Numerosos han sido los espacios en que hemos escuchado durante los últimos años que “Colombia atraviesa por un momento histórico”, todo enmarcado en la posibilidad de cerrar de manera dialogada el conflicto armado con la guerrilla más longeva del continente.
Sin embargo, son muchos los habitantes de Usme, del Sur de la Ciudad, de las grandes periferias, que aún no logran comprender qué significaba en términos reales tal posibilidad. Los acuerdos de la Habana no llegaron a tiempo y de manera clara a los habitantes del Sur y he allí un argumento definitivo para comprender la victoria del NO en algunas de estas zonas, aún más, para comprender el alto abstencionismo el pasado 02 de Octubre.
A la luz de ello, hay varias verdades sobre la mesa, las cuales merecen análisis sesudo y profundo, a continuación tan solo nombraré algunas de ellas, bajo un brochazo muy general.
La primera de ellas, y la más evidente, es que la posibilidad de cerrar el conflicto armado con las FARC-EP se ha tenido que postergar por un tiempo, llevando a los acuerdos a un “estado de coma”, que a la fecha no da luces de ser superado con prontitud. Algunos ya hablan de un “Gran Pacto Nacional”, algo que a primera impresión suena a un burdo reencauche del Frente Nacional, lo cual sería realmente nefasto para la democracia e historia nacional.
La segunda verdad es que Usme fue una de las tres Localidades de Bogotá en donde ganó el NO, con una diferencia de un poco más de 8 mil votos sobre el SÍ, una cifra que para nada se puede despreciar, pues supera (por poco) a la votación que tendría el Centro democrático en la Localidad en las pasadas elecciones a la Junta Administradora Local, con lo cual se podría poner uno o quizá dos dignatarios en la JAL. Fenómeno que resulta altamente paradójico, pues han sido sobre todo los habitantes del Sur los que han puesto los muertos en esta guerra, los que ven a diario las consecuencias del desplazamiento forzado, los que viven las mayores condiciones de miseria y abandono estatal, los que son hijos y nietos de padres y abuelos que vivieron la guerra en carne propia, sin embargo, aún comprenden que la salida militar es la mejor opción.
La tercera verdad es que en Usme, tal como en el resto del país, ni siquiera gano el NO, gano abruptamente la abstención, pues entre el Sí y el No suman en la localidad 86.022 votos, cuando el censo electoral es de 205.497 personas. Es decir, el pasado 2 de Octubre el 58.13% de los habitantes de Usme no acudieron a las urnas, casi un 7% menos que la cantidad de votantes en las elecciones celebradas hace un año. Un fenómeno que es de fácil lectura también en localidades como Bosa y Ciudad Bolívar.
La cuarta verdad es que en el Sur de la Ciudad tendrían fuerte acogida los mensajes de desinformación que rotaron por las redes sociales, enmarcados en una guerra sucia hacia el proceso de Paz (como ya lo reconoció abiertamente Juan Carlos Vélez, el gerente administrativo de la campaña del No). Ello apoyado en la poca credibilidad que genera el gobierno de la Unidad nacional en el territorio, a tal punto, que el Sur de la Ciudad se viene perfilando desde hace un par de años en el bastión del uribismo en Bogotá (por contradictoria que parezca la situación).
La quinta verdad es que los movimientos sociales les cogió la tarde en los procesos pedagógicos de socialización de los acuerdos. Ello asumiendo que el grueso de las fuerzas políticas de corte popular ubicadas en las grandes Ciudades tienen incidencia territorial muy focalizada, con reducida capacidad de maniobra. Sumado a ello, pareciese que el lema “Nada está acordado, hasta que todo este acordado” acarreaba no adelantar los procesos pedagógicos en los barrios, con aquellos que al final de cuentas tendrían que refrendar el proceso; concentrando los esfuerzos de socialización y análisis durante los 4 años en ambientes de corte académico, alejados del grueso de las masas, es decir, en los barrios.
La sexta verdad a ubicar es el papel definitivo que aún juega la religión en el campo político colombiano, apreciación que no resulta nada nueva, en donde si bien el catolicismo pierde progresivamente terreno, ante corrientes como el cristianismo, el pentecontalismo, el adventismo, entre otras, el papel de estas en su conjunto fue suficiente para parcializar y sesgar las discusiones, bajo consignas falaces que al final de cuentas inclinaron la balanza hacia el NO, incluso llegando al punto de opacar el abierto apoyo del papa Francisco –jerarca máximo de la iglesia católica- al proceso de Paz.
La séptima verdad es que los líderes comunales que brillan con luz propia durante los procesos electorales locales, en esta ocasión brillaron por su ausencia. El apoyo en los barrios y localidades por aquellos “viejos lobos de mar” fue bastante frágil y tímido, en ocasiones nulo, algunos porque no sabían en qué consistía el Acuerdo, en tanto otros, porque no veían réditos económicos a corto plazo. Denotando así la estrechez y debilidad de los procesos políticos en los micro-espacios de poder de orden local.
La octava verdad es que el ciclo de violencia- paz; sumado al hecho de la estrechez del sistema político colombiano, la perdida de liderazgos comunales, el exacerbado individualismo, la perdida del tejido social y la creciente brecha social entre ricos y pobres, ha desembocado en una pérdida de esperanza en las transformaciones colectivas. El grueso de los habitantes del Sur asume de manera resignada cierto determinismo histórico, vociferando que “las cosas no van a cambiar” y “sálvese quien pueda”, emociones que son atizadas mediáticamente por la explotación de miedos y odios.
La novena verdad a comentar pasa por comprender el grado de enajenación en que se encuentra el grueso de los sectores populares, bajo un sistema económico indigno, fundado en la competencia y el salvaje capitalismo. Los habitantes del Sur de la Ciudad ocupan la mayoría de su tiempo en tratar de hacerle el quite a la pobreza, a la inseguridad, al pésimo transporte público, a sobrevivir al sistema de salud, a consumir su tiempo en el propio modelo de consumo. Así pues, el grueso de los habitantes del Sur nunca vieron los Acuerdos de la Habana como suyos, no comprendieron en qué se podrían transformar su realidades sí ellos eran refrendados, aspectos que es “entendible” dado que en la Ciudad no se ven de la manera más directa los azotes del conflicto, más allá del camión de las “batidas” que eventualmente recoge a un par de “desocupados” y se los lleva a prestar el servicio; pero además, porque los procesos de formación política al Sur son bastante débiles.
La última verdad a comentar es el papel que le queda al movimiento social para presionar el cumplimiento de los acuerdos, en donde la emergencia de nuevos liderazgos, de intelectuales orgánicos en términos gramscianos, logren llevar las discusiones presente en los más grandes y prestigiosos auditorios de las universidades del país a las cafeterías de los barrios, a las juntas de acción comunal y los parques.
Sólo así nos estaremos adentrando a un fortalecimiento real de la democracia, a la construcción de un país que se atreva a soñar, en donde defender la vida no sea un sacrilegio y en donde los sin voz, vuelvan a recobrar la esperanza, gritando muy fuerte en las calles que una Colombia Nueva está naciendo. Algo muy parecido a lo que se está convocando para el próximo 12 de Octubre.
______________________
César Suárez. Sociólogo, habitante del sur de Bogotá.