Un conjunto de cantantes colombianos del género urbano se unió a Karol G para interpretar una canción que representara a Colombia. Dicha canción recibió el nombre de “+57”, haciendo referencia al indicativo del país. Contrario a lo que los artistas deseaban, en lugar de que la canción se convirtiera en un éxito aplaudido por el país, estuvo en el foco de la controversia especialmente por una parte en la que sexualizan a una menor de edad: “una mamacita desde los fourteen”. La controversia fue tan amplia que incluso el presidente Gustavo Petro se pronunció al respecto. Como resultado de las críticas, los artistas cambiaron la letra por “una mamacita desde los eighteen”, para así no hacer referencia a una menor de edad (en Colombia, al menos. En otros países, la mayoría de edad puede llegar hasta los 21 años).
En redes sociales se evidenciaron todo tipo de comentarios, pero un tipo en particular me llamó la atención. Muchas personas aprovecharon la situación para, como es costumbre, señalar que el reggaetón es el responsable de la degradación de la juventud y, por ende, es la causa de la sexualización de las menores. Sin embargo, esto no es cierto.
Mi primera experiencia de acoso la viví a los 8 años. Por una emergencia familiar, un domingo en la mañana salí corriendo apurada a la farmacia para comprar unos medicamentos y no llevé chaqueta. Salí con mi blusita de tirantes con la que había dormido. En las dos cuadras que separaban a mi casa de la droguería recibí miradas sobre mis pechos de infante. Desconocía, antes de esa experiencia, que esa parte de mi cuerpo pudiera ser foco de atención. Dos señores que superaban los 50 años me sexualizaron con comentarios obscenos.
Esta experiencia no la nombro para poner el centro en mí, porque sé que ésta no es sólo mi experiencia, es la de la mayoría (sino es todas) las mujeres que fuimos criadas en este país: nuestras primeras experiencias de acoso fueron vivídas en la infancia, la preadolescencia o la adolescencia. Supimos a una edad muy tierna que ser mujeres implicaba que nuestro cuerpo no fuera tratado con respeto ni como una persona, sino que fuera considerado un objeto para el placer de los hombres. Y quienes nos acosaron y cosificaron no fueron justamente los hijos del reggaetón nacidos entre los 90 y los 2000; fueron los señores nacidos a mitad del siglo pasado. Para evidenciar la gravedad del problema, “según cifras de Medicina Legal solo en el último año, con fecha de corte al 10 de abril de 2024, se reportaron 19,192 casos de abuso sexual contra menores, es decir, 53 casos por día”. A esto hay que sumar la cantidad de casos no denunciados, como el mío, que se queda en un “piropo” y ante el cual ningún adulto en la calle interviene para defender a las niñas.
Dicho lo anterior, me pregunto si en realidad el reggaetón es el responsable de que la cosificación de las niñas esté tan normalizada. Y para mí es clarísimo que la respuesta es un rotundo no. La sexualización de las niñas tiene una historia de larga data, que se evidencia en el hecho de que nuestras abuelas contrajeran matrimonio o fueran apresadas por un marido normalmente muchísimo mayor que ellas, cuando apenas eran unas niñas de 12, 13, 14 o 15 años. También se evidencia en que ellos, los señores que crecieron con otros géneros musicales, fueran nuestros victimarios cuando las hijas de los 90 estábamos creciendo. Ahora, de manera hipócrita, se lavan las manos con respecto a la responsabilidad que tienen en la reproducción de la cultura que cosifica los cuerpos de las mujeres tirando las culpas a un género musical.
El reconocimiento de lo anterior no exime de responsabilidad a los artistas adultos que pudiendo comprometerse con la transformación de la cultura deciden reproducirla. Por supuesto que Karol G y compañía tienen responsabilidad por la reproducción de la cultura que objetiva a las niñas. Pero hay que reconocer que lo hacen justamente como reproductores de esa cultura y no como productores.
Por lo tanto, el problema no es el reggaetón o estos artistas, sino que es más profundo: es la cultura colombiana que ha normalizado que los cuerpos de las niñas sean vistos desde la mirada de la perversión. En ese sentido, son ellos tan responsables como lo son los padres que regalan cirugías de implantes de senos a las niñas en sus 15 años, los hombres que acosan a las estudiantes, los hombres que comentan que deberían legalizar a las de 15 años, los familiares que a las niñas les dicen “ya tienes cuerpo de mujercita. Ya puedes casarte”, “¿ya tienes novio?” y demás comentarios con los que crecimos muchas de nosotras y que lo único que logran es que las niñas crezcan sintiendo que sus cuerpos son objeto de observación y son para el placer de un externo: los hombres. De igual modo, esos comentarios que educan a los hombres para ver a las mujeres como un objeto que existe para su placer y no como personas que merecen respeto.
En consecuencia, todos nosotros tenemos la responsabilidad de no reproducir la cosificación de los cuerpos de las mujeres y en especial de las niñas. Esto no sólo recae sobre un género musical y tampoco fue el reggaetón el que produjo el problema. El reggaetón y las letras que son problemáticas son resultado de la cultura que los ha parido. En este sentido, para acabar con la sexualización de las niñas es necesario ampliar la mirada crítica y en lugar de lavarnos las manos tirando el agua sucia a un género musical, asumamos la responsabilidad que tenemos en la reproducción de esos imaginarios que conducen a ver a una niña de 14 años como una mamacita. La responsabilidad de transformar lo que está mal en esta sociedad es nuestra, de todos y especialmente de los hombres que acosan y sexualizan a las niñas. Sólo entonces no será necesario que una canción sea (de manera justificada) censurada, sino que la cultura no dará a luz ese tipo de producciones.