¿Fascismo electoral y democracia de baja intensidad en Colombia?

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2027

Colombia siempre ha vivido una encrucijada ética, política, social, económica, ambiental y cultural; podríamos decir que esto ha sido la historia “patria”. La urgencia de construir hoy alternativas políticas frente a la crisis global del sistema capitalista en el marco de la pandemia del Covid-19, ha evidenciado la posibilidad real de que una alternativa política progresista pueda asumir el poder del Estado en el país con la ayuda del voto popular.

El régimen de poder colombiano hoy es la muestra de un sistema que reproduce el fascismo social. El fascismo social, en términos del sociólogo Boaventura de Sousa Santos, es un régimen estructural hegemónico y transnacional en donde se destruyen los derechos sociales y económicos de la ciudadanía, así como un escenario civilizatorio que socialmente es fascista, ya que se condena a la mayoría de la población a una vida sin derechos y se imposibilita la construcción de un proyecto colectivo e incluyente de democracia.

Pero la democracia vista simplemente como sistema político que se reduce a la democracia electoral hegemónica puede también conducir a los caminos del totalitarismo neoliberal, ya que las manifestaciones políticas subalternas en ella no tendrían cabida. En ese sentido, aquellos que somos subalternos(as) y anti-desarrollistas hoy planteamos con fuerza la necesidad de la re-comunalización de la vida social, la re-localización de las actividades sociales, productivas y culturales, así como el fortalecimiento de las autonomías, la despatriarcalización, las desracialización y la descolonialización de las relaciones políticas desde la democracia directa.

Si planteamos la premisa de que una democracia significativa no puede reducirse a la democracia electoral hegemónica, la cual en esencia ha demostrado ser un modelo capaz de convivir sin mayores reparos con problemáticas sociales estructurales de pobreza, desamor, ignorancia, autoritarismo y corrupción, entre otras problemáticas, podríamos encontrar un espejo real de la democracia en el que podemos mirarnos, es decir una democracia de muy baja intensidad por no decir de papel.

En la democracia de baja intensidad se naturaliza la distancia de los ciudadanos a la política con sentencias tipo: “todos los políticos son corruptos”, “los políticos son todos iguales”, “político que no robe no es político”, entre otras concepciones que son funcionales al sistema para mantener a los ciudadanos apartados de la política como ciencia y ante todo como actividad de los que gobiernan o aspiran a manejar los asuntos de la sociedad o el país.

Ahora bien, la democracia no es algo inflexible, sino una construcción social dinámica que adopta diferentes formas, maneras y expresiones. Por eso, si se en ella se propone la apuesta por contribuir a develar la diversidad democrática de las gentes del país, así como buscar y explorar en el potencial de experiencias alternativas democráticas al modelo de sistema político dominante hasta hoy en Colombia, debemos tener claro que estas no se agotan con el voto y el espejismo de alcanzar la representación política electoral con las “mayorías de votantes”.

En ese sentido, pienso que hoy se puede estar “pecando” de ingenuidad desde la orilla de los partidos políticos de izquierda “eurocéntrica”, “centro izquierda” y algunos frentes políticos progresistas que aún están desarticulados de las redes comunitarias, los movimientos sociales, los indígenas, los campesinos, los afrocolombianos, los colectivos culturales, los pensamientos sociales, académicos y saberes populares de retaguardia.

Con el estallido social acontecido en los últimos meses en el país se vislumbró que se hace necesario construir horizontes políticos que permitan proyectar una agenda social organizada cuyos principios sean la búsqueda de la justicia social a nivel económico, educativo y laboral, es decir, en esencia un programa de gobierno que gire la agenda actual del neoliberalismo hacia los derechos de la ciudadanía. Todo está por hacerse y tejerse en el ámbito político para transformar a la Colombia profunda, local, barrial, municipal.  

El reto de Colombia como sociedad es grande si el progresismo llega al gobierno, pero además, en este proceso de transición democrática para el país que hoy tanto lo pide en las calles, jugará un papel preponderante la injerencia del imperialismo norteamericano en las próximas elecciones, así como la posibilidad de que las fuerzas políticas se puedan cohesionar entorno a un proyecto democrático y colectivo de país.

En Colombia hasta hoy no hay democracia, lo que hay es fascismo electoral, un gobierno autoritario que se divide el país en los bolsillos de unos cuantos clanes que se apropiaron de la representatividad política comprando votos por dadivas o haciendo promesas “utópicas” a cambio del genocidio social de nuestras comunidades y gentes. Finalmente, para contrarrestar el fascismo electoral puede ser útil la idea de demodiversidad y de democracia de alta intensidad, propuesta también por Boaventura de Sousa Santos, la cual busca generar “nuevas articulaciones entre la democracia representativa y la democracia participativa y, en determinados contextos, entre ambas y la democracia comunitaria propia de nuestras comunidades” desde un dialogo de saberes amplio. Esta articulación entre distintas formas de democracia que podría lograrse con la llegada de un gobierno progresista, podría ser a su vez el paso inicial para iniciar ese proceso de construcción de una democracia en la que quepa la re-comunalización de la vida social en el marco de la individualización y delegación de la actividad política promovida por el capitalismo.

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