Soy de las que cree que la violencia nos ha condenado a siglos de muerte y dolor, que otras formas de construir país son posibles, que la superación de la historia sangrienta y dolorosa es necesaria para Colombia. Pero ¿Qué pasa cuando la protesta pacífica ya no es suficiente? ¿qué pasa cuando el Estado se acostumbra a esta serenidad y no hace nada para cambiar la realidad social? ¿quién o quiénes son los que velan por la justicia? ¿qué impacto tiene los abrazatones y las protestas con flores si el abuso descomunal es cada vez es más evidente?
En diferentes redes sociales he visto la indignación de aquellos ciudadanos que están a favor de estas instituciones militares y me cuestionó, exigen respeto como familiares o simpatizantes de estos personajes, pero ¿cómo autoridad ellos respetan la vida y la dignidad humana? ¿No se supone que estos mantienen el ejercicio de los derechos y libertades públicas de todos los colombianxs? ¿No se supone que estas instituciones deben proteger a todxs los ciudadanos y residentes en nuestro país? ¿No deben velar por la convivencia y la paz? ¿Y entonces la coherencia para cuándo?
El exceso de poder que los gobiernos de turno en el mundo le han dado a estas instituciones militares han hecho que a nivel colectivo se naturalice las violaciones y agresiones hacia mujeres trans, cisgénero, niñas y adolescentes, hombres, campesinos, jóvenes, indígenas, comunidades negras , al igual que la tortura y las muertes violentas, porque esta realidad nos está develando cuales cuerpos importan y cuáles no, que vidas hay que salvar y cuáles no, demostrando además que dentro de estas fuerzas armadas existe un problema a estructural, donde la formación en derechos humanos, la formación constitucional(sobre todo en derechos fundamentales), el poder y su uso, el replanteamiento a un código de policía que ratifica la violencia, la des- naturalización de la corrupción, la formación en género, son algunos de los temas que evitarían situaciones tan lamentables que terminen en sufrimiento, dolor y sangre, asimismo se hace necesario la reforma a la hora de la judicialización de estos personajes en su uso ilegitimo del poder, que no sea una destitución o simplemente un reacomodamiento en un cargo “menor” dentro de las instituciones.
Lo que pasó a nivel nacional el 9, 10, y 11 de septiembre del presente año, es solo una respuesta de indignación y al repudio en contra de la corrupción, de la complicidad del Estado colombiano contra tan “honorable” institución, ese mismo estado opresor que desea mantener el status quo a como dé lugar, porque recuerden que cambiar la realidad, es sacar de los lugares de privilegio a todos esos que se benefician económica y políticamente de mantener ese orden social. La mayoría del pueblo colombiano nos hemos cansado de situaciones de desigualdad, de injusticia y de muerte, nos hemos cansado a respuestas tibias y procesos archivados, olvidados o desviados para que la impunidad siga siendo una constante, mientras los desmanes aumentan de manera alarmante y al final los muertos siempre los ponemos nosotros.
En ese orden de ideas, como colombianas y colombianos es momento de un despertar, de una toma de conciencia colectiva que no nos dure unas semanas o unos meses hasta que se vea otra violación, tortura o muerte, es tiempo de desmitificar que no son solo manzanas podridas las que dañan o hacen quedar mal a las tan honorables e intocables fuerzas militares, sino que aquí se está legitimando el asesinato cual banda criminal con licencia para matar, decidiendo como si fueran seres supremos, quien vive o quien muere, como también en que cuerpo puedo saciar mi placer, mi violencia, equivalente a una dominación total del ser. En el caso de la judicialización de ser manejada por instituciones como la procuraduría y no por la justicia penal militar, que busca la absolución de dichos delitos.
Es momento de salir del miedo, ese mismo que nos instalan y con el cual nos controlan y nos siguen controlando, es tiempo de construir instituciones que tenga como eje primordial la vida en todas sus formas, como también formas de mundo cada vez más incluyentes y pensadas para todas y todos, asimismo de replantearnos sistemas-mundo obsoletos desde mecanismos de participación ciudadanos nuevos y más sentidos, de superar viejas formas de ver la vida y el país, dejando caer lo que tenga que ser derrumbado.
A Dilán Cruz, a Dubán Álvarez, a la niña emberá, a Anderson Arboleda, a Alejandra Monocuco, a don Ernesto Novoa, a Andrés Felipe Rodríguez, Julieth Ramírez Mesa, Jaider Alexander Fonseca, Fredy Alexander Mahecha, Germán Puentes, Julián Mauricio Gónzalez, Angie Paola Baquero, Lorwan Estiben Mendoza, Gabriel Estrada Espinoza, a Javier Ordoñez y a las decenas de personas que han sido violentadas, abusadas sexualmente y a las que han perdido la vida por los supuestos héroes de la patria, nunca las olvidamos ¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!