Trabajar para vivir, vivir para trabajar, y cumplir mandatos sociales

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Teniendo en mente el título de este artículo, por casualidad encontré una frase de la autora argentina Alejandra Pizarnik mientras navegaba por internet: «me pregunto quién inventó la expresión ganarse la vida como sinónimo de trabajar. En dónde está ese idiota».

a esta lógica sistémica se suma la asfixia de otras exigencias sociales, que podemos llamar demandas para ser visto, reconocido, o mandatos para el estatus social.

Y es cierto, por lo menos para quienes no rendimos culto a la explotación y autoexplotación laboral, el sin sentido del capitalismo que resulta de ver cómo se va la vida en el trabajo, porque se requiere del trabajo para poder vivir. 

Pero no es solo la explotación laboral, a esta lógica sistémica se suma la asfixia de otras exigencias sociales, que podemos llamar demandas para ser visto, reconocido, o mandatos para el estatus social. Para ser asumido por los pares como un igual o un superior antes que como una persona inferior. 

Se trata de una serie de mandatos que exigen cumplir con diversas expectativas. Por ejemplo, tener empleo, un buen empleo, así de forma intuitiva se sepa que la oferta laboral es limitada —porque en el capitalismo el desempleo es necesario para forzar la competencia por acceder a malos trabajos, con malos ingresos y pésimas condiciones—.

Independizarse, y posteriormente tener vivienda propia, así, precisamente, debido a la inestabilidad económica, se dificulte que el grueso de la población logre tener casa propia, pero el estatus en función de la propiedad y el poder adquisitivo aún son regla en este sistema. 

Porque el matrimonio es uno de los mejores mecanismos para reproducir la lógica legal de propiedad, y porque siempre se necesitará de una autoridad mayor, como Dios o el Estado

Tener pareja, bajo cualquier circunstancia, y casarse, así esto parezca cosa del siglo XIX, pero en las películas comerciales o las series —entendidas como productos culturales de representación y reproducción de los valores sociales—, y en la mentalidad cristiana que les subyace —sea de raíz protestante o católica— , sigue siendo un imperativo para evitar la mirada condescendiente o el qué dirán que implican la soltería o la unión libre. Porque el matrimonio es uno de los mejores mecanismos para reproducir la lógica legal de propiedad, y porque siempre se necesitará de una autoridad mayor, como Dios o el Estado —bajo la vigilancia conservadora del grupo familiar— para avalar el amor y casi cualquier experiencia personal. 

Y en otra dimensión de la vida, si cierta persona puso un pie en el mundo académico, es mejor visto quien va acumulando títulos —porque el autodidactismo o el estudio al margen de la institucionalidad en realidad no gozan de reconocimiento social—, que quien hizo un técnico o un pregrado, algo curioso si se tiene en cuenta que esa acumulación de cartones no tiene, necesariamente, una traducción en el mundo laboral con mejores ingresos o mayor estabilidad. Títulos por el estatus, no en función de una aspiración colectiva o de una relación con el conocimiento que no sea meramente utilitaria.

el absurdo del sistema de explotación que existe bajo el capitalismo, en donde la «realización personal» está mediada por la cantidad de horas destinadas a dejar la vida en uno o varios trabajos, aumenta con la opresión que supone la vigilancia social interiorizada sobre estos aspectos

Por supuesto, hay quienes deciden asumir algunos de estos papeles, o emprender estas acciones por pura vocación, aunque me pregunto hasta qué punto el mandato de estatus no interviene para cumplir al pie de la letra con las expectativas sociales. 

Y así, el absurdo del sistema de explotación que existe bajo el capitalismo, en donde la «realización personal» está mediada por la cantidad de horas destinadas a dejar la vida en uno o varios trabajos, aumenta con la opresión que supone la vigilancia social interiorizada sobre estos aspectos, e incluso sobre los modos de llevar los tiempos de ocio, bajo estándares específicos para disfrutar o divertirse. 

Y poco a poco se va haciendo más estrecho el espacio en la vida cotidiana para pensar en otras formas de trabajo, de relación, de formación, porque el tiempo de reflexión y cuestionamiento se va diluyendo en esas exigencias opresivas para alcanzar un mayor estatus social.

Entonces están los patrones en el mundo laboral, y la mirada vigilante de los otros en los espacios de socialización. Una reunión familiar, una conversación entre cervezas con amigos, se convierten también en escenarios para activar estos mandatos por el cumplimiento de expectativas. Y poco a poco se va haciendo más estrecho el espacio en la vida cotidiana para pensar en otras formas de trabajo, de relación, de formación, porque, conforme pasan los años, el tiempo de reflexión y cuestionamiento se va diluyendo en esas exigencias opresivas para alcanzar un mayor estatus social. El consumo, la propiedad, el matrimonio, son los deberes a cumplir según la mirada y el comentario del otro, de la moral conservadora que persiste.

Ya esto lo dijeron autores críticos de distinto signo, especialmente desde el anarquismo y el feminismo, pero pese a la denuncia, las voces disidentes ante lo explotador y opresivo del sistema siguen siendo marginales. El monstruo del mandato social conservador que legítima el modo absurdo de vivir la vida en este sistema, sigue siendo más grande y aplastante.

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