Por: Daniel Aguirre
Más que un pedazo de verde.
Es un bar de karaoke al aire libre.
Un aeropuerto de cometas fracasadas.
Un primer beso.
Un atardecer de una pareja de pensionados.
Es todo eso y algo más, algo que no cabe en los planos ni en los decretos.
Aquí en el parque, reinventamos el concepto de ciudad. Como dice la banda de punk Espasmódicos:
«La ciudad bajo tus pies parece pequeña, tú eres un cohete, un misil, una estrella.»
Y lo fuimos. Cohetes. Misiles. Estrellas.
El parque nunca ha sido perfecto.
Tiene grietas. Charcos. Columpios oxidados.
Pero aquí pasan cosas que no caben en oficinas. Conversaciones de madrugada sobre miedos. Proyectos de vida que no llegaron a ningún lado. Primeras veces compartidas con amigos. Aquí las risas duran más que el cemento. Aquí los recuerdos se hacen sólidos.
Cuando tenía doce años también intenté elevar cometas.
Cometas con bolsas de Mercaldas y palitos de guadua.
Nunca volaban. Todas se me caían, una tras otra.
Pero nos reíamos igual.
Incluso el fracaso tenía viento propio.
Oscar y Daniel recuerdan a sus perros,ahora testigos del paso de los días.
Laura recuerda a Box, que ya no está.
Box metiendo las patas en la zanja de agua. Box corriendo por la manga. Rodando. Escarbando. Box siendo feliz.
Y ese recuerdo se quedó aquí, amarrado a los árboles.
El parque también guarda ausencias.
Camilo venía con su hermana.
Ella le gritaba: “el que llegue de último a los columpios es un huevo podrido.”
Él corría. Reía. Se ensuciaba.
Hoy ella ya no está.
Y cada vez que cruza el parque, esa risa le atraviesa la memoria como un eco.
Los lugares guardan esas presencias.
Esos colores que ya no se ven.
Pero siguen aquí, latiendo.
Yo también tuve mis refugios aquí.
Idas con amigos.
A parchar.
A escuchar sonidos estridentes en grabadoras baratas.
Canciones mal grabadas, pero necesarias.
BSN sonando fuerte:
«Todos atrapados en esta jungla de cemento, pánico y descontento es lo único cierto…»
Y nosotros desafinados.
Cantando a gritos.
Como si así espantáramos el miedo.
El parque fue mi lugar seguro.
Era lo bueno de la semana.
El desahogo.
El rincón donde la ciudad no nos aplastaba.
Por eso no me cabe el “progreso” que nos quieren vender.
No me caben las plazoletas de cemento brillante.
No me caben los kioscos que venden hamburguesas tibias.
No me cabe la palabra modernidad en boca de quienes nunca vinieron a escuchar lo que aquí pasa.
Ese progreso no cura la escuela cerrada del barrio.
Ese progreso no abre el puesto de salud donde la gente todavía se enferma.
Ese progreso es disfraz barato.
Maquillaje sin alma.
Negocio, no vida.
El parque enseña otra cosa.
Que los lugares no se construyen solo con planos.
Que las causas no nacen en oficinas.
Que nacen de la voz rota del vecino que protesta.
De la risa de los muchachos tirados en el pasto.
Del perro bebiendo en el manantial.
El parque siempre ha sido.
Y si lo dejamos ser, seguirá siendo mucho más que un proyecto.
Seguirá siendo vida.
Seguirá siendo memoria.
Seguirá siendo nuestro.