La hora del viejo topo

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Hay quienes creen que todo lo que gravita el mundo del poder responde a un plan perfectamente maquinado, ordenado y sin fisuras en el que quienes mandan nunca pierden el control. Un circulo en el que todo cierra y encaja perfectamente como en la continuidad de los parques de Julio Cortázar, esta manera en que les miramos y pensamos tiene un grado de verdad,  no hay que ser un genio para reconocer la probada habilidad de nuestra elite para caer casi siempre parada, pero llevado al extremo peliculero en el que creemos que nada se les escapa nunca, esta manera de ver las cosas tiene un efecto inconveniente que expresa una sobre estimación reverencial de las capacidades del adversario, derivada de nuestra ya interiorizada condición subalterna en el tablero político y de la necesidad de justificar nuestra ya cómoda posición defensiva. En política como en el fútbol, respetar tanto al rival, es problemático porque conduce a la auto castración para imaginar nuevos caminos y adormece la audacia y creatividad necesarias para patear el tablero.

El poder también es torpe, deja cabos sueltos, brinda oportunidades para impugnarlo, abre boquetes, se fisura, fracasa, se estanca, no coordina… pensémoslo de este modo, ellos tienen para dirigir el aparato económico, político, militar, cultural y coercitivo hegemónico en el que sustentan sus privilegios y los de sus amigos, tantos o más problemas que nosotros, para articular y poner a funcionar nuestras pequeñas fuerzas en resistencia.

Ronda en el ambiente la indignación, un malestar que se está generalizando, una desconfianza que empieza a desnudar el juego del policía bueno y el policía malo con el que nos han gobernado en el último tiempo, una sensación de incertidumbre furtiva que lastima a una mayoría amplia de personas en el país. Se anuncian reformas contrarias a la dignidad y los derechos de la juventud, se plantean reformas pensionales que pretenden que nos coja el día de la muerte trabajando, se destapan escándalos de corrupción por todas partes, la gente siente que vive peor, que el desempleo crece, que la inseguridad retorna, que no alcanza el sueldo, que la cosa no va tan bien como habían prometido, sumemos a este coctel el ejemplo cercano y reciente de los ecuatorianos que nos recordó que cuando la gente quiere y se junta pueden cambiar algunas cosas.

Quienes todavía defienden al uribismo de frente lo hacen apelando al “pasado glorioso” en el que por obra y gracia de la seguridad democrática se despejaron las carreteras de guerrilleros o invocando el argumento del terror frente a la amenaza de una demonizada izquierda que ojalá tuviera tanta fuerza y capacidad como dicen y que desenvuelve una estrategia que implica: ideología de género, castro-chavismo, Petro, las purgas de Stalin en la era soviética y el Foro de Sao Paulo. Muy pocos se atreven a decir que en este año y medio de gobierno de Duque y el Centro Democrático, las cosas estén mejor.

Es esta pequeña grieta la que tenemos que ensanchar para que no pase en vano otra oportunidad de hacer pagar a los de arriba sus abusos y atropellos contra la gente, es fundamental que de este lado del campo de batalla empecemos a superar el libreto de la eterna resistencia que nos entrampa en el conservadurismo y los caminos trillados, que nos hace confundir los disturbios con la victoria, que nos empantana en la cotidianidad de nuestros aparatos y siglas, que nos hace perder de vista que militar no sirve para nada si no es para ganar, que nos resigna a una actitud defensiva y de supuesta acumulación -que no acumula mayor cosa- a  ver si se alinean los astros para que llegue de una buena vez el día en que podamos asaltar los cielos.

Yo digo que en estos tiempos falta una actitud de ofensiva, que hay que atrevernos a golpearlos a arrancarles triunfos así sean pequeños: que bajen las lentejas y la gasolina, que suba el mínimo, que la salud mejore, que la universidad sea gratis, que no se roben la plata de los impuestos que se pagan con el sudor de la gente trabajadora, que  los bancos no embarguen a los y las campesinas, que dejen de perdonarle impuestos a Sarmiento Angulo y las multinacionales… estas cosas claro no van a construir los soviets con que soñamos ni van a socializar los medios de producción, pero van a hacer lo que toda opción política de cambio tiene que hacer para abrirse paso a batallas más decisivas: fustigar al enemigo y dar esperanza y victorias a los suyos.

Falta más de un mes para el paro nacional del 21 de Noviembre, ojalá este potencial creciente no se dilapide en una movilización testimonial, en la que se camina tres horas por alguna calle en el que el estudiantado reclama los suyo, las centrales obreras sacan su rosario de reivindicaciones, alguna persona del común se pega por simpatía instintiva pero no entiende mucho, las organizaciones de izquierda reparten algún comunicado en arial 10, tamaño oficio y letra roja de manera que ninguna persona que no sea un friki del mundillo de la izquierda pueda leer o entender, en el que hay alguna reyerta que los medios magnifican y al siguiente día todo sigue como si nada. Se necesita que las organizaciones sindicales y partidos o movimientos políticos que quieren cambiar las cosas se sienten ya a pensar y diseñar una estrategia de verdad que apunte a articular a las mayorías entorno a unos puntos claros en los que se planteen reivindicaciones comunes al 99% de la sociedad, sustentados en un lenguaje sencillo y contundente que se plantee un derrotero de movilización continua y creativa en la que puedan participar desde la presidenta de la junta directiva del sindicato que tiene permiso permanente y puede ir a marchar hasta la cajera del ARA que si no va a trabajar es despedida porque allá no hay sindicato que la defienda.

La metáfora del viejo topo usada por Marx retomando a Shakespeare y Hegel, es la alegoría a las fuerzas del cambio en la historia, subterráneas, invisibles, pero con capacidad de cavar en silencio debajo del suelo que pisa el adversario, a veces muy rápido a veces no tanto pero siempre aguardando el mejor momento para irrumpir. Es momento de arriesgarse a vencer, es hora que el viejo topo vuelva a asomar la cabeza.

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