“La tristeza es rebelión”

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Esa frase tan chimbita la leí en el cuento “La huesera”, que está en Perras de reserva de Dahlia de la Cerda. ¡Por favor lean ese libro! La frase se la tatúa una nena en honor a su mejor amiga mexicana que fue violada, torturada, tirada al río en una bolsa y encontrada seis meses después. Me sentí muy tocada por esas letras, porque en tiempos de demanda de felicidad ficcional, estar triste es una grieta que es necesario seguir abriendo hasta ver bien lo que tiene por dentro y poder hacer algo con eso.

Leyendo a otra de mis amadas, la Sara Ahmed (2019), resoné con su crítica al imperativo de la felicidad. Para la autora, la felicidad opera en nuestros tiempos como una tecnología, es decir, produce discursos y prácticas específicas que aseguran la perpetuación de ciertos tipos de relaciones donde ser felices se vuelve la principal de las aspiraciones y nos obliga a comportarnos de acuerdo a guiones que encajen en esa idea, así por dentro sintamos que nuestro ecosistema interno se descompone progresivamente y huele a podrido pidiendo auxilio antes de morirse.

Después de esa ñoñería, quisiera manifestar que hay muchos tipos de sujetos que me caen mal y que hacen que se me revuelva el huevito (que bien caro que está) cada mañanita. Poco a poco los iré desglosando en mis apariciones en esta revista, a ver si así se motivan a seguir leyendo porque el chisme tiene que ser siempre nuestro género literario favorito. En una columna pasada hablé de las carangas resucitadas, que son los peores engendros, y en segundo lugar se encuentran los coach emocionales.

Lxs coach replican la nefasta idea de la responsabilización del sujeto de todo aquello que le suceda, perdiendo de vista que el sujeto no vive en aislamiento y a costa de sus propias decisiones únicamente.

¿Se imaginan llegar a una cita con algún ser que despierte sus más pecaminosos apetitos y que les diga que es coach? Hágale caso a su profe de educación física y corra. Hace poco me puse de sapa a consultar cuánto cobraba un coach emocional, a ver si así encontraba alguna posibilidad de resurrección del apetito sexual en esa cita imaginaria, y lo que pude concluir es que he perdido plata toda mi vida por andar de “eres arte” leyendo libros gordos y comprando vino de 12 lks.

Un coach basiquito le puede cobrar entre $100 y $150 lks por sesión, peeeero yo me encontré una joya bombastic elefantastic. Resulta que un ser de internet le puede vender paquetes de sesiones con títulos como “12 meses de felicidad”, “Encaje del alma” (para erecciones espirituales… mentiri jeje) o “Transforma tu vida desde adentro hacia afuera” (que suena a laxante realmente). Cada paquete, dependiendo de la duración, puede tener un costo de entre 134 lks a 750 lks. ¿Kestapasanda?

Según las últimas cifras publicadas por el DANE, 3 de cada 10 personas en Colombia se encuentran en situación de pobreza monetaria. Eso significa que tienen ingresos de menos de $435.375 al mes, y a esto podemos sumarle el montón de gente que se gana un poquito más que eso y que hace que no sea contada en la cifra. Me parece re loco que una persona que se dedique al coach le diga al 30% de este país que es pobre porque quiere, que debe cultivar su felicidad y transformar su vida desde adentro y que eso le cuesta la mitad de su salario mensual.

Lxs coach replican la nefasta idea de la responsabilización del sujeto de todo aquello que le suceda, perdiendo de vista que el sujeto no vive en aislamiento y a costa de sus propias decisiones únicamente. ¿Me están pidiendo que le diga al cucho que vende BonIce que cultive su felicidad? ¿Qué le pida a la víctima del conflicto armado que construya el encaje del alma? ¿Qué le diga a mi cucha que cruce la frontera hacia su nueva vida cuando tiene más de 60 años y cero semanas cotizadas para pensionarse? ¡Qué nivel de desconexión con la realidad!

Para completar, abundan los mensajes en las redes donde nos dicen que podemos con todo, que nada es obstáculo, que vibremos alto y que si lo crees lo creas. ¡Ni mierda! La tristeza es rebelión. ¿Cómo no me va a hacer sentir triste esta realidad que habito? ¿este mundo tan injusto? ¿estas condiciones que tienden a empeorar? No me pidan que sea feliz, eso es un insulto, una contradicción evidente.

Cuando entendamos el poder de la tristeza, no para quedarnos nadando en ella, sino para exigir y actuar a diario para que nuestras condiciones sean menos tristes, habremos encontrado una grieta para un fueguito potencial.

La tristeza no es un “bajo” sentimiento o algo “blando” que hay que evitar. “Acaso es necesario prestar atención a los malos sentimientos no para superarlos sino para aprender de qué manera nos afecta lo que nos acerca, deseado o indeseado, como recurso ético” (Ahmed, 2019, p. 435). La gente que no se conmueve, no se sensibiliza y no se siente triste constantemente cada que abre sus ojos y sigue existiendo en este mundo, me genera desconfianza.

Cuando entendamos el poder de la tristeza, no para quedarnos nadando en ella, sino para exigir y actuar a diario para que nuestras condiciones sean menos tristes, habremos encontrado una grieta para un fueguito potencial. En los días más tristes de mi vida es cuando me he dado cuenta que no estoy sola en el mundo, que no merezco sentirme así, que se siente brutal ser abrazada por otra fragilidad y que hay que juntarse a llorar, a sentir, a crear instantes revolucionarios que hagan de mis lágrimas la mayor de las gasolinas.

Muchas gracias, son 100 lks a mi Nequi.

Referencias

Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. Una crítica al imperativo de la alegría. Buenos Aires: Caja Negra Editora.

DANE. (2024). Pobreza monetaria. Recuperado de https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/pobreza-y-condiciones-de-vida/pobreza-monetaria

De la Cerda, D. (2022). Perras de reserva. Madrid: Sexto Piso.