No llegar a ser, pero haber sido

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Recuerdo cuando, adolescentes, mis amigas y yo deseábamos que nos crecieran las tetas, un signo inequívoco de que habíamos llegado a ser mujeres bellas. Pasaron los años y unas querían más tetas, otras menos kilos, otras deseaban un culo más grande, otras más pequeño… Cintura, ojos, orejas, manos, dedos, abdomen: todo estaba por hacerse, a los 20, a los 30, a los 40 (la década en la que ahora estoy). Ver la película de la directora francesa Coralie Fargeat La sustancia me hizo pensar que nunca llegaremos a ser, pero que sí llegará el día en que dejemos de ser.

La historia de Fargeat comienza en el punto en que la carrera televisiva de la bella Elisabeth Sparkle toca fondo, y la razón es su edad. Para ajustarse a las exigencias de juventud de su trabajo, se somete a un tratamiento incierto y clandestino que la obligará a vivir en un ciclo en el que, una semana, tendrá el cuerpo de una veinteañera, la mejor versión de sí misma según la empresa que le proporciona el tratamiento; y la siguiente semana, el cuerpo que ha llevado durante cincuenta años.

La Sustancia sigue la lógica de una película de acción: una mujer mayor puede bajar ágilmente unas escaleras o arrastrar un cuerpo sin dificultad, mientras que una joven sin entrenamiento golpea con la potencia cinematográfica de John Wick.

La película nos sitúa en un universo lleno de colores cálidos, cuerpos hermosos y miradas masculinas que determinan cómo y hasta cuándo se es una mujer bella. El escenario es Los Ángeles, la ciudad que también enmarca a la protagonista de Revenge (2017), otra película de Fargeat que, como La Sustancia, tiene una estética propia del cine serie B, con exceso de sangre, efectos especiales prácticos y tomas cliché de masculinidades que se regocijan en sí mismas hasta lo ridículo. Adicionalmente, La Sustancia sigue la lógica de una película de acción: una mujer mayor puede bajar ágilmente unas escaleras o arrastrar un cuerpo sin dificultad, mientras que una joven sin entrenamiento golpea con la potencia cinematográfica de John Wick. Así también ocurre con la protagonista de Revenge, una Rambo sin experiencia militar, pero movida por una venganza casi mística contra las masculinidades que la trataron como un simple objeto de decoración y placer.

Es evidente que Fargeat ha reflexionado mucho sobre los roles de género en torno al deseo femenino de belleza y la obsesión masculina por el poder. Vale la pena buscar en Internet Reality+, un corto de 22 minutos en el que Coralie cuenta una versión más amable de La Sustancia. Más allá de corregir estos estereotipos, la película expone cómo la representación mediática de los roles de género opera con ellos y los perpetua. Por ejemplo, una niña ansiosa por disfrutar del show en vivo de Sue (la versión joven de Elizabeth) se viste como ella en el momento cumbre de la estrella televisiva. Las gigantescas vallas publicitarias promocionan su figura, mientras las permanentes referencias y apariciones de Sue en otros programas refuerzan su imagen.

El constante cambio de cuerpos divide la identidad de Elizabeth hasta el punto de generar un rechazo entre ella y Sue. Elizabeth sufre al contemplar la belleza de su otro yo; le avergüenza el cuerpo que una vez fue suyo, y por ello se aísla y se resigna a estar del otro lado de la pantalla. La televisión, que indica que el presente no es el tiempo en que vive, se convierte en el nexo que une dos mundos: el de las jóvenes bellas y el de las mujeres envejecidas. Las primeras protagonizan los programas; las segundas los observan desde el sofá, rodeadas de comida chatarra. Pero no debemos confundirnos, que la perspectiva de la historia sea la de una mujer considerada “caduca” no implica que el mundo de Sue sea ideal. Al igual que Elizabeth, Sue “no es” es solo un proyecto de futuro.

A pesar de su belleza y del rápido reconocimiento que alcanza, la vida de Sue se muestra únicamente como un camino hacia el ser, encarnado en la película por la celebración del año nuevo. Será en ese momento, el 31 de diciembre, cuando Sue finalmente se convierta en la presentadora del programa de fin de año con más de 50 millones de espectadores en todo Estados Unidos. Mientras tanto, Elizabeth, que ya fue, se alimenta rompiendo la dieta necesaria para mantener los estándares de belleza que ahora son exigidos a Sue. Esta última, por su parte, también rompe las reglas del intercambio de cuerpos, acelerando el envejecimiento de Elizabeth.

En pocas palabras, la película nunca nos muestra a alguien que “sea”, nos pone frente a una identidad femenina que solo será o dejará de ser. Pero, ¿un futuro y un pasado de qué? De aquello que Naomi Wolf denomina “el mito de la belleza” en su libro homónimo de 1991.

En pocas palabras, la película nunca nos muestra a alguien que “sea”, nos pone frente a una identidad femenina que solo será o dejará de ser. Pero, ¿un futuro y un pasado de qué? De aquello que Naomi Wolf denomina “el mito de la belleza” en su libro homónimo de 1991. Según Naomi, se trata de “la ideología de la belleza, último baluarte de las viejas ideologías femeninas”, el modo en que se castiga y se contiene a las “feminidades liberadas” del mundo contemporáneo, sea bajo el discurso de la salud, del cuidado corporal, de la “mujer de valor”. En La Sustancia, la belleza no solo mueve a Elizabeth en su intento de recuperar la lozanía de su juventud, sino también grandes flujos de capital que se basan en la fascinación que produce la cara y el cuerpo de Sue. Este mito también afecta a los hombres de su entorno y a aquellas mujeres que, al haber dejado de ser, se resignan al consumo de imágenes televisivas. Imágenes que, según el productor del programa, necesitan mujeres “más jóvenes, más buenas (hot), ya que a los 25 años empieza a disminuir la fertilidad”.

En lugar de preocuparnos por llegar a ser o porque nos alcance la brutal realidad de haber sido, Fargeat utiliza en el cierre referencias cinematográficas (de las cuales está llena la película), para hacernos una propuesta. Como en 2001: Odisea al espacio de Stanley Kubrick se anuncia el comienzo de algo nuevo con el poema sinfónico de Richard Strauss Así habló Zaratustra, eso que comienza es la llegada de un monstruo al set del programa, un nuevo personaje que, finalmente, hará realidad el sueño de Sue de convertirse en una estrella de televisión. Pero la propuesta de Coralie sabe a quienes les habla: el monstruo que busca el amor de sus espectadores fracasa, como fracasaron Quasimodo y Frankenstein en su debido momento, y el show en vivo desemboca en una lluvia de sangre que recuerda la escena final de Carrie (1976), la película de Brian de Palma.

Al final, el carácter mítico de la belleza se pliega sobre sí mismo y explica las constantes imágenes de tres palmeras meciéndose que se repiten a lo largo de la película y que ahora son una añoranza de las estrellas nocturnas que parecen reflejarse sobre el suelo del Paseo de la fama de Hollywood (Hollywood Walk of Fame) con el que termina la película, y con el que, al comienzo de la misma nos relatan el triunfo y declive de Elizabeth Sparkle, dejándonos listas para ver el momento en que su carrera no da más.