AMOR ES

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Crecí en la Bogotá de los años 80, la de bombas y chicles Bublishus de contrabando. Fui niña durante esa década oscura para la historia del país, que algunos intentábamos, o nos intentaban, ocultar con lucecitas de neón. La década de las 80 de horas diarias de televisión con la que niñas y niños de barrios sin parque, llenábamos el tiempo de la vida no escolar. Como no había dibujos animados en las tardes entre semana, nos la pasábamos viendo melodramas de amor y llorando de despecho imaginado a los 8 años.

En esa Bogotá televidente, que fue el lugar de mi infancia, aprendí, como muchas otras, que el amor duele. Que duele mucho. Que un collar de espinas es el amor, un collar de espinas medio inverosímil, eso sí. La televisión me enseñaba a temer que un problema afectivo futuro, podría ser que me enamorara de un hermano al que no conocía. El tabú del incesto aparecía telenovelado. También me mostraba, la cajita TV, que las amigas traicionaban por el amor de ese hermano disfrazado de nuevo amor, y que las enemigas la podían votar a una por las escaleras hasta dejarla inmovilizada.

A las tardes de telenovelas de Latinoamérica las seguían fines de semana de telenovelas gringas traducidas en México. A esas telenovelas las empezamos a llamar series, creo, y las transmitían en primetime los domingos por la noche. Si las primeras eran medio tóxicas, en cuanto a su enseñanza del amor, las segundas lo eran y a nivel Chernóbil. En estas últimas, jóvenes gringos se traicionaban unos a otros, en loop. Allí los personajes practicaban la amistad como forma de explotación. Se trataba de historias de jóvenes, que eran millonarios, y que se la pasaban de pelea en pelea entre carros deportivos rojos. Unos malcriaditos insoportables que pretendían reinstalar el sueño americano en las imaginaciones de los púberes latinoamericanos de los años 80. 

En medio de ese desierto que la televisión intentaba instalarnos como paradigma afectivo una empresa, también capitalista, Panini, parecía enseñar sobre relaciones más recíprocas que esas que mostraba la televisión. El problema es que el tal álbum “Amor es”, era también una lección de amor dentro del Todopoderoso patriarcado ochentero. Así, la monita de “Amor es”, podría escribir como subtítulo “No estorbar mientras ella concina”.

Sí, escogí el ejemplo más clichesudo, porque fue el primero que me salió cuando le pedí a google que refrescara mi memoria sobre el contenido de las monitas que tanto amé. De todas maneras, ese sí era el tono de las dichosas monitas de “Amor es”, pues el amor era allí siempre hetero, familiarista y muy patriarcal. Sin pensar en ello, a la niña que fui le encantaba ese álbum y coleccionaba las monitas de Panini con fervor. Pero atesoraba, aún más que a las monas, los almanaques que todos los almacenes bogotanos de Chapinero y el 7 de agosto sacaban como “obsequio” para sus clientes durante las fiestas de fin de año. Aún tengo bolsadas de esas versiones pirata de “Amor es”.

Puede ser por eso que tal frase me acompaña hoy y ando preguntándome cómo llenar la siguiente, la que define qué es el amor. Hoy reconozco que estoy rodeada de mucho amor. Por fortuna, he reconocido también que a eso que llamaban amor, no era más que interés y explotación. 

A mis 45 años soy consciente de que el amor es una fuerza poderosa en mi vida y que habita en forma de novio, amigas, hijo, padres y hasta de gato. Últimamente he advertido también amor de y para mis colegas y estudiantes, algunos vecinos e incluso, uno que otro casi desconocido. 

Hoy pasó algo con lo que llené así mi tarjetica mental: Amor es, tener a quien contarle -y que se emocione tanto como yo- que una pelotica del gato que creíamos dañada, se arregló. Amor es eso, sobre todo, tener universos compartidos, referencias, canciones, recuerdos, lenguajes construidos en común e ilusiones del tamaño de una pelota de gato. Al gato le regalamos esa pelota en navidad. Es una bolita que se carga como un celular y que cuando se espicha rueda por la casa. El gato la adoró instantemente. Fuimos muy felices de verle correr con un artefacto al nivel de su intensa energía. 

El gato fue feliz con su bolita, muy feliz, hasta que se le dañó. 

Dejó de rodar. Su luz se apagó.

Yo intenté cargarla, pero no funcionó.

Habrá que admitirlo: la bola se averió.

Esta tarde, antecitos de que mi hijo saliera de viaje, vimos la pelotica en el fondo de un cajón. Era ya una bolita sin espíritu. Pero la pusimos a cargar, a ver si de pronto. Y ¡funcionó! Amor es escribirle al hijo:

-No me lo vas a creer: la bolita ¡funcionó!

Y amor es también que el hijo me responda:

-¡aaaaaaay que alegría! Mándame, porfa, videos del gato.

Un universo compartido, alegrías que no son sólo de uno, conversaciones de carcajadas y puestas en común de angustias colectivas. El amor es ese deseo de potenciar la vida del otro, esa fuerza que no se encapsula, sino que se expande. Es esa pulsión que no pretende controlarle la vida a nadie, ni a la pareja, ni a las amigas, ni a los hijos, sino disfrutar de la presencia única y siempre en transformación de aquel a quien amamos. El amor es una fuerza revolucionaria y no esa avaricia afectiva que trataron implantarnos a punta de televisión y calendarios. En los tiempos turbulentos el amor es eso que nos salva y es también el lugar de donde emana la fuerza para mantenernos vivos. Habría que hacer un nuevo álbum que nos recuerde sobre la potencia transformadora del amor. 

Mónica Eraso Jurado, artista plástica, estudioculturalera y doctora en ciencias humanas. Soy docente, escritora y también soy la madre de Máncel Tomás. Mis investigaciones giran en torno al arte, la historia del cuerpo y  la historia de Colombia. Mis lentes analíticos combinan el feminismo, la teoría queer y la teoría decolonial y antirracista. Twitter @lamonicaeraso.