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Palestina, la rabia como vocación

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La realidad del pueblo Palestino agrieta el alma. Parece que el dolor no es suficiente, ni la mentira, ni la hipocresía de los gobiernos y la prensa occidental. El multilateralismo agacha la mirada para sostener que Palestina no debe tener ni un presente, ni un futuro soberano. El reconocimiento que hacen algunos países de la existencia del Estado palestino parece no ser más que el saludo a la bandera del sistema internacional de derechos humanos y a los solapados valores de las democracias liberales. 

Es que la marca histórica y el horizonte de la nación mediterránea debe ser la colonia y el riesgo de la desaparición cultural y física. Palestina es la terrible muestra paradigmática de lo que Franz Fanon llamaba «la zona del no ser», la zona de la negación colonial de toda humanidad. 

El genocidio asciende a las 66.055 personas asesinadas en Gaza, quizás sean más por subregistros. El control dictatorial de Israel sobre Cisjordania, que no tiene nada que envidiar a los regímenes fascistas, es un control que cuenta con el beneplácito de burócratas palestinos, y continúa pese a todo tratado internacional y a toda resolución de la ONU. 

En su famoso discurso sobre la colonialidad, Aimé Cesáire decía:

«Una civilización (la civilización occidental) que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales es una civilización herida. Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda».

Un civilización moribunda, hipócrita, profundamente hipócrita que no hace nada frente a la violación rampante del Estado de Israel al derecho internacional humanitario y al derecho de mares, cuando en aguas internacionales este país secuestra a cientos de personas de distintas nacionalidades que tenían como propósito abrir un corredor humanitario para Gaza. Una agresión que equivale, en realidad, a la agresión de cada nación. Y tras el secuestro viene la tortura en cárceles israelíes. El secuestro y la tortura a los miembros de la Global Sumud Flotilla que pasa como una noticia más, porque el perpetrador es un aliado occidental. No es un país racializado del sur global, pobre. No, el agresor, el victimario es un aliado estratégico del norte global en la tensa región árabe. 

En el mismo discurso sobre la colonialidad, publicado en 1950 en parís, Aimé Cesáire sentenciaba: 

«en el fondo lo que no le perdona a Hitler (“el burgues” europeo, u occidental para el caso) no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillacion del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora solo concernian a los arabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de Africa (…) He hablado mucho de Hitler. Lo merece: permite ver con amplitud y captar que la sociedad capitalista, en su estadio actual, es incapaz de fundamentar un derecho de gentes, al igual que se muestra impotente para fundar una moral individual. Quiérase o no, al final del callejón sin salida de Europa, quiero decir de la Europa de Adenauer, de Schuman, de Bidault y de algunos otros, está Hitler. Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia filosófica, está Hitler».

Y así Cesáire procede a evidenciar cómo prominentes humanistas y hombres de letras europeos justificaban toda clase de crímenes contra la población colonizada. Con razones raciales, morales e incluso intelectuales, justificaban el hecho colonial. El problema para occidente no fue Hitler, fue que Hitler ejerciera las prácticas que Europa perpetuaba no sobre la población blanca y occidental sino sobre la población racializada de otras latitudes asumidas como bárbaras. El occidente blanco colonizador, el norte global diríamos hoy, ya tenía un Hitler dentro de sí. Las prácticas y discursos fascistas eran las prácticas y discursos que llevaba occidente al mundo colonizado desde años atrás. 

Hoy, el pueblo blanco europeo sometido al genocidio hace más de 80 años, ejerce el poder colonial y revive el Hitler que le sometió «nadie coloniza inocentemente, que tampoco nadie coloniza impunemente; que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización y, por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, quiero decir, su castigo», insistía Cesáire.

La hipocresía no es, en lo absoluto, una novedad. La diferencia moral entre buenos y malos para las potencias occidentales tiene que ver con aliados, color de piel y recursos. Ese es el rasero de los derechos humanos para el poder imperial. 

Por estos días me hace más sentido la canción Días y Flores, de Silvio Rodríguez:

Será que a la más profunda alegría
me habrá seguido la rabia ese día,
la rabia simple del hombre silvestre,
la rabia bomba, la rabia de muerte,
la rabia imperio asesino de niños,
la rabia se me ha podrido el cariño,
la rabia madre, por Dios, tengo frío,
la rabia es mío, eso es mío, sólo mío,
(…)
la rabia dame o te hago la guerra,
la rabia todo tiene su momento,
la rabia el grito se lo lleva el viento,
la rabia el oro sobre la conciencia,
la rabia —coño— paciencia, paciencia.
La rabia es mi vocación.
Si hay días que vuelvo cansado,
sucio de tiempo, sin para amor,
es que regreso del mundo,
no del bosque, no del sol.

La rabia ante la impotencia, la maldita impotencia de atestiguar un juego de mesa entre gigantes, un juego ya bien conocido en la historia por el reparto de bienes, tierras y poder. Este reparto que recuerda cuando en el siglo XIX las potencias coloniales dibujaron fronteras inexistentes para los pueblos, y crearon países no en razón de historias y culturas sino de intereses económicos y geopolíticos. 

Un juego siniestro al que a veces llaman tratado y que ahora llaman «plan de paz para Palestina» o «plan de paz de Trump». En el siglo XX las potencias implantaron a sangre y fuego un hijo llamado Israel a imagen y semejanza de los patrones occidentales coloniales. Ahora, en el siglo XXI, con este juego los gigantes nos dicen que ni la continuidad del régimen de apartheid contra el pueblo palestino, ni el genocidio, son suficientes. No, no importa solo cercar a una nación, hay que impedir también que piense, que decida a quien elegir. Y esto tampoco es nuevo en la historia. Los cánones del colonialismo puro y duro son la siguiente carta en este juego de poder.

Este Plan, ideado por el gobierno Trump con el beneplácito del Estado genocida, reproduce los cánones coloniales y recuerda otras aventuras estadounidenses. Como señaló Leandro Albani en su artículo El «plan de paz» de Trump para Gaza: colonización y negocios para el portal Desinformemonos: 

«El plan de Trump nos recuerda a la administración de George W. Bush y la imposición en Irak de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) en 2003, tras la invasión militar de aquel país. Encabezada por Paul Bremer III, la APC tuvo la función de organizar el saqueo de los recursos naturales, recrudecer las diferencias internas en Irak, presentarse como una institución transitoria que blanqueó las atrocidades cometidas por las tropas norteamericanas y convertirse en punta de lanza para, por un lado, aplicar un modelo neoliberal salvaje y, por otro, “gestionar” sumas de dinero millonarias que terminaron en decenas de compañías contratistas, como fue el caso de Halliburton, que tenía entre sus principales directivos a Dick Cheney, vicepresidente en la administración Bush».

Las voces bien pensantes han celebrado la propuesta —que inluye además de la violación a la autodeterminación del pueblo, la proyección de, basicamente, un resort para el turismo y los negocios de la población blanqueada construido sobre el bombardeo de Gaza— y repiten cuan mantra la exigencia de la devolución de los rehenes israelíes retenidos por las milicias armadas del partido Hamas (con el fin, justamente, de proponer un intercambio de rehenes), aún cuando las condiciones completamente desiguales se evidencian en la cifra de 48 rehenes israelíes frente a 11.000 prisioneros políticos palestinos. El absurdo llega a un punto inimaginable: el ataque abierto al derecho a la autodeterminación, la salida colonial al colonialismo, se celebra en los grandes medios y en los gobiernos de occidente y el mundo árabe. De nuevo con Cesáire «La maldición más común en este asunto (Colonización y civilización) es ser la víctima de buena fe de una hipocresía colectiva, hábil en plantear mal los problemas para legitimar mejor las odiosas soluciones que se les ofrecen».

La impotencia se procura tramitar con el apoyo al boicot o con donaciones, pero también con el ruido: el ruido informativo contra el silencio que procura el blanqueamiento del genocidio, el ruido de la movilización, el ruido que incomode, aunque sea un poco, a la nueva corte colonial de gobiernos occidentales y árabes hipócritas y de la prensa vasalla. El ruido contra el poder imperial y la incomodidad frente al silencio ensordecedor que queda después del bombardeo. Y aún así la rabia continúa, la rabia como vocación, la rabia contra esta realidad indignante.

«No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es lo más importante».

Ernesto Guevara

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