Ya se están calentando los motores electorales para el 2018. En este artículo voy a hacer un breve perfil de los candidatos que hay hasta el momento desde la orilla derecha de la polìtica.
Antes de iniciar, tenemos que tener en cuenta la definición de una categoría clave que nos ayude a entender en algún grado los perfiles ideológicos de los candidatos: el neoliberalismo.
Hay una definición, que si bien no es la más académica del mundo, si contiene la esencia de ese proyecto; Neoliberalismo: Modelo que privatiza lo público y hace públicas las pérdidas.
El neoliberalismo es un modelo ingeniado por Friedrich von Hayek, y continuado por la escuela económica de Chicago, en cabeza de Milton Friedman. Esta perspectiva considera que las crisis del capitalismo pueden ser saneadas e incluso evitadas con una reducción al máximo del Estado para que el mercado obtenga una mayor libertad en su circulación y sea éste quien medie en absoluto todo tipo de relaciones –tesis rebatida por la crisis de 2007 y de 2011-. El neoliberalismo es la agudización de la política económica capitalista. Su implementación inició tímidamente en algunos países en la década de los 1970’s y 1980’s y entró en auge con la caída del muro de Berlín y la posterior caída del bloque del socialismo real/histórico soviético.
En América Latina, primero inició con ajustes estructurales en lo político-económico (en Colombia con el cambio de Constitución, aunque su terreno ya estaba siendo abonado por gobiernos previos al de Gaviria 1990-1994), para luego, reprimarizar las economías de nuestros países, es decir, llevar a que nuestras economías se sostengan a partir de la exportación de materias primas minero-energéticas como el carbón y el petróleo, que contribuyan al desarrollo, o mejor, al insostenible nivel de vida de los países de primer mundo que tienen altos consumos energéticos. La socióloga Maristella Svampa explica así sus “ejes de gobernabilidad”:
1. Reformulación de la intervención del Estado sobre la sociedad a partir de la privatización de los bienes básicos así como del deterioro de los servicios públicos estatales.
2. La anterior política llevó a una crisis y desmantelamiento de las industrias nacionales para la reprimarización de la economía (en América Latina).
3. Política de desregulación laboral y flexibilización laboral.
4. Contención de la pobreza vía asistencial sin programas que busquen su reducción.
5. Reforzamiento del sistema represivo institucional.*
En resumidas cuentas, con el modelo neoliberal, los países latinoamericanos van de mal en peor, ya que este modelo solo beneficia a una minoría adinerada de la sociedad, a una élite que cada vez es más pequeña, y a los países desarrollados que dirigen organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
En Colombia las élites económicas y políticas son acérrimas defensoras del modelo neoliberal: el santismo, el uribismo, los Sarmiento Angulo, los Santo Domingo en el espectro nacional, así como las élites regionales que sostienen a esas elites nacionales.
Santismo
El santismo, como ya se dijo, es defensor del proyecto neoliberal, algunos ejemplos de ello es que en su mandato se aumentaron las titulaciones mineras (para megaminería) –recuerden lo de reprimarización económica-, se vendió la mitad de Isagen, se han firmado más tratados de libre comercio –en los que queda en desigualdad de condiciones el débil mercado interno colombiano-. Mejor dicho, en lo económico, el santismo ha sido un completo continuador de las políticas de Pastrana y Uribe (y en lo corrupto también).
El santismo tiene dos fichas presidenciales para seguir estando dentro del Estado. En primer lugar se encuentra Germán Vargas Lleras, del partido Cambio Radical –fundado por miembros del liberalismo y del conservadurismo- (Vargas Lleras y Santos, dos apellidos de toda la vida en la política colombiana). Vargas Lleras, de forma táctica, fue dispuesto como ministro de vivienda y como vicepresidente. En estos cargos entregó obras de infraestructura y viviendas de interés social, haciendo parecer en la opinión pública que eran entregadas no por obligación del Estado, con recursos públicos, sino por el favor del carismático funcionario público. Mejor dicho, aprovechó su quehacer en lo público como acumulado de campaña presidencial.
En segundo lugar se encuentra Humberto de la Calle, jefe negociador de los diálogos de paz en La Habana por el gobierno de Santos. Hay que decir que el ponerlo en segundo lugar no es aleatorio, ya que la principal ficha presidenciable del santismo es Vargas Lleras, lo que no niega el hecho que de la Calle también sea candidato del Santismo por el partido Liberal –integrante de la mesa de Unidad Nacional, coalición santista en el congreso y en el gobierno-. A don Humberto lo vamos a analizar en otro subtitulo.
Uribismo
El uribismo también es Neoliberal, ha privatizado tanto como el santismo en los terrenos de salud, educación, seguridad social y en cuanto al problema de la tierra están de acuerdo en la ley ZIDRES. Está fuertemente implicado en el fenómeno paramilitar y tal como lo señala el reconocido politólogo Ariel Ávila, en escándalos de corrupción.
El uribismo es un cuerpo más homogéneo que el santismo, tienen distintas fichas pero aún no han definido candidato, o por lo menos no aún ante la opinión pública. Por ahora suenan nombres como Marta Lucía Ramírez, Iván Duque, Paloma Valencia y Alejandro Ordóñez. Hay que decir que si bien uribismo y santismo tienen el mismo proyecto económico difieren en algunos aspectos de lo político. El uribismo es chovinista, esto es, un exacerbado sentido de la patria, en su contenido católico y regionalista, usado para avivar un populismo de derecha, es decir, la construcción de un significante vacío, un enemigo, al cual hay que destruir a toda costa y por todos los medios necesarios, el “castro-chavismo”, siendo “castro-chavismo” todo lo que no sea defendido por el uribismo. Las bases electorales del uribismo son sectores populares agrupados en torno a iglesias cristianas, usados para defender los intereses de élites afincadas a la tierra, es decir, los intereses de latifundistas –de ahí el miedo al proceso de paz y a la restitución de tierras que ésta acarrea, ya que gran parte de las tierras acumuladas por los latifundistas han sido acumuladas en la guerra por la desposesión de pequeños propietarios-.
La otra cara del santismo.
Para hablar de esta otra, la versión «blanda» del santismo voy a comentar algunos elementos de contexto.
El plebiscito
La Constitución Política de Colombia, en su artículo 22 dice que ‘la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento’, y consagra a la Paz como Derecho Fundamental. El acuerdo de Paz fue felicitado por la ONU y por otros organismos multilaterales referidos a lo social, por la inclusión a las víctimas y por otras medidas que lo convierten como referente internacional. A pesar de lo anterior, el santismo decidió poner a consulta el proceso de paz. Lo que es paradójico, ya que no le interesa la democracia participativa como se ve reflejado también en otros aspectos de suma relevancia para la nación como la discusión sobre el modelo económico mismo, como se ha visto con el desarrollo de consultas populares contra la megaminería, a las que el Estado -en clara defensa de las compañías transnacionales extractivas- califica de no vinculantes.
Del plebiscito como propuesta del santismo se pueden hacer dos deducciones en dos niveles; en un primer lugar, que más de tratarse de un interés democrático, el plebiscito era un mecanismo para medir fuerzas, o mejor, egos con el uribismo. Y en un segundo nivel –yendo más lejos- que el santismo ya preveía la derrota del Sí, y la aprovechó para poder echar atrás en algún grado la fuerza democratizadora del primer acuerdo, que no le convenía a los intereses de las elites -baste con recordar la insulsa campaña del Si realizada por el santismo-.
El No triunfó en el plebiscito, y no necesariamente porque la nación quiera a como dé lugar, la continuidad de la guerra. Hay que decir que 1) Hubo una alta abstención a la hora de votar. 2) El Sí perdió ante el No con una mínima diferencia y 3) que el Sí ganó en los territorios más afectados por el conflicto.
El No triunfó porque tuvo una sólida base caracterizada por tres elementos 1) La construcción del enemigo interno, del “enemigo comunista” ideado por la doctrina de seguridad nacional desde los tiempos de la guerra fría, que tras la caída de las torres gemelas, EEUU definiría como “terrorista”. Este enemigo interno ha sido reforzado por más de 50 años en los medios corporativos de información, siendo el pan de cada día para toda la ciudadanía. 2) Los errores militares de las FARC, como la muerte de los diputados del Valle, la retención por años de ciertas personas, por fines económicos o políticos, las llamadas “pescas milagrosas” donde salieron afectados sectores de clases medias, entre otros. 3) La obligatoriedad en el servicio militar hace que un importante porcentaje de la población tenga algún tipo de vínculo con las fuerzas coercitivas lo que lleva al afianzamiento de la reproducción del odio a ese “enemigo interno”, acentuado por las mismas muertes en combate de los familiares que pertenecen a la fuerza pública. Ésta sólida base sería explotada por el uribismo con una maquinaria propagandística cargada de mentiras que agravaban dichas razones y anunciaban el falso peligro de la “castro-chavización” de Colombia y de la absurda concepción de “ideología de género” (Ver enlaces http://bit.ly/2cf1kxN, http://bit.ly/2nrGXhJ, http://bit.ly/2lMzSfR).
Volviendo a la otra cara de santismo.
Algunos sectores de la izquierda desde ya se están alistando para respaldar a la derecha blanda con tal de que no llegue al gobierno la derecha dura representada por el uribismo. El argumento se basa en una idea fuerza: La defensa de la implementación de los acuerdos de paz. Con dos elementos clave que la sustentan: 1) El Sí vs. El No. 2) La necesidad de “pasar de un Estado de Guerra a un Estado de Paz”.
Se trata de un argumento cuyo respaldo es el miedo al triunfo electoral del uribismo, que traería como consecuencia el echar por la borda lo acordado en La Habana. Dicha implementación acarrearía una apertura democrática a Colombia en lo tocante al problema de la tierra acudiendo a los baldíos (sin tocar en lo esencial la gran propiedad de la tierra en manos de los latifundistas, cosa que tampoco era fácil de conseguir en unos diálogos entre dos partes, donde solo una –que no es el gobierno- tiene el interés real por conseguir algún cambio significativo), a la participación política, la reparación a la víctimas y, obviamente, la reincorporación de la subversión y su inserción en la política legal.
Quienes promueven esta apuesta creen que la única forma de conseguir la implementación es mediante la formación de coalición del Sí, esto es, la conjugación de algunos sectores de izquierda, algunos sectores autodefinidos como centro –claramente no Centro Democrático- con el santismo. Al parecer, los posibles candidatos del “gobierno de coalición” serían Clara López –ex Ministra del Trabajo de Santos-, Piedad Córdoba –una de las primeras voces en proponer la reelección de Santos y en proponer también como candidato presidencial a Humberto de la Calle, hace parte del movimiento Marcha Patriótica y del Partido Liberal-, y Humberto de la Calle, activo militante del Partido Liberal, que desde 1990 con la presidencia de Cesar Gaviria, fue promotor de la apertura económica, de la plena inserción del neoliberalismo en Colombia, nunca se ha separado del poder fungiendo como vicepresidente, ministro y diplomático de Gaviria, como bien se dijo, Samper, Pastrana, Uribe (como asesor de su reelección) y Santos. Claramente, nunca se ha separado del proyecto neoliberal.
Si se trata de leer el pulso político de quienes le apuestan al gobierno de transición, todo parece indicar que finalmente el candidato será Humberto de la Calle, quien en una entrevista concedida al medio español ABC internacional señaló “Todas las noches me mentalizaba con que enfrente tenía a unos antagonistas, de las FARC, con los que no tenía simpatía de ningún tipo ni compartía nada en el nivel político ni principios, nada en común con ellos. Tenía que reafirmar eso para no perder el camino y no caer en el síndrome de Estocolmo”.
Lo paradójico del asunto –la política colombiana está llena de paradojas- es que a pesar de los continuos incumplimientos del gobierno, tanto en el periodo de diálogo, como en el de la incipiente implementación con la habilitación de las zonas transitorias, se considere como candidato a un representante del poder político y del santismo como Humberto de la Calle. Lo que denota cómo en la propuesta formulada desde las FARC y los sectores políticos de izquierda que han defendido ese proceso, el antineoliberalismo se constituye en un aspecto secundario a pesar de que dicho modelo haya, y esté agudizando las condiciones sociales que dieron origen al conflicto armado.
Uno de los argumentos esgrimidos desde estos sectores de la izquierda que promueven el gobierno de transición es la necesidad de la superación de las diferencias para pensar en el proyecto de nación, para pasar de ese “Estado de guerra al Estado de Paz”, de allí que por ese fin mayor, y por encima de dogmatismos, se vote si es necesario por la derecha, por Humberto de la Calle. Lo curioso es que estos sectores en la historia, más de una vez han prestado respaldo a gobiernos de la derecha liberal –unos más a la derecha que otros-, como a los dos periodos de López Pumarejo, al respaldo a Gabriel Turbay, el candidato de las élites liberales, contrincante del candidato anti élites Jorge Eliecer Gaitán, más a delante, votando y aprobando el plebiscito que daría paso al Frente Nacional, a Carlos Lleras, o a López Michelsen.
En resumidas cuentas, el gobierno de transición propuesto por determinados sectores de la izquierda considera que la única alternativa posible es la alianza con una de las fichas de la derecha santista para la implementación de los Acuerdos, presentándola como una novedad, a pesar de que como se vio, el respaldo al partido Liberal ha sido casi una tendencia histórica para este sector, sin que ello signifique tampoco que compartan programas políticos.
Con Humberto de la Calle es segura la implementación del neoliberalismo, igual que con Vargas Lleras o el candidato uribista, asì como la consecuente avalancha de transnacionales minero-energeticas anciosas de riquezas en detrimento de los territorios. Lo que no es seguro, es la plena implementación de los Acuerdos de paz.
Desde la izquierda, como bien lo mencioné, algunos sectores se preparan para respaldar a la otra cara del santismo: Humberto de la Calle. De otro lado, Robledo, poniendo por encima el sectarismo y el ego a la unidad, alista alianzas con un «centro» que si bien no pertenece a las elites nacionales (uribistas y santistas) no le hace el feo al neoliberalismo sino que al contrario lo mira con buenos ojos. Petro, a pesar de tener posibilidades en el terreno electoral, se encuentra naufragando a la espera de algun puerto que lo reciba, sea la coalición Robledo, López, Fajardo, o la cara blanda del santismo con Humberto de la Calle.
Los sectores democráticos (el centro anticorrupto, la social democracia y la izquierda), no conciben la fuerza de la unidad. La tendencia de ir caminando sobre las pisadas de las elites sigue latente al ver el posible respaldo a la otra cara del santismo.
*Svapa, Maristella (2014). Cambio de época. Movimientos sociales y poder político. Páginas 84-85. Siglo XXI editores.
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David Pinzón Hernández @DavidPinzonH | Integrante de la REVISTA HEKATOMBE.
Estudiante de Universidad Pública. «Tengo una pequeña perra que es más lista que una bruja».