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Revista Hekatombe se autogestiona

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La autogestión es una forma colectiva de producir. Su objetivo no es la acumulación de riqueza y la explotación de otras personas, sino la construcción de las garantías de existencia básicas. Sus valores son el apoyo mutuo y la solidaridad antes que la competencia ciega y el egoísmo.

En Revista Hekatombe elegimos el camino de la autogestión para garantizar nuestro funcionamiento, y poder ser fieles a nuestros principios de ovejas negras. Cuando alguna de las personas que nos leen adquiere uno de los artículos que hacemos, está dando un respaldo directo a nuestra existencia como medio alternativo de comunicación.

En este momento contamos con hekaretablos, agenditas, tulas y cuadernos. Pillen para que se antojen, encuentran por cuánto sale cada cosa. Si les interesa algo pueden escribirnos un mensaje interno a nuestro Facebook, Twitter o Instagram. Siga sin compromiso.

Hekaretablos

Arrancamos vendiendo los HekaRetablos, son grandecitos, resistentes y bien bonitos. Tienen base de madera, miden 35 x 50 cm y valen $38.000 pesos sin incluir el costo de envío.

Estos son: 

Esto tiene solución

Si eres una persona graciosa, aguda, llena de esperanza y te pillas las jugaditas sucias del gobierno, debes tener este retablo en tu pared. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Llena tus paredes de un estilo calle y elegante.

La Pola rebelde

 Si crees en la independencia real, te trama el espionaje y entiendes los múltiples significados de «Pola», así es, necesitas este retablo. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

All power to the people

 Si crees que el poder no debe ser para unos pocos, sino pa’l pueblo, y además tienes mucho estilo, este retablo tiene que estar en tu casa. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

La lucha es larga, comencemos ya

¿Eres de esas personas que creen que para que el amor al prójimo sea eficaz, también tiene que buscar el cambio social? Si es así, pez, comprate este retablo. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Mi patria es el mundo entero

 Si amas la bici y además no copeas de fronteras, ni xenofobias, necesitas este retablo en la cabecera de tu cama. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Pelea como Rosa

Si te apasiona romper cadenas y la política, si te paras reduro contra fachos y traidores de clase, la Rosa maravillosa debe estar en tu casa. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Si no puedo bailar no es mi revolución

La gran Emma Goldman tenía las claridades: organización, formación y obvea, la farra. Si compartes esta filosofía de vida, este retablo fue hecho para ti. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Siempre nea

Si sientes orgullo por ser una nea y no gente de bien, este retablo es para ti. Venta por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera. Llena tus paredes de un estilo calle y elegante.

Los siete principios de los pueblos zapatistas

Si crees que los liderazgos deben ser colectivos y te emberraca el autoritarismo venga de donde venga, y cuando piensas en viajes lo primero que te imaginas son las zonas zapatistas de Chiapas, este hekaretablo es para ti. Sale por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Ahora que estamos juntas

Si tienes claro que la policía no nos cuida, pues quienes nos cuidan son nuestras amigas, sales a marchar cada 8 de marzo, 25 de noviembre y lo quemas todo cuando hay un hecho de violencia machista, este hekaretablo es para ti. Sale por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Paulo Freire

Si crees que la educación es fundamental en el camino de la liberación, le escupes a la educación bancaria y autoritaria, este retablo es para tí. Sale por 38 lks y no incluye costo de envío. Mide 35 x 50 cms. Base de madera.

Tulas Hekatombe

Para no encartarse con esas bolsas enormes y siempre tener estilo, hasta para ir a la tienda, llegan las Tulas Hekatombe, pillen tan bonitas:

No me azare

Si eres una de esas personas que son rayadas y ama a los perritus, gaticus y no copias de opiniones del papa, necesitas esta tula en tu vida. La puedes llevar por tan solo 23 lks, no incluye el costo de envío. Mide 37 x 40 cms aprox.

Si eres una de esas personas que no se deja de nada, ni de nadie, y siempre andas con estilo y flow, necesitas esta tula. La puedes llevar por tan solo 23 lks, no incluye el costo de envío. Mide 37 x 40 cms aprox.

Indomestikable

Si eres una de esas personas que no se deja domesticar de nada, ni de nadie, esta tula es para ti. La puedes llevar por tan solo 23 lks, no incluye el costo de envío. Mide 37 x 40 cms aprox.

Recuerden que para adquirirlos nos pueden escribir por nuestras redes sociales y que nos apoyan con nuestra existencia como medio alternativo de comunicación.

Carta abierta al Congreso: nos preocupa la Reforma Tributaria

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Como parece que el gobierno no tiene ni idea de las necesidades del país y tampoco le interesa solucionarlas (por eso propone IVA a los servicios públicos, a la canasta básica familiar y subsidios miserables), se nos ocurrió enviarle esta carta a las y los congresistas, para que no tengan pierde y sepan que nos preocupa la reforma tributaria y tenemos los ojos puesta sobre ella.

Les proponemos a ustedes que también la firmen, que la rotemos en todo lado. Queremos llegar a 10.000, 100.000 firmas, muchas firmas, para que allá en el Congreso sepan que hay un montón de gente que no va a aceptar que nos dejen más mal de lo que estamos.

Parafraseando a Yu-gi-Oh! “¡Vamos a firmar!”

Carta abierta al Congreso: nos preocupa la Reforma Tributaria

Señoras y señores

Congresistas de la República de Colombia

Las y los abajo firmantes nos dirigimos a ustedes para manifestarles nuestra preocupación por la reforma tributaria radicada por el gobierno nacional, pues claramente demuestra estar completamente desconectada de la realidad del país al buscar asignar a la ciudadanía de a pie la carga tributaria que le corresponde a grandes banqueros, empresarios y terratenientes.

Nos preocupa que esta desconexión con el país se vea reflejada en el Congreso de la República al ser aprobada la reforma tributaria presentada por el gobierno nacional, ya sea con algunos cambios secundarios o tal cual fue radicada. Por eso las y los abajo firmantes nos dirigimos a ustedes, para informarles cuáles son algunas de las medidas que consideramos prioritarias y ustedes tengan claro qué deben proponer y aprobar en los debates de los próximos días:

– Necesitamos renta básica de verdad, no subsidios hiperfocalizados y miserabilistas.
– Los alimentos saludables de la canasta básica familiar deben estar libres de IVA.
– No más inversión en dotación de armas para la fuerza pública.
– No más aumento de salario para las y los congresistas.
– Evaluar y gravar de forma justa los beneficios fiscales de las grandes empresas y de la banca.
– Son urgentes los subsidios a las Mypimes ya sea que estén formalizadas o no.
– Carga tributaria acorde a las grandes fortunas de los ricos y superricos.

Decimos esto porque sabemos que existen otras formas para tapar el hueco fiscal resultado de la no muy buena administración de los recursos del país, por ejemplo, con medidas como impuestos a las bebidas azucaradas, o a las iglesias, entre otros.

También queremos que sepan, que las personas abajo firmantes estaremos muy pendientes de los debates en comisiones, en plenaria, de las proposiciones que presenten, de sus argumentos para defender o no las medidas propuestas por el gobierno y procuraremos darlas a conocer a nuestras familias y amigos, para que tengan presente esta información a la hora de votar en las próximas elecciones, cumpliendo nuestro deber democrático como ciudadanos y ciudadanas.

Cordialmente,

Firme aquí.

Gracias por la firma y el enlace para rotar con las amistades para invitarlas a que firmen es este: https://forms.gle/kc5yzrhPA7pbQzeY6

John Zerzan, primitivismo y posmodernidad

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Hace un par de días, reciclando algunos DVD que aún tenía en mi poder, me encontré con un agradable redescubrimiento. Un documental titulado Surplus: Terrorismo de consumo, que por algunos años acumuló polvo en mi biblioteca. Al repasar algunos momentos de la producción, por demás bastante decente y recomendable, me encuentro con uno de los teóricos invitados al documental. El filósofo y primitivista John Zerzan. La anécdota en cuestión, encuadra el interés puntual de transitar algunas de las ideas del pensador, bastante aterrizadas a nuestros momentos de lasitud ideológica, económica y moral. Adentrémonos en el cuento con dos de sus producciones, que podrían llegar a evocarnos las más álgidas propuestas de la ciencia ficción, sin dejar de lado la realidad que nos ahoga diariamente. Empecemos con la primera de ellas:

1. Futuro Primitivo

¿Qué tal si la salida de la humanidad fuera retornar a la caverna? ¿Qué si dejáramos de lado aquel principio platónico de permitir deslumbrarnos por el albor civilizador y volver a la frugalidad? Estos dos cuestionamientos rondarán nuestra mente al abordar esta corta, pero potente propuesta.

Si bien es complejo establecer una negación a la evolución histórica y cultural, se hace evidente la laberíntica condición posmoderna que digerimos. Zerzan nos recuerda la simpleza del hombre primitivo, el tiempo libre como principio fundamental, la caza y recolección como actividades cooperativas que marcaban los abecedarios sociales sin el agobio de los señalamientos hiperproductivos que no conducen a nada, dejando de lado aquel halo de negativismo que se le atribuye al salvaje, que en palabras del filósofo: “Asimismo, el límite de nuestra existencia precivilizada, hecha de privaciones, de brutalidad y de ignorancia acaba por hacer aparecer la autoridad como un beneficio que nos salva del salvajismo. Aún se invoca al “hombre de las cavernas” y al “hombre de Neanderthal” para indicarnos donde estaríamos sin la religión, el Estado y los trabajos forzados”. (Zerzan 3).

La comprensión y domesticación de la naturaleza ha sido uno de los grandes cuestionamientos de Zerzan. ¿Por qué simplemente no dejar que esta nos lleve en su noble proceder? ¿Existe algo de malo en la condición primitiva como balance de la naturaleza humana? A este respecto el pensador suscita un interés especial en el lenguaje como dispositivo socializador. Es innegable la condición simbólica de nuestra especie, la evolución, si puede dársele dicho apelativo, ha sido estimulada por la necesidad inexorable de comunicar ideas, pensamientos y percepciones. Aunque, en su vastedad, como determinaría el pensador norteamericano, el exceso de ficcionalización nos ha arrojado a la complejidad estructural, no solo como condición cognitiva, sino cultural, ideológica y económica. A este respecto podríamos citar:

El lenguaje parece haber operado como un agente inhibidor, como medio de someter la vida a un control mayor, de poner trabas a las olas de sensaciones a las que el individuo pre-moderno era receptivo. Visto así, se habría producido verosímilmente un alejamiento a partir de esta época, de la vida de apertura y de comunicación con la naturaleza, en dirección a una vida orientada hacia la dominación y la domesticación que siguieron a la aparición de la cultura simbólica” (Zerzan 20).

Es bastante interesante, concebir el lenguaje como componente de dominación. Quizás, el mejor ejemplo que podríamos traer a colación, es la mirada europea en su proceso de descubrimiento al continente americano. En su tendencia dominante, no soportaban la imagen del buen salvaje. Aquel nativo en balance natural y alejado de la dominación simbólica que el hombre blanco había hecho de su mundo: una máquina devastadora de producción mercantil.

2. La catástrofe del posmodernismo (ensayo)

¿Existe alguna definición precisa que encuadre este término? ¿Estamos realmente en la cúspide de la decadencia cultural? Zerzan plantea el concepto de pospensamiento para referirse a la crisis posmodernista. Si bien, la teorización en torno al lenguaje, enfrasca la poca certeza de llegar a una posible unificación de criterios respecto a lo que acorrala la condición humana, resulta relativamente perceptible el deseo en la deconstrucción de aquellos patrones que solían ser sólidos y determinantes en la consolidación teórica que nos ha servido como brújula para entender nuestra historia. En palabras del pensador norteamericano:

“El posmodernismo subvierte dos de los principios centrales del humanismo de la Ilustración: el poder del lenguaje para configurar el mundo y el poder de la conciencia para dar forma a un yo. De este modo nos encontramos con el vacío posmodernista, la noción general de que el anhelo de emancipación y libertad prometidos por los principios humanistas de la subjetividad no puede ser satisfecho. El posmodernismo considera al yo como una convención lingüística. Como señaló William Burroughs: «Nuestro “yo” es un concepto completamente ilusorio» (Zerzan 5).

Si hablamos de emancipación, la ficción que nos plantea la máquina, nos da simplemente para elegir entre el producto A o B. La libertad se consolida en la capacidad de producción, y el yo o consciencia de sí, no es más que un cúmulo de fragmentos ideológicos, discursos, marcas y demás naturalezas que refuerzan la pecera que habitamos. Parafraseando a Fernando de Rojas, aquel escritor medieval, célebre por La Celestina: la vida es aquel voraz trillo que nos recibe cual tierno trigo recién segado.

El ideal de John Zerzan podría definirse como la posible vigorización de un anarquismo individual. Lejos de relacionarlo con la descerebrada corriente libertaria, que promueve con sus estupideces el individualismo mercantil. El pensador, nos lleva a cuestionarnos el ritual capitalista con sus templos de vitrinas y maniquíes perfectos. Un discurso que, tristemente es otro vapor exhalado por la máquina, pero quizá nos arrojé a un noble devenir primitivo.

Referencias

Zerzan, John (1994). Futuro Primitivo. Numa Ediciones, Valencia

Zerzan, John (1991). La Catástrofe del Posmodernismo. www.primitivism.com

La campaña electoral de los grandes medios

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Haciendo mis labores cotidianas, decidí poner de fondo un reportaje de Séptimo día que en YouTube se titula Duros testimonios de víctimas de delitos de mínima cuantía: “perdí mi casa, mi hogar”-Séptimo día. Desde el inicio, parece claro que el episodio se trata de cuál es la mínima cuantía en Colombia ($213’525.000) y cuáles son los beneficios penales que puede tener una persona que delinque por ese monto o inferior debido a que, al ser la menor cuantía, se considera un delito también inferior e incluso excarcelable.

Mi sorpresa llegó cuando empezó a ser evidente que ese punto inicial del cual partía el reportaje se deformaba considerablemente al convertir la cuestión en una diferencia partidistas. Empezaron a entrevistar a congresistas y representantes de los partidos tradicionales como el Centro Democrático y el Partido de la U en contraposición a representantes del Pacto Histórico. Los primeros, los representantes de los partidos tradicionales, defienden un argumento: ese tope está mal y deja impunes los delitos afectando así a las víctimas, por lo cual deben ser endurecidas las penas. Por otro lado, los del Pacto Histórico sostienen que la solución al problema no es la cárcel ni las penas, sino que se concentran en la reparación de las víctimas aplicando el principio de oportunidad.

Llama la atención los siguientes puntos evidentes: en primer lugar, la periodista Paola Bermúdez cuestiona únicamente el punto de vista de quienes defienden que la cárcel no es el problema, no únicamente porque muestran las preguntas que ella le formula a los representantes del Pacto Histórico para contradecirlos, sino porque en cuanto terminan sus intervenciones habla de impunidad y de desatención a las víctimas.

En segundo lugar, esta discusión entre izquierda y derecha no es algo aislado dentro del reportaje, sino que aparece de manera transversal en varios momentos, por lo cual no es sólo una parte del reportaje, sino que ocupa un lugar central dentro del mismo. Diría yo que incluso se convierte en el protagonista. En tercer lugar, concluye explícitamente (por si el espectador es muy despistado para darse cuenta de las intenciones del reportaje): “esta última posición, con una justicia más fuerte y unas penas más duras, la defienden los partidos más tradicionalistas como el de la U, al que originalmente pertenecía Álvaro Uribe Vélez y el Centro Democrático, actualmente opositor del gobierno; mientras que los representantes más progresistas y defensores de los derechos humanos son los que creen que la cárcel no es la solución” (min 46:24).

En cuarto lugar, el reportaje está construido de modo tal que el espectador está obligado a dar la razón a los que sostienen que endurecer las penas de cárcel es el camino, puesto que todo el relato se construye a través de las víctimas de este tipo de delito, lo cual hace que claramente la opinión de uno se incline hacía un espectro político por asociación: si lo que me muestran está mal y quiere ser castigado por la derecha, entonces el bien es la derecha.

Alguien podría preguntarse cómo la periodista podría interpelar a los representantes de los partidos tradicionales, como María Fernanda Cabal (que además de pedir más cárceles dice que estas deben ser administradas por los privados, siguiendo el modelo carcelario neoliberal de los Estados Unidos que no ha logrado frenar la delincuencia ni los delitos grandes en su país), si en este caso están argumentando algo que parece correcto. Argumento lo que yo, en su lugar, les habría preguntado y es lo siguiente: si ellos, como Congresistas, tienen como función justamente modificar, debatir y definir las leyes, ¿por qué no han hecho la modificación de esa ley con la que tanto están en desacuerdo? Una de las principales entrevistadas fue Cabal, quien lleva en el Congreso 7 años y que, como parte del legislativo, en todos esos años, no ha hecho nada para modificar dicha ley. ¿Si no son ellos quienes la modifican porque sostienen que es demasiado injusta, entonces quién puede hacerlo? Razones para cuestionarlos sí hay, porque les pagamos justamente por hacer ese trabajo, el cual claramente no han hecho.

Otro cuestionamiento que puede hacerse, pero que la periodista pasó por alto es durante cuál gobierno y en qué tipo de Congreso se aprobó esa ley contra la cual están hoy los partidos tradicionales y que no han hecho nada por modificar, a pesar de siempre ser mayoría. Según el mismo reportaje, la ley que ha causado este problema es la 906 de 2004, propuesta por el Ministerio de Justicia en cabeza de Sabas Petrelt de la Vega (perteneciente al partido Conservador), durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (esto último no lo dice el reportaje) y aprobada en el Senado de entonces.

Dicho lo anterior, aunque la periodista no lo diga de manera explícita, del reportaje puede inferirse que el problema que están denunciando fue ocasionado y ha sido sostenido por los partidos tradicionalistas que hoy hablan de lo injusta e insensata que es esa ley. Por el contrario, el reportaje de manera explícita señala al Pacto Histórico como aquel que no quiere terminar el problema, a pesar de que el Pacto Histórico fue creado apenas en el 2021 y desde entonces tienen presencia en el Congreso, es decir, no son responsables ni de la aprobación ni del sostenimiento por más de 20 años de esa ley.

Al culminar el reportaje, para mí fue claro que el tema de la mínima cuantía no fue nunca el tema principal, sino una excusa para hacer campaña política de las elecciones que se aproximan. Por ese motivo, discursivamente limpiaron a los verdaderos responsables y le tiraron lodo a los partidos que van en contra de los intereses de las élites. Este reportaje, como muchos otros que están lanzando los medios masivos de comunicación, no buscan denunciar nada, sino utilizar las voces que tienen para inclinar la balanza a favor de los poderosos que son los responsables de los problemas que vivimos hoy en día. Develar lo paradójico de este contenido y los intereses que esconden es  un deber público, pues la verdad está contada a medias para beneficiar a los que por justicia deberían ser manchados por esos reportajes.  

We can’t do it anymore

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¿Recuerdan el cartel estadounidense “We can do it! (¡Podemos hacerlo!)”? Esta imagen fue creada en el marco de la Segunda Guerra Mundial en 1943, sin embargo, se hizo mucho más visible en la década de los 80´s. Durante mucho tiempo creí que esta imagen tenía que ver con lo fuertes que somos las mujeres, con nuestra fiereza y nuestro puño en alto. Sin embargo, como siempre cuando una es empeliculada, llegó la decepción.

Leyendo más sobre el asunto hace unos años, descubrí que la imagen había sido diseñada por J. Howard Miller para la empresa Westinghouse Electric, y que su finalidad no era inspirarnos a seguir en nuestras luchas, sino motivar a las mujeres a producir más y más duro, en vista de que muchos hombres estaban en la guerra y eran ellas quienes no podían permitir que la vara de la productividad se bajara. ¡Denso Lorenzo!

Si ponemos a conversar esa imagen y ese mensaje con los tiempos actuales, tenemos mucho por charlar. Las que habitamos esta época heredamos la victoria de los movimientos feministas que en el siglo XIX exigieron que pudiéramos ingresar al mercado laboral para obtener autonomía económica, lo que nos ha permitido una transformación vital importante. El hecho de que los trabajos de cuidado no fuesen remunerados nos obligó a llegar al mundo laboral para acceder a recursos económicos, aunque esta no fue la única razón. También ha existido una creencia de que hacer parte de la clase trabajadora nos pone en una igualdad relativa de condiciones con los varones. Hay más aristas de este nudo histórico en las que no profundizaré en esta columna.

En lo que sí me interesa detenerme es en el deseo. Los últimos días me he envideado leyendo a Alicia Valdés, una punki y politóloga española que publicó el año pasado su segundo libro titulado “Políticas del malestar: por qué no deseamos alternativas al presente”. Allí la autora recupera el malestar como clave para el trabajo político y colectivo, haciendo un llamado a descentralizar la razón y el yo del análisis. Además, pone en cuestión que en nuestra sociedad actual nos gobiernen los deseos a tal punto que creemos que otro presente no es posible, y que es más deseable, por ejemplo, endeudarnos con un banco a treinta años para tener una casa en lugar de adscribirnos a una cooperativa de vivienda o crear una, o que deseemos más a un presidente que va a arrebatarnos los derechos adquiridos con tal de sentir una sensación de seguridad que combata nuestros miedos.

En esta misma línea me pregunto: ¿en qué momento el deseo de ser trabajadoras para tener autonomía económica y luchar por nuestra libertad se convirtió en un potenciador de la autoexplotación y el hiper rendimiento? Poder entrar al mercado laboral ha hecho que podamos abandonar relaciones violentas, hogares que no son seguros, vínculos que son tóxicos y amenazan nuestra vida, y esto no debe dejar de ponerse en valor, pero ¿en serio vamos a seguir aceptando que nuestra propia valía dependa de qué tan productivas somos?

Como trabajadora del cognitariado universitario me hago esta pregunta todos los días hasta el cansancio. ¿Por qué tengo que seguir poniendo mi cuerpo como símbolo del sacrificio ante condiciones precarias? ¿por qué pago mis propios estudios para poder sostenerme en un espacio que no me reconoce una sola hora para estudiar? ¿por qué tenemos que dedicarnos a ser máquinas de la producción científica para hacer artículos que solo dos o tres estudiantes leerán o una élite académica hiperespecializada para la que básicamente soy nadie? ¿por qué mis estudiantes cada vez más acceden a hacer dos carreras al tiempo? ¿por qué nos metemos en mil proyectos y mil procesos que van a toda velocidad?

Podría sonar reduccionista mi lectura, porque muchos de esos escenarios o procesos en los que nos vinculamos también nos mueven y nos permiten construir sentido para seguir vivas, es lo que nos queda, sin embargo, rechazo la romantización de la hiperproductividad, propia de los tiempos neoliberales, solo para que otres reconozcan que “podemos hacerlo”, que somos poderosas, que supuestamente podemos con todo y que hay que trabajar tres veces más que los varones blancos heterocis para llegar donde estamos. ¡Basta!

No podemos seguir reproduciendo una lógica que nos está matando, que nos cansa, que nos enferma, que nos agobia y que nos roba el tiempo para lo realmente importante que deberían ser muchas más cosas que el trabajo. Pasemos del viejo “We can do it!” al We can’t do it anymore, No podemos hacerlo más, no deseamos hacerlo más.

Lo siento Shaki, lo siento Karitol, pero eso de que ya no lloramos porque nos dedicamos a ser lobas que facturan o a ser bichotas que todo lo pueden, lo que está generando es que nos veamos a nosotras como máquinas imparables que terminan sosteniendo el injusto orden actual de las cosas.

En un mes de marzo, como este desde el que escribo, del año 1911, un incendio en la fábrica textil Triangle Shirtwaist calcinó a 123 mujeres y 9 hombres. La mayoría de víctimas eran mujeres migrantes que apenas hablaban algo de inglés y que tenían entre 14 y 43 años. Los patrones de esta fábrica tenían a lxs empleadxs en precarias condiciones, lo que hizo que el incendio no pudiera apagarse a tiempo y que el fuego se extinguiera después de consumir tres pisos completos de las instalaciones. Los patrones fueron absueltos en el juicio penal y después fueron obligados a indemnizar a cada familia de las víctimas donde, según Amnistía Internacional, finalmente salieron ganando porque la aseguradora les pagó más dinero a los dueños por cada persona fallecida.

En memoria de cada persona que ha muerto y que sigue muriendo para que tengamos mejores condiciones laborales, deberíamos potenciar un deseo por la ralentización de la vida, por la destrucción de la cronopolítica que hace que el tiempo nos gobierne, y por una relación con el trabajo donde este no sea el centro, porque lo que nos dignifica no es trabajar… al contrario, es comprender que la dignidad es mucho más que creer que vendiendo nuestra fuerza es como nos “ganamos la vida”.

Por un 8M donde suene menos “Mujeres” de Arjona, nos den menos chocolates porque somos el pétalo más hermoso, y mejor nos detengamos todes a pensar y hacer posible cómo vivir mejor, más lento y trabajando menos.

Referencias

Amnistía Internacional. (2023). Triangle Shirtwaist: el incendio que hizo avanzar el reconocimiento de los derechos de la mujer. URL: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/triangle-shirtwaist-derechos-de-la-mujer/

Valdés, A. (2024). Políticas del malestar. Por qué no deseamos alternativas al presente. Madrid: Debate.

Feminización del Estado; ¿el Cambio es con las mujeres?

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Feminización del Estado; ¿el Cambio es con las mujeres?

La feminización del Estado es un tema que, si bien no es nuevo, históricamente no se ha estudiado y aplicado a profundidad en Colombia.  De hecho, Ángela María Robledo en el 2021 publicó un libro al respecto titulado “Feminizar la política” y en el actual gobierno este tema se ha impulsado con el liderazgo de la vicepresidenta Francia Márquez. Grosso modo, la feminización del Estado tiene elementos fundamentales que abordan las dos preguntas sobre el poder, es decir: ¿cómo se llega al poder? y ¿qué se hace con el poder? Para este caso, la primera pregunta se aborda desde la participación política de las mujeres y la segunda sobre el diseño y ejecución de políticas públicas con perspectiva de mujer y género.

A estos dos elementos, podemos sumar un tercero que es muy relevante y que es el centro de esta reflexión sobre las violencias basadas en género y contra las mujeres particularmente en escenarios políticos, desde el Estado e incluso desde personajes del Gobierno del Cambio. Y no, no es que estemos en contra de las propuestas del Gobierno Petro, solo que no podemos quedarnos “calladitas” en silencio cómplice con lo que está pasando con la presencia de personajes en el gobierno como Benedetti o Hollman Morris quienes enfrentan denuncias por violencias machistas.  

Estos nombramientos, y la defensa inadmisible que se hace de ellos, opaca el trabajo que han realizado decenas de mujeres en distintas instituciones de gobierno, muchas de ellas ligadas a las directrices de la Vicepresidencia, la anterior Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer y el Ministerio de la Igualdad y la Equidad en donde se ha trabajado por el cierre de brechas, la autonomía económica de las mujeres y la eliminación de violencias basadas en género y que generado resultados que son invisibilizados por los escándalos mediáticos de cada semana.

En el 2023 la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujeres liderada por Clemencia Carabalí, diseñó un curso sobre prevención de violencias basadas en género y contra el racismo en el ámbito laboral el cual, han realizado más de 30.000 personas ligadas a la Función Pública; ese año también lanzó el programa SALVIA para la atención integral a las Violencias Contra las Mujeres y logró consolidar la infraestructura institucional del MinIgualdad. 

Durante el 2024 trabajó en la Consolidación del Plan de Acción de la Resolución 1325 sobre Mujeres, seguridad y paz con estrategias clave para las mujeres tejedoras de paz territorial. También impulsó el Fondo Mujer Libre y Productiva para apoyar la autonomía económica de las mujeres particularmente quienes viven en la ruralidad. Desde el Ministerio de Trabajo, en cabeza de la ex ministra Gloria Inés Ramírez, se buscó ratificar el Convenio 190 de la OIT sobre la eliminación de la violencia y el acoso en el mundo del trabajo. Y este año, tras una larga discusión, logró aprobar el CONPES del Sistema Nacional del Cuidado que busca el reconocimiento y retribución de las personas cuidadoras que en su amplia mayoría son mujeres.

Cada logro y avance dentro del gobierno, y en general de las mujeres por nuestros derechos, representan años de lucha, lideresas sociales, periodistas, profesoras perseguidas y violentadas para lograr alguna incidencia política y políticas públicas con perspectiva de género. Por esta razón no es justo que en este momento las mujeres que han llegado a escenarios de poder deban renunciar a sus cargos solo por ser coherentes y no aceptar sentarse al lado de hombres que, a todas luces, son violentos y machistas.  Son ellos, personas como el ex viceministro de Pueblos Étnicos, Nelson Lemus investigado por acoso sexual[8], quienes se deben ir.

Por supuesto, este no es un problema de ideología: “no hay nada más cercano a un macho de derecha que uno de izquierda” y seguramente desde la otra orilla política se visibilizan menos casos de violencias machistas, pero eso no quiere decir que no existan. Un ejemplo es el actual personero de Chiquinquirá, que hace unos años hacía parte de las juventudes del Centro Democrático, y quien aún enfrenta un proceso por presunta violencia intrafamiliar en contra de su expareja. Una vez más, el Estado debe ser garante de derechos, no puede estar en manos de hombres que enfrenten este tipo de procesos.

Creemos y seguiremos trabajando porque estamos convencidas que el cambio es con las mujeres, pero sobre todo que nuestras luchas de lejos trascienden las banderas de un gobierno que, como lo dice Liliana Barrera, busca instrumentalizar con fines electorales a las mujeres para luego deslegitimar su actuar e invisibilizar su trabajo. Parafraseando a Desmond Tutu, mantenernos neutrales en casos de injusticia es elegir el camino de los opresores. Y por esto, no podemos en ningún momento guardar silencio frente a estos escándalos que no solo nos indignan a nosotras, las mujeres y feministas, sino validan y dan un parte de tranquilidad a los hombres que se comportan como compañeros en las plazas y tiranos en las casas.

Mensaje a las bases: Malcolm X

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Compartimos algunos fragmentos del Mensaje a las bases de Malcolm X, un discurso pronunciado el 10 de noviembre de 1963 en la iglesia King Solomon Baptist Church en Detroit, durante la reunión de la Conferencia Norteña de Líderes de Base Negros (Northern Negro Grass Roots Leadership Conference).


… Queremos hablar clara y directamente en un lenguaje que todo el mundo pueda entender con facilidad. Todos hemos estado de acuerdo esta noche en que Estados Unidos tiene un problema muy serio. El problema que tiene Estados Unidos somos nosotros. Nosotros somos su problema…

Así es, somos gente negra, los llamados negros; ciudadanos de segunda, ex-esclavos, Tú no eres más que un esclavo, no te gusta que te lo digan. Pero ¿qué otra cosa eres?, eres un ex-esclavo. No llegaste en el buque Mayflower, llegaste en un barco de esclavos. Encadenado como un caballo o una vaca o una gallina. Y los que llegaron en el Mayflower son los que te trajeron aquí. Te trajeron los llamados peregrinos o padres fundadores de la patria. Ellos fueron los que te trajeron. 

… Para entenderlo tienes que recordar lo que este joven hermano decía sobre el negro doméstico y el negro del campo en los tiempos de la esclavitud.  Había dos clases de esclavos: el negro doméstico y el negro del campo. Los negros domésticos vivían en la casa del amo, vestían bastante bien, comían bien porque comían de su comida. las sobras que él dejaba. Vivían en el sótano o en el desván, pero vivían cerca del amo y querían al amo más de lo que el amo se quería a sí mismo. Daban la vida por salvar la casa del amo, y más prestos que el propio amo. Si el amo decía. «Buena casa la nuestra», el negro doméstico decía: «Sí, buena casa la nuestra». Cada vez que el amo decía «nosotros», él decía «nosotros».  Así puedes identificar al negro doméstico. 

Si la casa del amo se incendiaba, el negro doméstico luchaba con más denuedo que el propio amo por apagar el fuego. Si el amo se enfermaba, el negro doméstico le decía: «¿Qué pasa, amo? ¿Estamos enfermos?» ¡Estamos enfermos!  Se identificaba con el amo más de lo que el propio amo se identificaba consigo mismo. Y si tú le decías al negro doméstico: «Vamos a escaparnos», el negro doméstico te miraba y te decía: «Hombre, estás loco, ¿qué es eso de separarnos (del blanco)?, ¿dónde hay mejor casa que ésta?, dónde voy a encontrar mejor ropa que ésta?, ¿dónde puedo comer mejor comida que ésta?». Ese era el negro doméstico. 

En aquellos tiempos lo llamaban «nigger doméstico» (término racista). Y así los llamamos ahora, porque todavía tenemos unos cuantos niggers domésticos por ahí. 

Este negro doméstico moderno quiere a su amo. Quiere vivir cerca de él. Está dispuesto a pagar tres veces el precio verdadero de una casa con tal de vivir cerca de su amo. Para luego alardear. «Yo soy el único negro aquí. Soy el único en mi trabajo. Soy el único en esta escuela», ¡No eres más que un negro doméstico! Y si viene alguien ahora mismo y te dice. «Vamos a separarnos», le dices lo mismo que decía el negro doméstico en la plantación: «Qué es eso de separarnos ¿De Estados Unidos, de este hombre blanco tan bueno?, ¿dónde vas a conseguir mejor trabajo que el de aquí? Eso es lo que dices, ¿no es cierto?». «No dejé nada en África», eso es lo que dices. ¡Sí, dejaste los sesos en África, hombre! 

En esa misma plantación estaba el negro que laboraba los campos. Los negros del campo. Ellos eran las masas. Siempre había más negros en los campos que en la casa. El negro del campo vivía en un infierno, comía sobras. En la casa del amo se comía carne de puerco de la buena. Al negro del campo no le tocaba más que lo que sobraba de los intestinos del puerco. Hoy en día eso se llama «menudillos». En aquellos tiempos lo llamaban por su nombre: ‘tripas’. Eso es lo que eres: ‘come tripas’. Y algunos de ustedes todavía son come tripas. 

Al negro del campo lo apaleaban desde la mañana hasta la noche; vivía en una choza, en una casucha, usaba ropa vieja de desecho. Odiaba al amo. Digo que odiaba al amo. Era inteligente. El negro doméstico quería al amo. Pero aquél negro del campo, recuerden que era la mayoría, y odiaba al amo. Si ibas con el negro del campo y le decías: 

«Vamos a escaparnos, vayámonos de aquí», él no preguntaba: «¿A dónde vamos?» sólo decía: 

«Cualquier lugar es mejor que este».  Actualmente tenemos negros del campo en Estados Unidos. Yo soy un negro del campo. Las masas son negros del campo…

Igual que el amo de aquellos tiempos usaba a Tom —al negro doméstico— para mantener a raya a los negros del campo, el mismo viejo amo tiene hoy a negros que son mas que tíos Tom modernos, tíos Tom del Siglo XX, para mantenernos a raya a ti y a mí, para tenernos controlados, mantenernos pasivos, pacíficos, no violentos…

Traducción tomada de https://www.marxists.org/

Mi pronombre favorito es Camarada

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Mi pronombre favorito es Camarada. Una declaración de amor a la militancia y el compromiso vital por cambiar el mundo

A la Nueva Izquierda le corresponde no esperar con optimismo que los viejos desastres y las represiones engendren las antiguas respuestas defensivas, sino descubrir las nuevas frustraciones y los nuevos conflictos potenciales dentro de la vida contemporánea (...) La militancia duradera no se construye sobre las ansiedades negativas, sino sobre las aspiraciones positivas. E. P. Thompson, Democracia y socialismo, página 298.

El individualismo reinante, impulsado sin tregua desde todos los flancos del sistema, debilita el sentido colectivo que sostiene y hace posible la militancia. Nos convence de que podemos con todo por nosotros mismos, incluso con algo tan desafiante como cambiar el mundo. Nos dice que somos grandiosos, únicos y que nunca deberíamos poner nuestra «chispa» singular al servicio de una estructura colectiva que podría desdibujarnos o engullirnos en sus malvadas fauces autoritarias. Pero, a contracorriente de esta idea, creo que lo mejor de nosotros surge cuando nos unimos a otros para trabajar por una causa compartida en la que creemos y nos empeñamos con pasión.

Cada vez que en nuestra batalla interior se impone la idea de que es mejor estar solos y aislados «haciendo lo que podemos», el sistema gana y se perpetúa. Mark Fisher nos advierte que una de las características de la subjetividad moldeada por el capitalismo es: «No cargues con nada que no puedas quitarte de encima en cinco minutos».

Militar hoy no es tarea fácil. No solo porque la épica y los excedentes utópicos que antaño sustentaban este ejercicio se han debilitado fundamentalmente, sino porque en tiempos muy difíciles nos toca reconstruir un nuevo mito revolucionario con los pedazos y nostalgias que quedan y con las cosas nuevas que hemos ido aprendiendo de las derrotas.

Además, no podemos desconocer que la militancia ha sido una experiencia amarga para muchas personas. No son pocos los que, tras su paso por organizaciones o partidos, han quedado más rotos que esperanzados. No pretendo invalidar esos dolores ni desconocer las dificultades colosales que implica la militancia aquí y ahora, pero sí defender que, a pesar de todo, sigue siendo valioso y necesario militar y ser camaradas si de verdad queremos cambiar el mundo.

Gracias a las expectativas de nuestros compañeros, acudimos a reuniones a las que, de otro modo, faltaríamos. Hacemos trabajo político que podríamos evitar. Tratamos de estar a la altura de nuestras responsabilidades mutuas. A cambio, experimentamos la alegría del compromiso, aprendemos en la práctica y superamos miedos que, de estar solos, nos abrumarían. Nuestros compañeros nos hacen mejores y más fuertes de lo que podríamos ser en soledad. (Jodi Dean, Necesitamos Camaradas, publicado en Jacobin.)

Jodi Dean lo expresa así en Necesitamos camaradas: «La disciplina militante libera». Pero esta visión choca con el paradigma del hedonismo individualista y neoliberal y una de sus expresiones en la socialización política, que es la pertenencia líquida y distante. Hoy en día, estamos poco dispuestos a hacer algo que nos interpele o nos exija renunciar a los pequeños placeres de la vida pequeñoburguesa a los que accedemos a base de la superexplotación que nos imponen y que nos imponemos.

Cuando lo hacemos, buscamos pertenencia política como si fuera un producto de consumo: la organización o partido deberá ajustarse perfectamente a nuestras expectativas, ideas, intereses, estilos y formas personales. Hemos sido convencidos de que somos poseedores de una genialidad singular que nadie más tiene y que no vale la pena poner en relación con otras personas en el difícil camino de construir un intelectual colectivo capaz de dirigir el curso de la lucha.

El individualismo neoliberal nos ha corroído. Por eso, todo compromiso colectivo se asume con desconfianza, con la vista puesta en la puerta de salida y con nula disposición a afrontar el desacuerdo, la discusión y las tensiones inherentes a cualquier proyecto militante.

Muchas veces queremos que la militancia sea un eterno momento heroico, una revuelta gloriosa, una toma constante del Palacio de Invierno. Se pierde de vista que la revolución es un proceso largo y contingente. Militar también es llegar a una reunión en una tarde lluviosa y descubrir que las cosas no salieron como esperábamos. Es lidiar con la desesperanza, la pasividad y el peso de la cotidianidad, que muchas veces inhibe nuestras ganas de luchar. Pero también es rebelarse contra la idea de que no puede pasar nada nuevo ni mejor; es trabajar arduamente para que la vida algún día pueda ser otra cosa.

El mundo que queremos no va a llegar por arte de magia. Esto lo sabemos todos.

El movimientismo de causas concretas y las acciones espontáneas es importante, pero tiene un límite. Sin un plan estratégico, sin un horizonte de transformación, las valentías espasmódicas corren el riesgo de disiparse en el aire. Para que la lucha tenga sentido y continuidad, hacen falta militantes que la sostengan, la organicen y la proyecten más allá de la coyuntura inmediata. En ese sentido, me distancio radicalmente de la idea, muy en boga, según la cual basta con muchedumbres multicolores inorgánicas para cambiar las cosas. Se necesitan partidos, organizaciones y militantes que consagren las mejores horas de su vida a la lucha.

Cuando se habla de militancia, se suele resaltar, a veces más de la cuenta, la disciplina, el trabajo duro, las renuncias y los sacrificios. Todo ello es esencial. Pero rara vez se menciona que las organizaciones y partidos también son espacios de afecto, de aspiraciones positivas, reservorios de esperanza colectiva. Lugares donde muchas personas hemos encontrado sentido a nuestras vidas, nos hemos cuidado y querido, a pesar de las relaciones de poder que, muchas veces, lamentablemente, también se reproducen.

Desde mi experiencia personal, puedo decir que el hambre, la carencia y la tristeza han sido más llevaderas gracias a los camaradas que me ha dado la lucha.

Hace poco vi una película sobre la posguerra —recomendada por una camarada que me aseguró que, en esta historia, para variar, los comunistas eran los buenos—. Se llama El tren de los niños.

En ella, un grupo de niños del devastado sur italiano es persuadido para viajar al norte y recibir refugio, alimentación y educación mientras pasa el crudo invierno. Todo esto, a cambio de nada. Sus madres dudan, porque detrás de esa generosidad no está la Iglesia ni una fundación filantrópica, sino el Partido Comunista de Italia. Sus militantes —ex partisanos, profesionales y trabajadores— recibieron en sus humildes casas a niños de familias no comunistas, simplemente porque su compromiso con la humanidad lo exigía. En ese compromiso vital no cabía la desconfianza.

Por supuesto, la solidaridad puede existir fuera de los partidos y organizaciones. Pero difícilmente alcanza esas dimensiones ni adquiere ese sentido transformador que convierte un acto individual en una declaración de guerra contra el capitalismo y sus valores.

Militar es empezar a matar el individualismo tiránico que habita en nosotros y clavar una espada en el corazón de los valores dominantes, que no solo nos someten, sino que nos quitan las ganas de enfrentarnos y luchar. No todos tienen que ser militantes, pero sin militantes, ninguna transformación radical de la sociedad será posible. La esperanza de un mundo mejor depende de nuestra capacidad de convertir nuestras causas en compromiso, disciplina y pertenencia sólida, más que en meros gustos, preferencias o modas de las que podemos desprendernos o desconectarnos cada vez que nos aburrimos. Si queremos un mundo en el que las mercancías no valgan más que las personas, necesitamos más que desearlo o añorarlo: necesitamos compromiso, estrategia y militancia.

El Catatumbo: una herida abierta en la geopolítica colombiana

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La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será. E.G.

La región del Catatumbo, ubicada en el nororiente de Colombia, es un microcosmos de la tragedia y la resistencia que han marcado la historia de América Latina. Allí convergen el abandono estatal, la violencia sistemática del conflicto armado, el paramilitarismo, las guerrillas, la desaparición forzada, el desplazamiento de comunidades y la lucha incansable del campesinado. La historia del Catatumbo no es solo la de una región periférica dentro del territorio colombiano; es la expresión de un modelo de explotación y dominación que se ha repetido a lo largo del continente. Para comprenderla en toda su magnitud, podríamos mirarla a la luz de las reflexiones de Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latinay sus relatos sobre la devastación de las minas de Potosí.

Históricamente, el Catatumbo ha sido un punto de fricción entre Colombia y Venezuela. La porosidad de la frontera ha facilitado el contrabando, el narcotráfico y la presencia de grupos armados que han utilizado el territorio venezolano como refugio estratégico. En diversos momentos, las tensiones entre ambos países han alcanzado niveles críticos, con desplazamientos masivos de población y crisis humanitarias que agravan aún más la situación de los habitantes de la región.

En ese sentido no es raro observar que la frontera del Catatumbo se asemeja a tantas otras líneas imaginarias impuestas en América Latina, que han sido más barreras de exclusión que puentes de integración. Como bien advertía Galeano, la historia del continente ha sido la de la fragmentación impuesta desde afuera, destinada a impedir la consolidación de una verdadera soberanía popular y territorial. Sin embargo, el Catatumbo no solo es un escenario de tragedia, sino también de resistencia. Los movimientos campesinos han logrado articular luchas en defensa de su territorio, reivindicando el derecho a una vida digna y a una paz con justicia social. A pesar de la persecución, los asesinatos de líderes sociales y las amenazas constantes, la organización popular sigue siendo un bastión de esperanza en medio de la adversidad.

Este espíritu de lucha que se ha mencionado es el mismo que se ha visto en las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas de toda América Latina, desde las rebeliones de Túpac Amaru hasta las protestas contemporáneas contra el extractivismo y la privatización de los bienes comunes. En este sentido, el Catatumbo no es solo una herida abierta en Colombia, sino un símbolo de la persistente lucha por la dignidad en todo el continente. Desde hace décadas, el Catatumbo ha sido relegado por el Estado colombiano a la periferia del desarrollo. A pesar de su valiosa posición geoestratégica, que lo convierte en un punto clave para el comercio y la conexión con Venezuela, no ha recibido respaldo económico significativo de ningún gobierno colombiano. Las infraestructuras básicas son precarias, la educación y la salud están en crisis permanente, y la presencia institucional se reduce a una militarización que, lejos de proteger a la población, la somete a nuevas formas de violencia. Este abandono ha facilitado la expansión de cultivos ilícitos y la presencia de grupos armados que encuentran en la marginalidad del territorio un campo fértil para el conflicto.

En este contexto, el campesinado ha sido doblemente víctima: por un lado, de la guerra sin tregua entre actores armados que disputan el control del territorio; por otro, de una política estatal que lo criminaliza y lo despoja de su derecho a la tierra. La falta de apoyo gubernamental ha provocado la pérdida de valor de productos tradicionales como la cebolla, la panela y otros cultivos propios de la región, afectando gravemente la economía local y forzando a muchos agricultores a buscar alternativas menos sostenibles. Tal como Galeano describió en las minas de Potosí, donde los indígenas y esclavos africanos fueron forzados a extraer la riqueza que jamás disfrutarían, el Catatumbo es saqueado por una economía extractivista que deja a la población atrapada en un ciclo perpetuo de pobreza y violencia.

El conflicto armado en el Catatumbo ha sido alimentado por la presencia de guerrillas como el ELN y disidencias de las FARC, así como por el paramilitarismo, que ha actuado en connivencia con poderes políticos y económicos para consolidar su control. Las masacres, las desapariciones forzadas y el desplazamiento de comunidades enteras han sido estrategias recurrentes en esta guerra no declarada contra la población civil. La desaparición forzada en particular, como método de terror, evoca las estrategias de exterminio que se implementaron en las dictaduras del Cono Sur y que Galeano denunció en su obra.

En una descripción casi espeluznante, podría decirse que los ríos y fosas comunes del Catatumbo se han convertido en cementerios clandestinos, recordando las minas de Potosí, donde generaciones enteras de trabajadores murieron sin dejar rastro, consumidos por una maquinaria de muerte que nunca les perteneció. Así como en Potosí la riqueza extraída enriqueció a imperios lejanos mientras dejaba solo miseria en la región, en el Catatumbo la riqueza generada por el petróleo y los cultivos ilícitos financia estructuras de poder que solo perpetúan la opresión.

Ante esta realidad, es urgente una intervención humanitaria integral en el Catatumbo que priorice la protección de los derechos humanos. Se requiere una mayor inversión en educación, salud y desarrollo económico sostenible, en lugar de limitar la presencia estatal a un enfoque estrictamente militar.

A todo lo mencionado anteriormente, el decreto de conmoción interior, implementado en diferentes momentos de crisis en Colombia, plantea un debate crucial. ¿Es necesario para proteger la vida y garantizar condiciones básicas de bienestar, o solo perpetúa la militarización y el abandono estructural? Si bien la seguridad es fundamental, su aplicación debería centrarse en asegurar derechos esenciales como la salud, la educación y la estabilidad social, entendiendo que la paz solo es posible cuando se erradican las condiciones de precariedad que alimentan la violencia. La verdadera solución radica en priorizar la vida y el bienestar de las comunidades, construyendo oportunidades reales para que la población pueda desarrollarse en dignidad y fuera del ciclo de conflicto. Esperamos que el abordaje de la situación no vaya a ser netamente la militarización sino la respuesta integral del Estado, pues al parecer, tanto el decreto de conmoción interior y los decretos sectoriales subsidiarios apuntan en esa dirección de garantía de derechos.

El Catatumbo es un espejo de la historia latinoamericana: una región rica en recursos, explotada por fuerzas externas y abandonada por el Estado, pero habitada por comunidades que resisten con valentía. Como en las minas de Potosí, donde los cuerpos se desgastaban en la oscuridad mientras la plata iluminaba los palacios de Europa, en el Catatumbo la riqueza natural y geopolítica se convierte en una maldición para quienes la habitan. Sin embargo, la historia del Catatumbo aún se está escribiendo, y en ella la resistencia popular sigue siendo una fuerza que desafía el olvido y la explotación, reclamando un futuro donde la vida valga más que la guerra por siempre.

Referentes

Agencia Venezolana de Noticias. Venezuela destruye tres campamentos de grupos irregulares en Operación Relámpago del Catatumbo.

Barreto, M. F. (14 de octubre de 2021). El Catatumbo en disputa. Misión Verdad.

Congreso de los Pueblos. Catatumbo por la Vida Digna.

Congreso de los Pueblos. Comunicado por la Vida y la Paz en la Casa del Trueno: Urgen salidas humanitarias a la crisis del Catatumbo

El Espectador. (Fecha no especificada). Entrevista a ‘Calarcá’, líder de la mayor disidencia de las FARC que negocia con Petro.

Naciones Unidas Derechos Humanos. (3 de febrero de 2025). La Caravana Humanitaria llega a Ocaña, Norte de Santander.

Presidencia de la República de Colombia. (5 de febrero de 2025). Decreto 0137 de 05 de febrero de 2025 para adoptar medidas de protección para personas, grupos y comunidades afectadas por las graves violaciones de DDHH y DIH ocasionados por grupos armados organizados. [Enlace no disponible]

Así es mucho del periodismo actual

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Cuando era una niña veía a April O’Neil, la periodista amiga de las Tortugas Ninjas, como una mujer fuerte, curiosa, valiente y comprometida con su ejercicio periodístico; luego llegaron las historias sobre Oriana Fallaci, sus entrevistas y el romance con Alekos Panagoulis. En la juventud aparecieron John Reed, Nellie Bly, Gloria Steinem, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Guillermo Cano, o el periodismo de la Revista Alternativa en Colombia durante los 70s, y se me armó una imagen idealizada del oficio. Un periodista o una periodista, en esa idea romántica y adolescente, debía ser una persona curiosa, culta, e intrépida, pero luego crecí y me estrellé contra el mundo.

Mientras consumía medios de forma consciente y bebía de las ciencias sociales, era evidente que el código deontológico del periodismo era un listado de afirmaciones vacías que, con las dinámicas del poder, la pereza intelectual, el neoliberalismo y la precarización laboral, terminaron diluyéndose en titulares tendenciosos y análisis tontos. Por supuesto, no es algo generalizado, hay profesionales juiciosas, dedicadas, que estudian y se escandalizan al escuchar a otras personas de su gremio, pero siento que esto es la excepción. 

“Escribir es escuchar”, así era como Rodolfo Walsh explicaba la investigación periodística, en la misma línea Fallaci señalaba: “todo habla y se puede convertir en una historia: basta saber escuchar”, entonces me pregunto, ¿qué escuchan los periodistas de los medios corporativos o los de la derecha que se las dan de muy liberales (no en términos partidistas) y se la pasan invocando al pobre Guillermo Cano?

Hace unos días quedé sorprendida después de ver que un periodista que estuvo en el lugar de la noticia y entrevistó personas, salió al aire a dar una información coja, desde el prejuicio y la ignorancia, sin dársele nada. Mientras tanto, otro periodista en el estudio cargaba con más prejuicios la “noticia”. ¿Alguno escuchó?

Una amiga periodista me envió unos audios en los que me contaba sobre un podcast en el que un grupo de “analistas” que dicen saber cómo se hace buen periodismo, comentaban el consejo de ministros, mientras lanzaban categorías completamente absurdas y que, con tono soberbio trataban de legitimar. Tan absurdas, que ni siquiera las voy a replicar. Amplificaban su ignorancia, mientras confundían Estado, régimen político y gobierno, se reían y se daban palmaditas en la espalda.

Parece que estos periodistas de ahora tienen una idea de neutralidad rara y muy arraigada, para preservarla solamente revisan textos periodísticos como un ejercicio endogámico, sin revisar otro tipo de documentos que les permitan cualificarse para informar o analizar.

La información y el análisis requieren de cualificación, de lectura de contexto, es que es necesario saber algo de historia, de política para redactar o emitir una valoración. Es más fácil quedarse con los prejuicios que estudiar, que incomodarse leyendo autores con quienes no se comulgue, o escuchar personas diferentes a los amigos. Dice Estanislao Zuleta en el Elogio de la Dificultad: “Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre las cosas mismas, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”.

El análisis periodístico, en gran medida, parece como una superficie despojada de las contradicciones de lo social, de los grises, de los grandes intereses económicos. La imágen de la sociedad es extraña, es como una suma de individuos sin historia, sin clase social, sin dinámicas complejas, sin lazos, etc. En esa sociedad todos los individuos son iguales, aunque a la hora de dar cuenta de un punto de vista, los individuos con más recursos, de familias tradicionales, tienen mayor legitimidad que las personas que vienen de otros lugares. El análisis periodístico convencional se caracteriza entonces por su hipocresía. Es vacío e hipócrita y en eso no hay ninguna dificultad.

La soberbia parece ser un componente obligatorio del quehacer periodístico y del análisis periodístico. Está en el tono arrogante que usan las y los periodistas para validar categorías sacadas de la manga, no tener bases conceptuales para hacer análisis, no tener interés alguno de, por lo menos, revisar Wikipedia para dar una noticia decentemente. No solo pasa en las salas de redacción de los medios corporativos, también en los podcast en los que de forma diferente analizan los medios de comunicación, o en los medios que venden una idea de independencia bastante parcializada.

No espero que quienes practiquen este “periodismo” hagan un ejercicio de conciencia, hay que ser realistas, es mucho pedir que salgan de ese sitio cómodo, lleno de lugares comunes, prejuicios y desconocimiento. Mientras tanto seguirán haciendo encuentros y festivales para culpar a la tecnología, a la partida de la Usaid y a otros, de la crisis por la que atraviesan.

Emilia Pérez, Audiard y la estupidez blanca

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Hay temas que, dentro de su frivolidad perene, manifiestan una intrascendencia tan absoluta que no ameritan algún tipo de desgaste conceptual. Tal es el caso de la película titulada Emilia Pérez, del torpe e infame director francés Jacques Audiard, hasta que tuvimos el placer de escuchar sus últimas declaraciones en entrevista acerca de la lengua española. Tomaremos como referente dicha eventualidad, sin desestimar la grotesca caricaturización que hace del movimiento Trans. Narrativa acaecida en el filme y que merece su propio análisis.

Para aportar un poco de contexto, Emilia Pérez es una producción francesa, que retrata la vida y vicisitudes de El Manitas, ficcionalización de narco mexicano, que toma la decisión de cambiar de sexo. Aunque sincrética la síntesis, más allá de ello, nos topamos con una serie de tropiezos que enmarcan dicha producción como una de las obras más irrespetuosas y desatinadas. ¿Por dónde empezar? Es complejo jerarquizar el horror cometido por el director, pero como hemos mencionado, puntualizaremos en uno de sus elementos como premisa fundamental. El pésimo e irrespetuoso uso de la lengua española y su componente ideológico. En este sentido, es conveniente recordar la sentencia literal, proferida por Audiard: “El español es un idioma de países emergentes, de países modestos, de gente pobre y migrantes”.  

Escuchar el español de la actriz Selena Gómez es, a vivas luces, algo nefasto. No por capricho, se ha convertido en un meme ambulante. Y ni hablar de las odiosas generalizaciones culturales que terminan desembocando en expresiones absurdas, indicando que los mexicanos huelen a tortillas o guacamole. ¿Pueden ser cuestionables los límites del supuesto arte de Audiard? Nada más erróneo que tratar de interpretar el mundo desde la lengua ajena. Lo curioso es que el director francés, en otra de sus intervenciones, esgrime que su cine es para incomodar al fascismo, en este caso, me atrevo a tomar la vocería del pueblo latino de habla hispana para invitar al pseudointelectual a dimitir en su defensa de valores antifascistas. Nada más fascista que asumir la significación del concepto de lenguas de poder o aprovechar la condición social y cultural de las minorías para acrecentar sus réditos como artista. Aquella percepción de superioridad lingüística es equiparable al mayor acto de xenofobia que pueda llegar a orquestarse. En palabras de Eduardo Galeano en su obra Patas Arriba: la escuela del mundo al revés: “Países en desarrollo es el nombre con que los expertos designan a los países arrollados por el desarrollo ajeno. Según las Naciones Unidas, los países en desarrollo envían a los países desarrollados, a través de las desiguales relaciones comerciales y financieras, diez veces más dinero que el dinero que reciben por la ayuda externa” (Galeano 24).

Así pues, las declaraciones del director francés acrecientan la ignominia de su película. La caricatura cultural de un flagelo tan degradante como la narcoestética, aunado a la pobre narrativa de su cinematografía, hace que Emilia Pérez merezca tener su lugar propio e inexorable como la peor producción cinematográfica en la historia. Al igual que cualquier intervención artística, el cine como construcción de lenguaje audiovisual, no puede dejar de lado aquel elemento de verosimilitud.

Aunque la función esencial de dichas producciones, sea la evasión de la realidad como puente sacro entre la obra y el espectador, no debe tomarse a la ligera la representación cultural, cuando se cimienta a partir de referentes directos. No se cuestiona que se haya construido un musical como premisa narrativa a un tema tan sensible, mucho menos hacer visible el movimiento Trans, a quienes la marginalidad y la fuerte lucha de su reconocimiento ha sido una consigna, sino su ligereza absurda, falta de profundidad y el NO reconocimiento del otro como interlocutor válido. En este sentido, el irrespeto al imaginario latinoamericano e hispanoparlante, hace que el esnobismo del director recaiga en acepciones xenófobas, neocolonialistas y mercantiles.

El cine, tal y como lo plantea Antonin Artaud, coterráneo del infame Audiard, y del cual este último debería tomar lección no debe ser una construcción autorepresentativa vacía, como nos lo enuncia en su obra El Cine: “El cine puro es un error, como lo es en cualquier arte todo esfuerzo por alcanzar su principio íntimo en detrimento de sus medios de representación objetiva. Es un principio muy particularmente terrenal que las cosas no pueden actuar sobre el espíritu más que a través de un cierto estado material, un mínimo de formas sustanciales suficientemente realizadas. Existe quizá una pintura abstracta que prescinde de los objetos, pero el placer que se obtiene de ella conserva una cierta apariencia hipotética, con la cual, verdaderamente, el espíritu puede contentarse” (Artaud 14).

Quizá Emilia Pérez, es la forma desideologizada de como el europeo percibe a Latinoamérica. Un lugar subdesarrollado, tropical, constituido con un exotismo vacío, aventurero y vacacional. Latitudes agrestes que se estereotipan a partir del lenguaje de las drogas, la prostitución y los narcos. Suramericanos migrantes con su español atropellado y merecedores que un genio como Audiard, los ponga en la palestra global con una obra incoherente. Obvio, concebida desde la mente de un francés, blanco y capitalista que legitime su estética para que la audiencia válida, aquella que guarda sus mismas características, se deleite con el folklore propio del lenguaje de la pobreza y el subdesarrollo, aquel que Eduardo Galeano fervientemente denuncia como el color que miserablemente le han otorgado al crimen: “En las Américas, y también en Europa, la policía caza estereotipos, culpables del delito de portación de cara. Cada sospechoso que no es blanco confirma la regla escrita, con tinta invisible, en las profundidades de la conciencia colectiva: el crimen es negro, o marrón, o por lo menos amarillo. Esta demonización ignora la experiencia histórica del mundo. Por no hablar más que de estos últimos cinco siglos, habría que reconocer que no han sido para nada escasos los crímenes de color blanco (…) quienes se decían portadores de la voluntad divina” (Galeano 29).

Es esperanzador que la estupidez de un mal director de cine, haya servido para unir al pueblo latino. Su obra, más que el olvido, merece lucir como el estandarte del neocolonialismo y la xenofobia. Además de ser un claro recuerdo que el arte puede enmascararse, legitimando al opresor y denigrando al oprimido.

REFERENCIAS

  • Artaud, Antonin (1973). El Cine. Editorial Alianza, Madrid
  • Galeano, Eduardo (1998). Patas Arriba: La escuela del mundo al revés. Editorial Siglo XXI, Madrid

A mi izquierda, el abismo. Petro, el progresismo y la izquierda: una ecuación que toca repensar

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La sesión televisada del Consejo de Ministros del 4 de febrero sirvió para ratificar lo que ya sabemos y llevamos tiempo diciendo: que Petro no es de izquierda, aunque vampirice electoral y mediáticamente, cada vez que puede y necesita, la memoria sentimental de ese espacio político; que al proyecto progresista que dirige lo prefiere hegemonizado por las posturas del establecimiento, encarnado en Benedetti, Sarabia y otros tantos a quienes defiende a costa de quienes han sido sus verdaderos aliados; y que sus virulentos ataques a la izquierda están fundados en una serie de prejuicios, lugares comunes con poco fondo y una autopercepción sobredimensionada y arrogante acerca de su propio papel y el del M-19 en la historia política reciente del país.

Petro tiene razón al decir que la izquierda no suma 11 millones y medio de votos, como sí lo hizo el proyecto del Pacto Histórico que él encabezó en segunda vuelta, pero se equivoca al subestimar y menospreciar el aporte que hizo la izquierda para su triunfo. No hablo únicamente de poner votos, que también los puso, sino de la labor fundamental que cumplió ese sector político para sostener, con organización, trabajo duro y militancia, una serie de ideas, reivindicaciones y luchas populares en la sociedad, sin las cuales no hubiese triunfado nunca el proyecto progresista. A Petro parece que se le facilita la amnesia selectiva: puede olvidarse de los aportes de la izquierda, pero no de los de Laura Sarabia y Armando Benedetti.

En muchas oportunidades, esa resistencia de la izquierda a la avasalladora ofensiva ideológica y cultural de las clases dominantes ayudó a que no se derechizara aún más el ambiente político nacional. La mayoría de las veces, esas posturas de rebeldía minoritaria pero valiente de la izquierda se sostuvieron muy a pesar del actual presidente, que tercamente insistía en hacerle concesiones de todo tipo a la política tradicional, avalando los TLC, marchando con el uribismo el 4 de febrero de 2008 o ayudando a elegir a Alejandro Ordóñez como procurador.

Es muy importante que la izquierda, que apoyó y ha apoyado al proyecto progresista, reflexione acerca de la necesidad de redefinir las relaciones entre la izquierda y el progresismo petrista. Persistir en la defensa cerrada y sin matices de un gobierno que protegió al ala derecha de su administración por cadena nacional, satirizando y ridiculizando a la izquierda, nos deja mucho que pensar. ¿Será que, en lo sucesivo, nos tendremos que aguantar que Petro desempolve el anticomunismo trasnochado y saque a relucir su aversión por la izquierda cada vez que se cuestionen los nombramientos de Sarabia y Benedetti?

Si en la izquierda terminamos por aceptar el realismo capitalista puro y duro — según el cual esto es lo que hay y punto —, mucho me temo que nos disolveremos definitivamente en los estrechos límites del marco progresista, lo cual, además de desdibujarnos como opción de poder, puede tener un doble efecto peligroso para la izquierda. Primero, por ese camino, se seguirán corriendo las líneas de demarcación del campo político hasta que lo más revolucionario que se pueda proponer en Colombia sea el capitalismo con rostro humano del petrismo. Por otro lado, se produciría el total desarme ideológico y político de la izquierda, no solo frente al progresismo y sus evidentes límites, confusiones y tergiversaciones teóricas, sino también respecto a la propia derecha, que disfrutará y aprovechará que su adversario del futuro puede ser una versión descafeinada de la izquierda revolucionaria y combativa de antaño, con la que le quedará más fácil avenirse.

Durante la transición española, uno de los líderes del centrista y moderado PSOE, Alfonso Guerra —quien, a la postre, sería ministro del impresentable Felipe González—, se hizo célebre por decirles a los comunistas españoles, que toda la vida habían luchado contra la dictadura en condiciones muy difíciles, que a la izquierda del PSOE solo quedaba el abismo. Es decir, que para el partido que más consecuentemente había luchado contra el franquismo no quedaba espacio en la España de la transición. Algo semejante a lo que dijo Petro en su Consejo de ministros televisado.

A diferencia de lo planteado por el presidente Petro, considero que un lugar de lucha, trabajo y militancia llamado izquierda es necesario en Colombia para hacer posibles las transformaciones estructurales y de fondo, a las que el progresismo solo puede asomarse tímidamente.

 El progresismo petrista tendrá que decidir si se posiciona al lado del santismo y otras facciones de las clases dominantes para convertir ese proyecto en el vértice de un nuevo acuerdo político por arriba, o si se pone al lado de quienes han trabajado durante décadas —con aciertos y errores— para cambiar de fondo este país y cuyas banderas no han logrado embarrar ni las balas del régimen, ni la estigmatización de las derechas y menos aún el “fuego amigo” del progresismo.

Ser de izquierda y comunista en este país, al menos para mí, es un motivo de orgullo y no de vergüenza. Es miserable que tengamos que estar diciendo esto en medio del gobierno progresista de Petro, como si viviéramos en la Argentina de Milei.