Si mal no recuerdo era Civilización 6, un libro gris azulado con la foto de una pirámide en la portada. Esa noche, como todas, mi mamá nos enjalmó en la cama y metió los extremos de las cobijas bajo el colchón para que no nos cayéramos, pero hubo algo que hizo que esa noche no fuera como todas. Antes de que el sueño llegara, mi hermana mayor, heredera oficial de Civilización 6, le preguntó a mi mamá por una foto que aparecía en el libro y que la profesora en la clase había pasado por alto: era la foto de Carlos Pizarro.
Esa noche fue la primera vez que escuché del M19, fue el inicio de mi enamoramiento por su historia y especialmente por mi familia. Fue el momento en el que supe que era hija del EME.
Esa noche se fue asomando detrás de un telón azul, blanco y rojo, la historia del M y la relación de mi familia con este movimiento. Fui recreando escenas en mi cabeza, que bien podrían haber codirigido Costa Gavras y Brian de Palma. Se fue formando una película en la que mi tío era protagonista y cantaba lo mejor de Sandro mientras era torturado en las caballerizas del ejército; en la que mi abuela, con el corazón destrozado, como los brazos de mi tío, iba a recogerlo a la cárcel cuando quedó en “libertad”; una película en la que mi mamá, con sus ojos claros y tacones altos, le preguntó a la policía por una dirección mientras cargaba un bolso lleno de armas.
En esta película, basada en hechos reales, también había villanos, y estaban en el poder. Entrenaban caballos para arrancar orejas, perros para violar, mataban bebés de inanición, traumatizaban niños.
Crecí fascinada con la campaña ¿Parásitos, gusanos? espere… M19, aterrada con lo que venía después del golpe de puerta y grito ¡Policía judicial!, y sintiendo profunda admiración y respeto por Augusto Lara, un periodista aventurero con gafas de carey, traje y pipa; y Heliodoro Arguello, un sastre que le dio a la costura otro significado, uno familiar en el que el amor por los otros, por una idea, es primero.
Detrás de cada anécdota narrada por mi mamá, leída en libros como La Ballena azul o Siembra vientos, ese sentimiento por el M se iba fortaleciendo en medio de un revoltijo de frustración, dolor, amor, admiración, que casi siempre terminaba, y termina, con una sensación de quemadura en la nariz y vacío en el pecho. Un carro varado con la Espada de Bolívar dentro, camiones de leche robados para barrios populares, 5000 armas sacadas del Cantón norte. Historias de acción y comedia, de costura, ausencias, y certezas: eso fue y es el M-19.
En la mañana del 4 de diciembre salió a la luz el descubrimiento de los restos, en una fosa común, de Guillermo Elvencio Ruiz, asesinado durante la Retoma al Palacio de justicia. Un hallazgo con el que, una vez más, se cuestiona el relato hegemónico sobre la toma, y se evidencia la relación entre los grandes narcos de los 80’s con la oligarquía y el establecimiento. El presidente Gustavo Petro escribió en X un muy emotivo mensaje en el que no solo resalta la fuerza de Elvencio Ruiz, su secuestro y tortura por el MAS, sino la imprescindible digna sepultura de esta emblemática figura del M19:
“Buscamos su familia para recibir los restos del que hasta ayer, estaba aún desaparecido. Sino se encuentran, le solicito a los excombatientes del M19 organizarse para darle sepultura al que fue fiel a su consigna ¡Vencer o morir!”
Hoy, con esta revelación que trae de vuelta a todos los fantasmas del M, no queda más que recordarles y continuar sobre el camino que avanzaron, no queda más que agradecer sus acciones y trabajar porque sus ideas prevalezcan hasta vencer o morir.
En medio de las anécdotas que llegan de nuevo, recuerdo una frase que leí de Bateman, de su discurso en la VIII Conferencia del M: “¡Adelante!, siempre que quede uno del M 19, quedará la esperanza de la lucha. Siempre que quede uno dispuesto a levantar esas banderas que son las banderas de la dignidad de nuestro pueblo, no seremos derrotados ¡Nunca!.”