Las primeras bicicletas llegaron a Colombia en la década del treinta del siglo XX, eran pesadas, en acero y exclusivas para aquellos hombres de familias adineradas que podían comprarlas. Ya para la década de los cincuenta, con el desarrollo del comercio mundial, “los caballitos de acero” eran un poco más asequibles para las familias humildes, hasta convertirse con el paso de los años en una herramienta de trabajo. La bicicleta pasó en menos de tres décadas de ser un bien exclusivo de la clase adinerada, a convertirse en un símbolo del “pueblo”, haciendo que los ricos se distanciasen sustancialmente de ella.
En el caso del Putumayo quizá el primer vinculo histórico (no directo) que se puede tejer con el desarrollo del ciclismo no es muy grato, pues se puede rastrear en la “fiebre del caucho” de finales del siglo XIX y principios del XX. La región brindó durante años la materia prima necesaria para elaborar las llantas de ciclas y automóviles, la economía gomífera le costó sólo al bajo Putumayo, según Roberto Pineda, la vida de más de 40.000 indígenas entre 1900 y 1910, en donde la cauchera Calderón o la casa Arana tuvieron mucho que ver.
Sin embargo, este artículo no busca abordar el papel de las industrias extractivas en zonas periféricas, sino el papel que el ciclismo asume en la actualidad, y puede asumir, en zonas distantes, marcadas históricamente por el conflicto, la pobreza, la violencia y el abandono del Estado. Es un llamado a ubicar al ciclismo como una alternativa de reconciliación social y de desarrollo territorial sostenible en nuestra geografía nacional.
Hace una semana se corrió en el municipio de Puerto Asís la “Travesía nacional ruta Guacamayo”, en el marco de la feria ganadera “Expo Asís”, un evento en el que se dieron encuentro ciclistas, aficionados y profesionales, de todo el departamento del Putumayo e inclusive del Ecuador. Con base en esta experiencia y otras vividas en zonas periféricas, incluyendo el Sur de Bogotá, me permito perfilar tres elementos estratégico en el posicionamiento del ciclismo como un agente de transformación en los territorios:
Primero: Nuestra topografía quebrada bañada por innumerables afluentes se convierte en un espacio propicio para el ciclismo de ruta y de montaña, permitiendo explorar parajes poco conocidos, en donde las empinadas montañas parecen fusionarse con la inmensidad azul del cielo y los caminos se confunden con la gran variedad de verdes del paisaje y los amarillos de nuestros atardeceres. El ciclismo puede dialogar con iniciativas territoriales de agroturismo y ecoturismo, reconociendo nuestra flora y nuestra fauna, emprendimientos toman cada vez más fuerza en algunas regiones, jalonando el desarrollo económico desde alternativas sustentables y sostenibles.
El recorrer el territorio en cicla permite establecer un puente de comunicación con lo desconocido, visibilizando problemáticas, vulnerabilidades y conflictividades presentes, en tanto el ciclista está más expuesto al entorno, así la bicicleta deja de ser netamente un instrumento para la movilidad y el deporte y se convierte en una herramienta de empoderamiento para el cambio.
El explorar el territorio en dos ruedas no solo trae beneficios para el ciclista, sino también para aquellos que habitan el territorio, cómo no mencionar las sonrisas que emanan de los rostros de campesinos y campesinas al ver que entre sus caminos de herradura pasan los ciclistas bañados de sudor, en tanto los más pequeños con sus ojos cargados de emoción y alegría toman sus ciclas y tratan de seguir el grupo.
El ciclismo permite ratificar el vínculo entre las zonas rurales y urbanas, trayendo innumerables beneficios a aquellos que se mueven en ambientes altamente agotadores que deterioran su calidad de vida. Y, por último, permite lograr una resignificación de los territorios, realizando ejercicios de memoria, acudiendo al pasado como un paso en la construcción de futuro, sobre todo, en aquellas regiones marcadas por el conflicto y la violencia.
Segundo: A diferencia de los primeros años del ciclismo en el país, en que era exclusivo para “hombres ricos”, en la actualidad nos encontramos con un deporte amplio, diversificado e incluyente, en el que vastos sectores tienen cabida, sin distinción de sexo, edad, cultura, creencia religiosa, inclinación política o estatus social y económico. El ciclismo se convierte en una práctica para el encuentro, el reconocimiento y el desarrollo de valores esenciales para la vida y la convivencia pacífica, como la solidaridad, el trabajo en equipo, el diálogo de saberes, la disciplina y el respeto. En algunos casos el ciclismo representa un punto de encuentro y reconciliación entre miembros de una misma familia, fortaleciendo la confianza y la autoestima entre padres e hijos.
Tercero: el uso de la bicicleta permite no sólo explorar la geografía nacional, sino realizar una introspección personal, explorando aquello que está en nuestro interior y no reconocemos, asumiendo una conducta un poco más consiente hacia nosotros mismos y con nuestro entorno. O cómo no mencionar la satisfacción que se siente cuando el viento baña nuestro rostro en medio de un descenso, tras haber coronado un ascenso que parecía imposible.
El ciclismo al ser un espacio de encuentro y reconocimiento, permite forjar vínculos de empatía y, en algunos casos, se crean colectivos o agrupaciones territoriales, escenarios identitarios en donde afloran ejercicios de organización y liderazgo. Y son precisamente estos espacios los que gestionan la realización de travesías como las acaecidas en Puerto Asís, La hormiga, Puerto Caicedo, Sibundoy, para hablar sólo del Putumayo, pero en general a lo largo y ancho del país se están forjando, como el caso del Biciclub juvenil en la localidad de Usme al sur de Bogotá.
Para cerrar, queda por recordar que construir escenarios de paz frente al posacuerdo demanda la gestación de procesos de empoderamiento territorial, apalancando sectores de la economía, construyendo iniciativas de transformación social, incluyendo el diálogo y trabajo mancomunado entre los actores involucrados, pero también cambios en lo individual, en la forma de asumirme conmigo mismo y ante mi entorno. Y en todos esos campos, el ciclismo tiene algo que aportar.
Pd 1. En estos días se corre la Vuelta España y varios de los ciclistas nacionales provienen de esas zonas alejadas, marcadas por el conflicto, la pobreza y el olvido del Estado. Ojalá no se sigan desperdiciando talentos en campos y ciudades ante una debilidad manifiesta de la Federación Colombiana de Ciclismo y aquellos actores que deberían jalonar el deporte nacional.
Pd2. Con las comunidades se debe reafirmar la importancia del compromiso ambiental y prácticas de conservación, un ciclismo ecológico o agroturismo no se puede hacer entre senderos cargados de basura, residuos y zonas deforestadas.
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Por: César Suárez, sociólogo egresado de la Universidad de Nacional de Colombia, caminante de la vida comprometido con la construcción de una Colombia Nueva y en Paz, donde la alegría, los sueños y el amor sean las semillas que cultivemos en campos y ciudades. Amigo de la casa Hekatombe.