¿Natilla o prozac?

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Hace un buen tiempo, recuerdo estas festividades navideñas, con la trillada de maíz para hacer natilla. Una, dos, tres molidas para que la harina quedara perfecta en su proceso de dilución con la panela. Obviamente, todo acompañado del consumo de un buen aguardiente y la música que no puede faltar. A este respecto, Guillermo Buitrago, interpretando las tonadas del compositor Buenaventura Díaz Ospino, sentaba muy bien. Un Grito Vagabundo, ha sido uno de los himnos decembrinos en nuestro país por antonomasia. ¿Genera nostalgia? ¿Nos deprime? Quizás un poco. 

Aquellos fantasmas de las navidades pasadas, nos vienen a aterrar por un momento en estas épocas. La letra de Díaz Ospino, en la voz de Buitrago se entona con las líneas: “¿cómo me compongo yo en el día de hoy? ¿cómo me compongo yo en el de mañana? ¿cómo me compongo yo si vivo triste? ¿cómo me compongo yo? Me duele el alma” (Díaz Ospino). Una lírica bastante deprimente, y aún más cuando llega a su catarsis, al Buitrago entonar: “Yo quiero pegar un grito y no me dejan / Yo quiero pegar un grito vagabundo / Yo quiero decirte adiós, adiós mi vida / Yo quiero decirte adiós desde este mundo” (Díaz Ospino). Una sombría tonada que nos recuerda la fragilidad de nuestra condición y el inventario emocional que hacemos cada año.

Además, es nuestro deber moral recordar que una composición antisistema como la de Buenaventura Díaz Ospino, fue censurada en el gobierno de Laureano Gómez. Hecho por demás lamentable, que nos actualiza en esta práctica recurrente de restringir la libre expresión en nuestro terruño. Independientemente de la violencia bipartidista, que consolidó a los liberales como promotores de la canción con fines violentos ¿Quién diría que esta melodiosa trova, directamente relacionada con fiesta y gratos momentos se consolida desde una de las letras más lúgubres? 

El arte como elemento transgresor, siempre servirá como vehículo de denuncia cuando interpreta realidades. Pegar un grito vagabundo, captura el espíritu de la época del autor y su intérprete. Los dilemas políticos y la censura, se magnificaban en una sociedad conservadora que circunscribía incluso, lo más individual de las emociones.

 Tal como lo planteara Camus en El Mito de Sísifo: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente, hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que se debe profundizar a fin de hacerlas claras para el espíritu” (Camus 5). Buenaventura en su composición, alcanza el cuestionamiento de Camus. ¿Merece la pena apegarse a esta existencia? ¿No es el Grito Vagabundo uno de los mayores hitos existenciales en el folklore colombiano?

La censura siempre ha funcionado como el Prozac gubernamental. Normalicemos a nuestros congéneres para evitar explosiones emocionales. Recordemos que toda revolución comienza con la expresión estética y simbólica. Guillermo Buitrago, con la letra de Díaz Ospino, cual Bardo de Ciénaga Magdalena, ha configurado el arquetipo de la fiesta y la emocionalidad nacional. Como toda tradición mitológica, Un Grito Vagabundo, se ha escuchado ceremonialmente en nuestro contexto. 

Un trozo de natilla, un buñuelo o un aguardiente navideño, no serían parte del ritual si su música, en algún momento de la noche, no hace parte del telón de fondo. Como diría el poema del gran Baudelaire: “Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos” (Baudelaire). 

Los artistas, Don Ventu, como cariñosamente le decían a Buenaventura y Guillermo Buitrago, superaron el peso del tiempo y se eternizaron en nuestra memoria. El eco de su grito retumba en esta temporada como nunca. Retomando a Camus, “Como las grandes obras, los sentimientos profundos declaran siempre más de lo que dicen conscientemente. La constancia de un movimiento o de una repulsión en un alma se vuelve a encontrar en los hábitos de hacer o de pensar y tiene consecuencias que el alma misma ignora. Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, espléndido o miserable. Iluminan con su pasión un mundo exclusivo en el que vuelven a encontrar su clima” (Camus 8).

Ni toda la censura, echó al olvido la composición de Díaz Ospino, y menos logró opacar la voz de Buitrago. Privatizar y normalizar las emociones, siempre será el mayor fracaso de las virtudes fachas. Los individuos respiramos arte y literatura. Sería imposible negar que estamos forjados por relatos, el lenguaje nos atraviesa y nos convierte en seres simbólicos. Nos arropamos con aquella colcha de retazos que han constituido nuestras experiencias. Quizá el ritual de la música y la bebida nos devuelve al origen, aquellas navidades pasadas donde la ternura del mito nos arropaba en las noches. 

El choque artístico es la rebeldía de los sentidos, el cuestionamiento de los valores vitales y del estado. Citando nuevamente a Camus, “Esta rebelión da su precio a la vida. Extendida a lo largo de toda una existencia, le restituye su grandeza. Para un hombre sin anteojeras no hay espectáculo más bello que el de la inteligencia en lucha con una realidad que la supera. El espectáculo del orgullo humano es inigualable” (Camus 29).

¿Natilla o prozac? Una pregunta y una elección que no debería ser compleja para aquellos espíritus libres. Recibamos estas épocas de consumo desbordado, sin amilanar nuestro espíritu de rebeldía, conciencia de clase y mucho menos racionalidad ideológica. Bailemos y embriaguémonos. Entonemos fuertemente nuestro grito, y sin temor cantemos: “Yo quiero pegar un grito y no me dejan / Yo quiero pegar un grito vagabundo / Yo quiero pegar un grito y no me dejan / Yo quiero pegar un grito vagabundo / Yo quiero decirte adiós, adiós mi vida / Yo quiero decirte adiós, desde este mundo”.  

REFERENCIAS

  • Camus, Albert (1985). El Mito de Sísifo. Editorial Losada, Buenos Aires