¡Derechazo a la educación!

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Para nadie es un secreto que el discurso educativo en un país, y todo lo que gire en torno a este, establece un rasero socio-cultural determinante. Colombia se ha escindido, innegablemente en un escenario que encaja la idea nauseabunda de una educación para ricos y otra para pobres. ¿Será que nos lo quieren hacer ver de este modo? Dentro de las notables propuestas que rondan gobierno tras otro, siempre nos topamos con aquellas que buscan una tendenciosa privatización gradual del sector educativo. 

Obviamente, lo privado siempre será mejor, más organizado, no se perderán recursos, se enseñarán valores, no habrá adoctrinamientos, será pues, en última instancia, una educacioncilla un tanto cercana a la de la élite, sin llegar a dichos preceptos por supuesto, y lo mejor, sin tener que aguantar esos grotescos sindicatos como FECODE, que lo único que buscan es formar mamertos en las aulas de clase.  

La defensa de la educación en el país, se compone de tintes políticos e ideológicos. La idea de sectores gubernativos afines al neoliberalismo, es reducir las resistencias discursivas establecidas por uno de los sindicatos más antiguos del territorio. Claramente, ese supuesto deseo ferviente, que los y las jóvenes tengan una educación de calidad, se desdibuja cuando la rencilla que expone la reforma es desestabilizar las condiciones laborales del gremio educativo. Uno de los principios categóricos de todo alegato neoliberal, es la desestabilización ideológica, transformando toda postura argumentativa en peleas de bolsillo. 

En este orden de ideas, el ideal es tratar de exponer el discurso sindical, sobre planteamientos legales que presuntamente sobrepasan el derecho a la educación en el país. A la par con esto, caricaturizar a los maestros como aquellos consuetudinarios a la norma que simplemente buscan mamar de la teta pública.

Este delirio de privatización como manifiesta Zygmunt Bauman en sus conversaciones Sobre la educación en un mundo líquido, no hace más que insuflar los deseos de una población marginada a tener acceso a una supuesta educación privada, que les garantice una salida a las precarias condiciones económicas. Circunstancias que, casualmente, los mismos ponentes de la reforma han ayudado a arrojarlos, aprovechando una cínica retórica emocional, que no hará más que aventar a los más necesitados al laberinto de mercantilización salvaje que constituye el sector educativo privado. 

Nos dice el sociólogo: “Las instituciones académicas más notorias, esas que otorgan los títulos académicos más prestigiosos – y que han sido generosas a la hora de otorgar privilegios sociales o de maquillar el desposeimiento social – están alejándose, año tras año, paso a paso, de modo constante e implacable, de lo que es el mercado social. Y también se están distanciando más que nunca de aquella multitud de jóvenes que vivían con la esperanza de alcanzar gratificaciones brillantes, una aspiración que ellos mismos se encargaron de nutrir y enardecer”. (Bauman 76)

Este discurso que claramente plantea lo público como el enemigo del avance social, sistemáticamente ha otorgado ciertos roles actanciales a la discusión educativa. 

Por un lado, aquellos muchachos que heroicamente desean alcanzar las más dulces retribuciones sociales y económicas, por otro, el otorgador de dones, representado por el neoliberalismo salvador; y en medio de la cuestión, el antagonista, el villano simbolizado por los sindicatos, quienes, según esta esfera ideológica, lo único que buscan es la holgazanería, la ganancia de privilegios (quizá imaginarios), el adoctrinamiento y el ejercicio de una indecencia conocida como libertad de cátedra. 

Contrario a lo que interpreta la godarria del país, los maestros reconocemos los problemas coyunturales que aquejan al discurso educativo. Podemos evidenciarlo en aquellos que nos legislan. Es más que evidente que la formación colombiana le ha quedado debiendo a remedos de políticos como Polo Polo, cuyos mayores logros han sido torpedear el quorum parlamentario para que no se voten las reformas, al camaleónico J.P. Hernández, quien pasó de ser un cristiano mediocre, pésimo cantante a engañar a sus votantes, aprovechando miserablemente el estallido social para lograr su cometido, Mafe Cabal con sus denuncias trastornadas respecto al socialismo del siglo XXI, además de su engendro de los jóvenes Cabal, entre otros ya muy conocidos que ensanchan la lista con sus “extraordinarias propuestas”.

La historia de la educación colombiana en sus inicios, nos muestra que fue un discurso cercano a lo monacal o clerical. El maestro se veía enredado en la telaraña de lo que llaman vocación. Un concepto que encierra un trasfondo con pretensiones políticas y estéticas, a saber, la idea de impartir un conocimiento afín con unos valores morales cercanos a la sumisión y lejos de cualquier acto de insubordinación.

 Una enseñanza prosistema, con camándula y Biblia en mano, que ensalzara las virtudes de la pobreza y del pensamiento apolítico. Aquellos ideales de trascendencia económica y social no eran para los sectores más vulnerables, contrario a ello les quedaba la abyección y la admiración a sus patrones. Es curioso como en la actualidad el derechazo a la educación nos quiere devolver a lo mismo. Vulnerar la libertad de cátedra, para instituir un gremio docente inofensivo, cuya voz muera en las cuatro paredes de un salón de clase, mientras la privatización, la burocracia y la corruptela se apoderan de lo único que aún puede hacer individuos libres.

Como establecería Roland Barthes en El Grado Cero de la Escritura, “La escritura, siendo la forma espectacularmente comprometida de la palabra, contiene a la vez, por una preciosa ambigüedad, el ser y el parecer del poder, lo que es y lo que quisiera que se crea de él: una historia de las escrituras políticas constituiría por lo tanto la mejor de las fenomenologías sociales”. (Barthes 32) De este modo, el neoliberalismo mimetiza sus intenciones. Simplemente expone lo difuso del ser y el parecer, en donde su noble discurso no encierra más que el deseo de entregar a los jóvenes como una propina más para la industria del consumo. La Resistencia, como alguna vez planteara Ernesto Sábato, se trasluce en el “maestro como hombre libre en un campo de reclusos, cuya misión es trabajar por ellos”. (Sábato 70) 

REFERENCIAS

  • Barthes, Roland (1973). El Grado Cero de la Escritura. Editorial Siglo XXI, México
  • Bauman, Zygmunt (2013). Sobre la Educación en un Mundo Líquido. Editorial Paidós, Madrid
  • Sábato, Ernesto (2000). La Resistencia. Editorial Booket, Colombia