Cuando Jung estableció su teoría de los arquetipos e inconsciente colectivo, desde el orden mitológico, la corporeidad podía interpretarse como aquel factor anímico que era construido por la psique. El cuerpo, cual representación social, fundamenta un rol, no solo objetivo y material, sino como condición espiritual. En los planteamientos del discípulo de Freud, la línea directa en la constitución de la imaginería social, difícilmente tendría un surgimiento ligado a la espontaneidad contingente de la existencia material. Estamos construidos como una colcha de retazos, podría ser una expresión aceptable.
En palabras del mismo Jung, “Pero, ¿Quién garantiza que de esta conversión resulta una imagen del mundo suficientemente “objetiva”? Para tener esta seguridad, el hecho físico debería ser también psíquico. Pero de esta comprobación parece separarnos todavía una gran distancia. Hasta entonces hay que contentarse, bien o mal, con la hipótesis de que el alma provee las imágenes y formas que hacen posible el conocimiento de objetos” (Jung 53). En este orden de ideas, aquel concepto de syzygia cobra un protagonismo especial. Innegablemente, el ánima se representa en aquellas acepciones de lo masculino y femenino. La mitología, cargada de deidades que se desplazan en estas dos representaciones, nos recuerdan aquella condición psíquica y corpórea que nos expone al mundo.
Partiendo de esta breve introducción, recordemos a la filósofa Judith Butler, quien en trabajos tales como Cuerpos que Importan y El Género en Disputa, plantea una controversial tesis enraizada en la identidad sexual como fenómeno de normalización social. Lo que Jung, sin temor a equivocarnos, estableciera como representación anímica del mundo real, Butler lo extiende como exposición semántica de un prodigio colectivo, político, comercial e ideológico.
La actual oleada de críticas al fenómeno conocido como woke, fácilmente puede responder a una campaña neoconservadora por la defensa de los valores patriarcales y judeocristianos que promueven un lenguaje destructivo y homogeneizador. Como plantea Butler a razón de Foucault en su obra El Género en Disputa, “Los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que más tarde representan. Las nociones jurídicas de poder parecen regular la esfera política únicamente en términos negativos, es decir, mediante la limitación, la prohibición, la reglamentación, el control y hasta la «protección» de las personas vinculadas a esa estructura política a través de la operación contingente y retractable de la elección. No obstante, los sujetos regulados por esas estructuras, en virtud de que están sujetos a ellas, se constituyen, se definen y se reproducen de acuerdo con las imposiciones de dichas estructura” (Butler 47).
Son completamente loables las críticas por la baja calidad estética y argumentativa de algunas producciones televisivas y cinematográficas que apuntan a abordar la temática woke como referente cultural. Puede verse forzada e impuesta. Pero dichas eventualidades, deben enmarcarse justamente en el rasero calificador que otorga el criterio de lo que puede verse como creación artística que moviliza contenidos transgresores y una nueva visión de mundo, más no, en una supuesta agenda homosexualizadora del orden mundial que persigue relativizar nuestras preferencias y pervertir nuestras juventudes.
Como lo enunciáramos al inicio con Jung, las raíces mitológicas que constituyen nuestra existencia, enmarcan el ánima como una construcción subjetiva que nos exhibe ante el mundo.
Civilizaciones que adoptaron deidades que se transfiguran al unísono en la energía masculina y femenina, fueron relegadas por creencias normalizadoras y paternalistas. ¿Cómo abordamos ese imaginario de lo masculino y lo femenino? ¿es el lenguaje un recurso tan restrictivo que interpreta al mundo desde dicha verticalidad? Como nos lo enuncia Butler, el sesgo mitológico se ha hecho norma y la norma se ha convertido en ley. Valga la siguiente cita de la filósofa como elemento ilustrativo: “El problema del “sujeto” es fundamental para la política (…) porque los sujetos jurídicos siempre se construyen mediante ciertas prácticas excluyentes que, una vez determinada la estructura jurídica de la política, no “se perciben”. En definitiva, la construcción política del sujeto se realiza con algunos objetivos legitimadores y excluyentes, y estas operaciones políticas se esconden y naturalizan mediante un análisis político en el que se basan las estructuras jurídicas. El poder jurídico “produce” irremediablemente lo que afirma sólo representar; así, la política debe preocuparse por esta doble función del poder: la jurídica y la productiva” (Butler 48).
Para mantener engrasada la maquinaria productiva y mercantilista, basta con sacrificar nuestra existencia trabajando y subsistiendo. ¿Es necesario pagar un precio más allá de ello? ¿No son ya lo suficientemente explotados los elementos identitarios como para seguir sobrellevando un proceso de normalización? Es claro que la representación mundial que menciona la filósofa norteamericana, puede sintetizarse en la existencia de ricos y pobres, hombre o mujer.
La primera relación como sujetos de juicio y consecuentemente castigo. Es claro que el rico tendrá la potestad de devorarse al mundo, independientemente sus gustos o inclinaciones; mientras el pobre será enjuiciado públicamente por sus carencias y lo que representa su identidad será un nuevo fardo en sus grilletes. Por su parte los imaginarios de lo masculino y lo femenino, no son más que construcciones discursivas para preservar la interpretación de un mundo que se nos ha sido impuesto desde un orden ético, político y estético.
Como diría el escritor Charles Bukowski, “Siempre habrá putas y borrachos hasta que caiga la última bomba”, en este sentido, lo impostado del fundamento normalizador, desplegará su lenguaje reduccionista en aras de la representación económica. Puta o borracho, ante la gran maquinaria, siempre serás una existencia asexuada y amorfa. En palabras de Judith Butler, “es el poder y la fuerza que tiene la ley de imponer el temor al mismo tiempo que ofrece, a ese precio, el reconocimiento. Mediante la reprimenda, el sujeto no sólo recibe reconocimiento, sino que además alcanza cierto orden de existencia social, al ser transferido de una región exterior de seres indiferentes, cuestionables o imposibles al terreno discursivo o social del sujeto”. (Butler 180)
REFERENCIAS
- Butler, Judith (1993). Cuerpos que Importan, sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Editorial Paidós, Argentina
- Butler, Judith (2007). El género en disputa, el feminismo y la subversión de la identidad. Editorial Paidós, Argentina
- Jung, C.G. (1970). Arquetipos e inconsciente colectivo. Editorial Paidós, Argentina