Ni bichota, ni tropicoqueta

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Desde hace unos días todo el mundo empezó a hablar de ‘Tropicoqueta’, mis redes sociales se llenaron de videos, noticias… como si se tratara del tema del momento, casi tan importante como los ataques de Israel a sus vecinos, y por supuesto, yo no me podía quedar por fuera de la conversación. Así que me puse a la tarea de escuchar casi que todas las canciones y ver los videos, para poder escribir este texto que nadie pidió, arriesgándome a todo tipo de ataques y ofensas, porque hay deidades con las que una no se debe meter, como Carlos Vives, Shakira, Ricardo Arjona, ni Karol G. Se aceptan memes de Marx, ¡pero nunca una reflexión que critique a las estrellas!

Lo primero que hay que decir es que ‘Tropicoqueta’ es un muy buen producto de consumo. Sin lugar a dudas llega a las audiencias que el estudio de mercado identificó, los videos responden a los objetivos publicitarios, el vestuario y los escenarios claramente fueron cuidadosamente pensados e implementados. Como  no soy erudita en reggaeton, me abstengo de opinar sobre las pistas de las canciones o las rimas extrañas.

Pero eso no implica que pongamos unos pesos innecesarios sobre los hombritos de artistas como Karol G. A la pobre, las feministas le echan encima una carga que no quiere, las decoloniales quieren que en sus letras incluya frases de Walter Mignolo; las que creen en el pensamiento crítico, esperan con ansias que cante que latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, y lo cierto es que ella está muy muy muy lejos de eso.

La música no es solamente para cantarla, bailarla o perrearla hasta el subsuelo, también es importante reconocerla como fenómeno estético y todavía más como síntoma cultural, en línea con Mark Fisher. No hay que olvidar que el capitalismo lo permea todo, es peor que un vinipel, porque no solamente envuelve, sino que además, impregna, clona y en algunos casos, parece que el vinipel no está, pero sí.

Por ejemplo, el capitalismo clonó el feminismo para crear el feminismo de likes, uno que responde a la fórmula consumismo + feminismo = empoderamiento. Se valió del individualismo para vaciar las reivindicaciones básicas y convertirlas en ejercicios puramente identitarios y netamente aspiracionales desde un punto de vista neoliberal. 

El feminismo de likes solo busca reproducciones, interacciones y alcance, así que toma los mensajes del patriarcado y del capitalismo, los ajusta ligeramente, pone algunas cosas en femenino sin problematizar mayor cosa, y listo, tenemos a una mujer empoderada que habla de deseo y mientras lo hace se cosifica. 

El producto lo capitalizan influencers y medios, así que con un poquito de emoción diciendo que ahora habla la mujer deseante, vuelven al producto más feminista y novedoso, y de paso, para este caso, borran la historia, por ejemplo, a Rafaella Carrá que le cantó a la calentura, a las ganas y al orgasmo. Entonces, como yo soy una mujer latinoamericana que desea y este feminismo de likes se vuelve hegemónico, la canción me interpela y justifico la cosificación porque ahora está en boca de una mujer.

Cuando veo películas gringas y hablan de latinoamérica casi siempre usan los mismos ingredientes: un hombre de cabello largo, con pelo en pecho, un collar de oro con una cruz, tocando una guitarra española; mujeres voluptuosas con poca ropa o prendas muy ceñidas; bailes sensuales, y es opcional, la aparición de gallinas y animales de campo.Cuando se trata de Colombia, también se suma una estética traqueta y se hace alusión a la cocaína de formas bien creativas y en muchos casos, apelan a la nostalgia pre-revolucionaria de Cuba, para señalar que todo tiempo pasado fue mejor, así sea entre miseria y ausencia de soberanía.

En el norte global nunca se preocupan por comprender la heterogeneidad de latinoamérica, sino que se limitan a reproducir estereotipos fijos, casi que inamovibles, y esa visión colonial de una tierra exótica, cálida, de mujeres hermosas y hombres como Antonio Banderas en Desperado, está presente en toda Tropicoqueta, lo que resulta curioso, cuando se trata de un álbum interpretado por una mujer que viene del sur global, sin privilegios, y de la que, inocentemente se espera que problematice todo eso, pero insisto, la reivindicación del ser latinoamericana solamente se traduce en clichés, y pistas de bachata y Pérez Prado, pero nada más.

Todas nos hemos cruzado con hombres peyes. Cuando nos han salido con cagadas, las amigas han estado ahí para acompañar, aconsejar, ponerle apodos y hablar pestes del sujeto. Esto no nos hace más o menos feministas, y que Karol G cante sobre eso desde el sentido común  políticamente correcto de época, no la convierte en una vocera de los feminismos, ni de la problematización del amor romántico. El abordaje básico sobre el tema expresa un sentimiento personal, posiblemente, pero también el aprovechamiento publicitario de un sentimiento colectivo, en el que se exprimen los valores y la emocionalidad del público al que está dirigido. 

Esto es lo natural en el capitalismo, y si bien es algo normal, debería ser una invitación a que pensemos dos veces sobre quiénes y por qué son nuestros referentes políticos y culturales en estos temas. Si les gusta musicalmente Karol G, vaya y venga, ¿pero por qué canalizar en ese gusto un movimiento disruptivo y transformador?. El feminismo liberal, acomodado al sistema, se termina refrescando con una bocanada de aire consumista para traducirse en feminismo de likes en el que el feminismo termina por ser una caricatura bien acomodada a los límites del capital. 

Así como Karol G debió dejar quietos los hombritos de Felipe, es mejor que le dejemos sus hombritos sin cargas políticas y no le pidamos nada que no quiera dar. Aterrizar expectativas no es fácil, pero es mejor saber que en ella solo hay un producto de consumo que busca seguir abriéndose camino en la industria musical del norte global a partir de los estereotipos y homogeneizaciones del sur global, sin importar nada más.