Los poderes mediáticos, institucionales y coercitivos que componen el bloque dominante están alineados por estos días en una causa común: la reglamentación de la protesta. Desde arriba claman por abrirle un nuevo capítulo a la urbanidad de Carreño que ayude a delimitar de una buena vez cómo, cuándo, a qué horas y por dónde protestan “las personas de bien”, y es que en cuanto la ciudadanía que adversa al régimen pisa la calle para manifestarse, los poderes -que entienden mucho mejor que nosotros que protestar y luchar sí funciona- lanzan su contra-ofensiva, ya sea con la violencia brutal, atemorizante y poco televisada de la policía o con la cantinela diaria de periodistas y formadores de opinión de todos los pelambres que coinciden en el oficio de lamer las almorranas del poder desde sus micrófonos o con las declaraciones amenazantes del alto gobierno que pide a gritos volver tan inofensiva como sea posible una de las pocas herramientas que tienen las y los de abajo para defender sus intereses y derechos frente a los atropellos casi siempre impunes que perpetran los que mandan.
Muy extensa resultaría la lista de garantías y libertades colectivas e individuales de las que gozan las sociedades del mundo por cuenta de procesos de movilización, protesta y reivindicación, o de los asuntos otrora invisibles que hemos empezado a ver y discutir gracias a que en las calles hay y ha habido gente incomodando. No puede olvidarse que tras cada libertad, derecho o avance social que humaniza nuestra existencia, siempre hay revueltas, manifestaciones, barricadas y calles abarrotadas, es precisamente esto lo que explica la desesperación del poder por sembrar el imaginario que protestar no sirve, porque aunque el combate es ciertamente desigual, a veces la plebe triunfa y derriba a Goliat de una certera pedrada entre los ojos, es justamente la posibilidad de ser vencidos la que quieren aniquilar de tajo quienes mandan sembrando por todos los medios disponibles la fobia generalizada a la protesta y el reclamo como maneras de tramitar los conflictos y tensiones sociales.
Las señales de los últimos días muestran de forma inequívoca que la movida que empezó el gobierno de Santos con la expedición del Código de Policía y Convivencia Ciudadana será retomada con todo entusiasmo por Duque para neutralizar las expresiones de descontento social que lo persiguen desde el día 1 de su mandato. Martha Lucia Ramírez, la vicepresidenta de Colombia, aseguró durante un discurso pronunciado en el cumpleaños 170 del Partido Conservador- colectividad en la que dicho sea de paso comparte militancia con gentes tan distinguidas como la prófuga Aida Merlano- que si no se reglamenta la protesta la anarquía devorara el mundo en que vivimos, a su turno el tristemente célebre senador ‘Manguito’ del partido ASI en su papel de corre, ve y dile del Centro Democrático ya se ofreció para presentar un proyecto de ley que prohíba las movilizaciones entre semana, remata esta serie de declaraciones la ministra del interior Nancy Patricia Gutiérrez que en entrevista con la W Radio dijo que la reglamentación de la protesta no va por ahora pero que en el futuro, cuando las aguas se calmen, es inevitable la presentación de una ley estatutaria con ese objetivo. La estrategia está cantada: ambientan ahora la idea, miden su recepción, la retiran y cuando alguno de nuestros típicos y cotidianos desastres nos haga olvidar que el ejército sacó a bala a unos estudiantes de la Universidad del Atlántico y que policías se infiltraron en las marchas estudiantiles para después desprestigiarlas en los medios, meten la medida sin hacer mucho ruido y listo.
Los que estamos al otro lado de la línea tenemos que entender en relación con la protesta varias cosas: la principal, en mi opinión, es que esta no puede seguir siendo un elemento puramente testimonial del descontento. Las marchas, manifestaciones y movilizaciones son esencialmente herramientas de articulación de mayorías, no solo oportunidades para patalear o dejar constancias frente al adversario. Tenemos que ser capaces de hacer de la protesta un ejercicio masivo y contundente que concrete la denuncia frente a la injusticia y que también sea capaz de encarnar la esperanza en el cambio. Para que esto ocurra y para ir neutralizando las fobias con las que el enemigo ha seducido a la mayoría de la gente, es fundamental innovar en los sonidos, en lo que cantamos, en los símbolos con que representamos, en la forma en que comunicamos, en lo que se dice en los discursos, no abandonar temas de convocatoria, persistir en ellos, hay que hacer de protestar una puesta en escena del poderío de los de abajo en la que cada detalle es cuidado, no por hacer caso a esa odiosa idea de orden agenciada por el poder, sino porque se entiende que una protesta es más que una tarea por cumplir en un cronograma a la que podemos concurrir a ver qué sale, una protesta es una batalla en la que quienes participan buscan arrancar victorias y crear contradicciones en el enemigo, esto claro, es solo posible en el marco de una izquierda que abandone inercias, reflexione sobre sí misma intensamente y entienda que cada pulso que perdemos no es solo una medalla que los viejos y contados militantes de nuestras siglas agregan a las charreteras de su persistencia, sino que con ellas se prolonga un estado de cosas en el que al pueblo nunca le toca.
Lo grave es que la ’protestofobia’ no es solamente una reacción de temor o rechazo frente a la movilización y la protesta social, esta se ha ido extendiendo hasta llegar a convertirse en una manera de ser y estar en el mundo, una serie de valores, actitudes y códigos llevados a nuestra subjetividad según los que nunca cabe reclamar, contradecir, quejarse, criticar, ni disentir en ninguna forma. A contra cara, la ideología dominante promueve descaradamente la sumisión, el aguante infinito y la aceptación imperturbable y sonriente de las desgracias y los dolores que nos aquejan.
Desde Ecuador nos llega un buen ejemplo de la utilidad enorme que tiene para una sociedad protestar, en los días y semanas que vienen, habrá varias posibilidades para defender nuestro derecho a la protesta como debe ser: protestando. Al miedo que promueven los de arriba hay que contestar con la esperanza puesta en movimiento por los de abajo, la gente en las calles puede cambiarlo todo.