masculino puede per se entender y explicar todo fácilmente mientras que el género femenino debe esforzarse más de lo necesario para comprenderlos y aún más por obtener un espacio en un ámbito que favorece y confía de entrada en la opinión masculina. Tampoco es que sea imperativo ir a la postura extremista e ilógica que define y valida al “feminismo” únicamente cuando una mujer llega a convertirse en astronauta o científica porque en realidad eso solo promueve la explotación, el individualismo, la meritocracia y el arribismo laboral capitalista entre nosotras. Que quede claro que aplaudimos a las mujeres que han tenido la posibilidad de triunfar en un mundo hecho por y para varones, sin embargo, a nosotras lo que nos importa es hacer uno más justo que valore lo colectivo antes que la competencia individual porque a la larga no es que al feminismo le falte enfoque de clase sino que a la lucha de clases le falta enfoque de género, de lo contrario es solo neoliberalismo disfrazado.

El mansplaining también sigue la idea de que a la mujer hay que cuidarla o protegerla, infantilizando así sus capacidades a tal punto de minimizar las prácticas femeninas y sostener los privilegios de los hombres en su posición de poder que les permite todo, desde explicar con autoridad algo hasta lanzar un piropo callejero porque sea como sea para un hombre lo importante es figurar en cualquier parte: en lo privado, con una risa burlona o un golpe en la mesa y en lo público con la invalidación de cualquier comentario que ponga en duda su conocimiento y de paso su hombría. Miguel Llorente expone, por ejemplo, que un hombre pocas veces va a sentirse en la obligación de meterse en la cocina a explicarle cautelosamente a una mujer cómo fritar un huevo pero sí le resulta importante demostrar su posición de superioridad en los espacios que históricamente le han correspondido.

No es posible que la sutilidad, que nunca es inocente, intente ocultar las relaciones de poder que este tipo de conductas continúan marcando en los espacios públicos cuando el poder y el discurso del hombre se vean “amenazados”.

Sin embargo, esa necesidad absurda de querer dejar el mansplaining libre de cargas patriarcales es lo que debemos revisar como actores sociales. No es posible que la sutilidad, que nunca es inocente, intente ocultar las relaciones de poder que este tipo de conductas continúan marcando en los espacios públicos cuando el poder y el discurso del hombre se vean “amenazados”. Para Pierre Bourdieu, la eternización de las estructuras de dominación se sirve de instituciones como: la familia, la escuela, la iglesia y el estado, que se encargan de reproducir, perpetuar y aceptar como naturales las relaciones mediante la violencia simbólica, una violencia que es invisible pero configurada de tal modo que los dominadores inyectan convenientemente y que los dominados adoptan y ejecutan a veces sin saberlo y otras a pesar suyo. Esta forma de actuar bajo la norma sin cuestionarse nada al respecto es lo que Bourdieu denomina habitus. El mundo, su jerarquización social y las prescripciones arbitrarias que se han inscrito en él corresponden a una fuerza del orden masculino como lo afirma Elsa Guevara en el siguiente fragmento tomado de su ensayo La masculinidad desde una perspectiva sociológica:

Se trata de un orden que funciona como una máquina simbólica, donde la división sexual del trabajo, y las estructuras tanto del espacio como del tiempo, constituyen los ejes sobre los que descansa su organización (…) Los hombres, poseedores del monopolio de la producción y reproducción del capital simbólico, tienden a asegurar la conservación o el aumento de dicho capital y, para ello, utilizan todas las estrategias a su alcance: de fecundidad, matrimoniales, económicas y sucesorias, que se encuentran orientadas hacia la transmisión de los poderes y los privilegios. (Guevara-Ruiseñor, 2008).

Es así como las relaciones sociales están compuestas de violencias normalizadas e incluso etiquetadas como micromachismos cuando en realidad son macro articulados perfectamente con los aparatos de la sociedad. Para Michel Foucault, el poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII cuando el poder político acababa de proponerse como tarea la administración de la vida lo que se llamó: biopolítica de la población, centrando el cuerpo como máquina en donde, entre otras cosas, la mujer debe aportar con su papel esencial de dócil, útil y proveedora de vida, asumiendo la carga biológica y política de lo femenino.

Es preocupante ver cómo a las mujeres nos han silenciado desde hace mucho tiempo porque no se nos es permitido hablar en voz alta de lo que conocemos, expresar la incomodidad que generan las charlas con gente que está sentada en sus privilegios o decidir sobre lo que es nuestro porque se nos pide autocensurarnos para no incomodar.

Es preocupante ver cómo a las mujeres nos han silenciado desde hace mucho tiempo porque no se nos es permitido hablar en voz alta de lo que conocemos, expresar la incomodidad que generan las charlas con gente que está sentada en sus privilegios o decidir sobre lo que es nuestro porque se nos pide autocensurarnos para no incomodar. Basta de tener que repetir la historia, ya la sociedad tiene una deuda lo suficientemente grande con nuestras ancestras como para que a nosotras se nos continúe silenciando, interrumpiendo o burlando en los espacios que son de todos y para todos. En la canción Las que faltaron, Rebeca Lane menciona los nombres de algunas mujeres que no se encuentran en la memoria de la historia a pesar de haber hecho grandes aportes a la humanidad y de haber obtenido inmensos logros en sus vidas, porque sucede también que se nos deja hablar pero sin derecho a reclamar el crédito. Solo por citar algunos de los nombres incluidos por Rebeca Lane están Aglaonice de Tesalia y sus predicciones sobre los eclipses de luna, Ada Lovelace y su máquina de cálculo puro, Joanne Rowling publicando bajo el pseudónimo JK, Lynn Margulis y la microbiología y la política Dolores Ibárruri gritando “no pasarán” durante la Guerra Civil Española. Por lo tanto, la historia, la cultura, la academia, la sociedad y los entornos públicos deben replantearse la configuración de los discursos y su traducción en la proyección individual y grupal para permitirnos reflexionar, tanto a mujeres como hombres, sobre todo el habitus que no nos deja avanzar y así eliminar la condescendencia con la que se ejecutan y se permiten tantos comportamientos subordinados al servicio de una autoridad masculina ganada sin mérito alguno más allá del hecho de ser hombre. La dominación del otro empieza por la palabra, entonces cuestionémonosla para dejar de replicar la siempre conservadora, sesgada e ineficaz naturaleza de las cosas.

Para finalizar, me permito dedicar las ideas anteriores a mis compañeras de trabajo y estudio que saben de lo que hablo, a mis grandiosas mujeres estudiantes que se están formando para cambiar la sociedad, a mi mamá, mis abuelas, mis amigas, mis tías y hermana por su intuición y sus métodos para rehusarse a repetir patrones sociales y románticos tóxicos, a mis lectoras por tomarse el tiempo para estar a favor o en contra de lo que aquí digo, a todas las mujeres que, como el poema, hacen camino al andar y a aquellos hombres que entienden a qué nos referimos nosotras y están aceptando el cambio.

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