Colombia es un país altamente desigual. Nada nuevo bajo el sol. De acuerdo con Gabriela Ramos, directora de la OCDE, Colombia es el país más desigual de Latinoamérica y ello en los mercados reales, no los de los economistas de tablero, significa que la movilidad social es escasa y el círculo de la pobreza tiende a mantenerse. Según estudios de la OCDE, para que una persona pueda salir de la pobreza requiere de 11 generaciones, lo que significa que un niño colombiano que nace en condiciones de pobreza ha de vivir 330 años en promedio para superarla. Absurdo. Pero como si este problema no fuera suficiente, los mismos estudios de la OCDE advierten que la clase media colombiana es vulnerable y está estancada: una calamidad como la enfermedad de un familiar puede hacer que sectores de la clase media vuelvan al estado de pobreza anterior.
A pesar de la reducción de la pobreza absoluta en la era Santos, de la que hablé en un artículo anterior y que estuvo más relacionada con un crecimiento económico temporal jalonado por el extractivismo minero-energético y la incapacidad de desarrollar una economía productiva, la política de focalización del gasto social no ha sido capaz de reducir el patrón estructural de desigualdad. Sin embargo, el gobierno de Duque persiste en mantener políticas de esta línea, agravando la situación de las clases bajas y medias e ignorando la desigualdad, como si no fuera un problema socioeconómico. Por ejemplo, bajo la idea de gravar con IVA toda la canasta familiar, productos que no estaban gravados como los libros, la carne, el pollo, los medicamentos o el transporte público pasarían a costar un 19% más. Aquí es cuando abrimos los ojos sorprendidos y nos preguntamos cómo hemos podido llegar a esta situación.
La teoría del goteo
Bajo el lema «menos impuestos, más salarios», la publicidad engañosa de Duque advertía ya lo que sería parte de su política económica: menos impuestos a los empresarios y más salarios para los trabajadores. Lo curioso es que ese «y» significa que hay una relación de causalidad entre la reducción de impuestos a empresarios y el aumento de los salarios a los trabajadores. Y en esa propuesta se comienzan a ver visos de la teoría del goteo —trickle-down economics—: si les reducimos los impuestos a los que más tienen, aunque en el corto plazo no se vean los efectos, a largo plazo «la “copa” [de las ganancias] de los grandes empresarios [se rebasará] y al derramarse “caerán” (habrá un efecto goteo) sobre todo el resto, beneficiando a toda la economía», como resume el analista de políticas públicas Mateo Trujillo. De ese modo, aunque en la propuesta de Duque se incluyen a todos los empresarios —grandes y pequeños—, en la teoría del goteo del uribismo 2.0. las ganancias de los más competitivos —que generalmente son los que más tienen— en algún momento caerán sobre el sistema económico colombiano, beneficiando a todo el conjunto, pues los que más ganan harán más inversiones y pagarán más impuestos; así, como parte de esos beneficios habría aumentos del salario de los trabajadores. No obstante, tal teoría no cuenta con respaldo empírico y, citando a los economistas Stiglitz, Krugman y Ha-Joon Chang, para Mateo Trujillo la desigualdad generada no sólo permanece, sino que puede llegar a niveles que estancan el crecimiento económico. Esto en plata blanca significa que la evidencia internacional muestra que la teoría del goteo en la versión de Duque corre el riesgo de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, dificultando todavía más la precaria movilidad social colombiana.
Alberto Carrasquilla y la ortodoxia neoclásica incapaz de apropiarse creativamente de los modelos económicos
La teoría del goteo puede modelarse matemáticamente en un tablero. Y puede funcionar abstractamente porque está basada en la Teoría del Equilibrio General Walrasiano —TEGW—, núcleo fundamental de la teoría neoclásica de la economía, hoy dominante en el mundo, y que se usa para dar un sustento teórico a la idea de que el capitalismo se autorregula con las leyes del mercado de oferta y demanda —la «mano invisible» de Smith—, es el sistema más eficiente en la asignación de recursos y es superior, por tanto, a cualquier economía planificada. La TEGW pretende describir y explicar el funcionamiento de un mercado de individuos descentralizados que, obrando exclusivamente según su propio interés, pueden alcanzar un determinado equilibrio económico general, es decir, llegar a una situación en la que todos, productores y consumidores, al mismo tiempo y en todos los mercados, maximicemos nuestros propios beneficios. La TEGW no está interesada en las condiciones de partida, esto es, en las circunstancias socioeconómicas con las que cada uno de nosotros entramos al mercado, ni se interesa como tal por el problema de la desigualdad: basta con que cada quien, en la medida de sus posibilidades, llegue a una situación en la que maximice sus beneficios sin perjudicar a otro —óptimo de Pareto—, así unos maximicen mucho más y otros mucho menos. Los economistas de la corriente dominante, entonces, lo que hacen es «relajar» algunas de las hipótesis de la TEGW y ver a través de la teoría ideal el funcionamiento real de los mercados.
El problema de esta teoría de individuos egoístas que sin quererlo llegan a una situación de equilibrio y crean un orden en el que todos se benefician al tiempo sin necesidad de intervención estatal, no consiste en que no refleje cómo funcionan los mercados de carne y hueso, los que tienen monopolios, impuestos y demás trabas al «libre funcionamiento del mercado», sino que, como dice el economista José Felix Cataño, es una mala abstracción, pues tiene serias falencias teóricas. En su célebre artículo titulado La teoría neoclásica del equilibrio general. Apuntes críticos, a partir de los aportes de los propios neoclásicos como Sonnenschein, Saari o Polemarchaquis, Cataño mostrará que la TEGW es incapaz de cumplir sus propios supuestos y ser una imagen viable de la mano invisible de Smith, pues no es un modelo que pruebe la estabilidad del equilibrio ni es descentralizado. La TEGW no puede fijar una trayectoria específica hacia el equilibrio —consecuencias del teorema de Sonnenschein y el teorema de imposibilidad de Saari—, es decir, no refleja la propiedad de autorregulación del mercado. Sin la estabilidad del equilibrio, entonces, no es claro que el modelo pueda representar un sistema socioeconómico en el que los individuos alcanzan el equilibrio actuando descentralizadamente —no hay unicidad—, como correspondería al sistema capitalista ideal. Asimismo, la TEGW tiene que incorporar instituciones a priori como el subastador y la caja de compensación de pagos para explicar el equilibrio general, por lo que no es una teoría realmente descentralizada.
A pesar de estos graves problemas teóricos, los economistas los pueden ignorar y seguir trabajando como si el sistema capitalista fuera la imagen imperfecta del mercado ideal de la TEGW. Les basta con construir nuevos modelos esquemáticos y empíricos que sigan algunas hipótesis de la TEGW y hacer los debidos ajustes econométricos cuando estos fallan, pues si el modelo empírico no es adecuado el problema ha de ser del ajuste econométrico —algún fallo en la recolección de datos o de algún cálculo, por ejemplo— y no de la teoría general. De ese modo, la TEGW siempre quedará a salvo de cualquier refutación, comportamiento que dista mucho de ser científico.
Y Colombia no es la excepción. Economistas ortodoxos como Carrasquilla, ya sigan «recomendaciones» del FMI, el Banco Mundial o la OCDE, lo que hacen es continuar con los postulados que se desprenden de la TEGW y creer que el mercado colombiano funcionará según pronosticará algún modelo derivado de la teoría general. No importa que el mercado colombiano tenga serias fallas en la vida real, como la alta desigualdad que referí al principio, ni que la propia teoría sea inconsistente, pues normativamente la teoría dirá que esto se debe a las trabas puestas al mercado, como los impuestos, pero que, en una situación ideal, sin regulación, todos podríamos llegar al equilibrio según nuestras posibilidades, aunque la teoría tenga serias falencias teóricas para pronosticar tal situación. Bajo esa idea, entonces, de acuerdo con el economista Juan Pablo Sandoval, se concibe que impuestos regresivos al consumo como el IVA es uno de los impuestos que menos entorpecen «el funcionamiento libre del mercado», pues «todos» los pagamos por igual, a diferencia de impuestos directos y progresivos como un impuesto de renta, que tiene fines redistributivos y atiende a la capacidad de pago de cada quien.
Reflexiones finales
La continuación de políticas con dudosos resultados en otros países y graves problemas teóricos en su teoría fundamental muestra que en el gobierno de Duque ha primado una ortodoxia irreflexiva incapaz de construir creativamente modelos que atiendan a las realidades económicas nacionales. En suma, esta ortodoxia neoclásica da un uso ideológico a una teoría que funda el «paradigma» dominante de la economía. Es lo que se conoce como neoliberalismo, como si la compleja realidad económica funcionara según recetarios válidos para todos los tiempos y para todos los mercados, cuando ni siquiera teóricamente ello ha sido posible demostrar. No hay garantía científica de que aumentar impuestos que pagan principalmente las clases bajas y medias nos lleve a una situación de equilibrio general en el que los mercados se vacíen y todos optimicemos nuestros beneficios al mismo tiempo. Alcanzado hipotéticamente ese equilibrio, tampoco hay garantía de que este sea estable. No importa qué tan matematizado esté el modelo respectivo, pues uno puede modelar cualquier cosa lógicamente posible. Mucho menos ataca el problema de la desigualdad, al contrario, reduce capacidad de consumo y puede generar que la brecha aumente. Capas de la clase media pueden volver a la pobreza, dada su volatilidad. El debate ha de darse, y la ciudadanía debe contar con herramientas argumentativas que le ayude a no dejarse meter los dedos a la boca por las «tecnocracias» y los «expertos», que en vez de producir ciencia económica para el país y el mundo tienden a dedicarse exclusivamente al entendimiento y paulatina aplicación de las recomendaciones apalancadas de organismos internacionales.
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Camilo David Cárdenas Barreto. Licenciado en Filosofía por la Universidad Pedagógica Nacional y estudiante de Ciencia Política de la Universidad Nacional. Me gusta escribir y hacer análisis político de coyuntura. Muchas gracias por leerme. Contacto: cdcardenasba@unal.edu.co