Esta máquina, al ser un proceso también, se va modificando internamente. Resultado de la movilización, por ejemplo, de organizaciones étnicas excluidas del mapa de poder; de organizaciones populares; de mujeres; de diversidad; el aparataje institucional va incluyendo tanto políticas que amplían derechos como cargos con otros sectores sociales.
Ser gobierno no es ser poder, es una frase que se repite continuamente, en unas ocasiones como una explicación sobre los alcances reales del momento actual, y en otras como un mantra ante la impotencia política.
El Estado es como una máquina en continua construcción, esta construcción implica un proceso social de ampliación de derechos o de restricción. También se puede entender como una relación social que se va sedimentando en función de las tensiones políticas que se van dando en la historia.
Como producto de la tensión, o de las «correlaciones de fuerza», el Estado va adquiriendo una forma contradictoria.
En el caso colombiano, se trata de una forma centralista, ya que muchas de las decisiones vienen de Bogotá, y se extienden hacia centros administrativos que le son subsidiarios a nivel regional. Racista, por cuanto se asienta sobre una estructura heredera del orden colonial de exclusión que funciona desde una lógica fundamentalmente asistencial; así como clasista y patriarcal, en tanto los recursos y cargos se concentran y ordenan por la cercanía o distancia a los grupos de elite, una elite blanqueada y masculina.
Cabe decir que esta garantía de derechos puede seguir marcada, por ejemplo, por la lógica asistencial —colonial— que no fortalece políticamente, ya que el derecho se asume como la transacción cortoplacista de una suma de recursos específicos dirigida a los sectores obligados a la periferia social, cultural y geográfica.
Esta máquina, al ser un proceso también, se va modificando internamente. Resultado de la movilización, por ejemplo, de organizaciones étnicas excluidas del mapa de poder; de organizaciones populares; de mujeres; de diversidad; el aparataje institucional va incluyendo tanto políticas que amplían derechos como cargos con otros sectores sociales. Pero también puede ir restringiendo los derechos que apuntan a lo público, a mayor igualdad y a la justicia social, así se sigan preservando algunas cuotas de inclusión. Cabe decir que esta garantía de derechos puede seguir marcada, por ejemplo, por la lógica asistencial —colonial— que no fortalece políticamente, ya que el derecho se asume como la transacción cortoplacista de una suma de recursos específicos dirigida a los sectores obligados a la periferia social, cultural y geográfica.
Pero además esta configuración no es homogénea en las instituciones que componen al Estado, unas son más proclives a la ampliación e integración de personas y derechos, y otras, por el contrario, a la preservación de las estructuras de exclusión.
Hay un asunto adicional: quienes han logrado manejar en la historia, desde arriba, esa maquinaria, han sido los sectores de élite nacional y regional que cuentan con los recursos suficientes para tener redes de clientela que insertan en la máquina y que responden a sus intereses, sumado, por supuesto, a la posesión de empresas y medios de comunicación que empujan las decisiones que se tomen desde el Estado hacia sus intereses específicos.
Visto así, la tarea de ampliación de derechos desde el Estado asume también una perspectiva histórica —una perspectiva compleja si se asume, además, una postura radical anticapitalista y escéptica del Estado…—.
Cuando llega un gobierno distinto, que en la práctica es una administración de esa maquinaria heredada, este cuenta con una capacidad parcial para movilizar en una dirección u otra ese proceso sedimentando.
Visto así, la tarea de ampliación de derechos desde el Estado asume también una perspectiva histórica —una perspectiva compleja si se asume, además, una postura radical anticapitalista y escéptica del Estado…—. En lo inmediato, esa tarea se dificulta mucho más cuando se ocupa un lugar marginal en una institución conservadora, del tipo que tiende a la exclusión. En este tipo de espacio se impone una pregunta constante: ¿Qué tanto se modifica la máquina desde adentro y qué tanto se pasa a ser un instrumento más de la máquina?
En ese sentido se puede ratificar una certeza que se dice frecuentemente en ciertas organizaciones alternativas: esa máquina-proceso difícilmente se modifica solamente desde adentro, siempre será necesario que los sectores periféricos, subalternizados, la empujen también desde fuera, pero no solo en la perspectiva transaccional de recursos inmediatos, sino de cambio sustancial de las relaciones que reproducen las lógicas opresivas y de exclusión estatal. De otro modo difícilmente se pasará de ser gobierno a ser poder, y ser poder popular también.