Si sienten que la información sobre Afganistán es fragmentada, sin contexto y parece que todo pasó de la noche a la mañana, y referencian a Afganistán solamente por las películas de militares de Estados Unidos que regresan a sus casas tristes y con traumas, este artículo es para ustedes.
No vamos a ir hasta el principio de la historia de Afganistán, pero sí lo suficiente para entender al menos por encimita, lo que está pasando.
A. La monarquía, la revolución y la ocupación soviética
El Estado Afgano fue una creación del poder colonial británico, donde juntaron distintas etnias, y separaron a la fuerza fronteras que a la luz de los pueblos, eran inexistentes. A su vez, ha sido objeto de disputa imperial: desde Reino Unido y Rusia, hasta los Estados Unidos y la Unión Soviética, han buscado hacerse del control de lo que los especialistas entienden como ‘Estado Tapón’, por estar ubicado en un lugar geoestratégico de tránsito entre el norte, el centro y el sur del continente asiatico.
A lo largo del siglo XIX Afganistán fue un protectorado británico. Alcanzó su independencia en 1919 para dar paso a una monarquía marcada por un carácter más o menos modernizante, que incluyó políticas que daban mayores garantías para las mujeres en términos, por ejemplo, de acceso a la escolaridad, derecho al voto, o al uso más laxo del velo musulman.
En medio de una crisis económica y de una gran hambruna, tiene lugar un golpe de estado en 1973, que da paso a la fundación de la República de Afganistán. El nuevo gobierno, de tendencia autoritaria, es derrocado en 1978 por la célebre Revolución de Saur que funda la República Democrática de Afganistán.
La Revolución fue una insurrección militar dirigida por el Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (PDPA), una organización partidaria que agrupaba distintas tendencias socialistas, unas más cercanas a la Unión Soviética y otras más distantes. En el poder y de forma inmediata, el gobierno revolucionario puso en marcha una serie de políticas progresistas que apuntaban a una completa relación de equidad entre las mujeres y los hombres, así como entre las distintas tribus, tanto nómadas como sedentarias.
Asimismo dio paso a políticas de promoción de cooperativas económicas de base, acceso a empleo, educación primaria, básica y superior para mujeres y hombres, y una reforma agraria radical de expropiación, articulada a un decreto que ponía fin a la dinámica rentista y de endeudamiento que tenían los terratenientes sobre la población campesina. Una medida ambiciosa que buscaba afectar las estructuras feudales que aún existían en el momento.
En nebulosas circunstancias, recién inició la revolución, asesinaron al presidente Nur Mohammed Taraki, al mismo tiempo que sectores de la población se mostraban molestos con los decretos revolucionarios.
El PDPA no tuvo en consideración un factor clave en política: las dinámicas culturales de la sociedad. Si bien desde el periodo monárquico, el rey Zahir Shah tuvo relaciones de cooperación con la Unión Soviética, y la religión no se asumió con el fundamentalismo del presente régimen talibán; la fuerza disruptiva de los decretos revolucionarios que, al no contar con un proceso previo de ganancia cultural que procurase cambiar las mentalidades conservadoras, en especial del campesinado, causaron desazón dado que por ejemplo existìan vínculos tribales y afectivos entre los terratenientes y los agricultores, y la religión, relegada al ámbito privado, junto a políticos y gobernantes abiertamente ateos, generaron desconfianza entre unas comunidades con un agudo fervor religioso.
Estos brotes de insatisfacción que se empezaban a hacer sentir, en plena guerra fria, sumado al asesinato del presidente Taraki—que no estaba completamente alineado a los intereses soviéticos—, fueron un caldo de cultivo para que el PDPA solicitara en 1979 el apoyo militar de la Unión Soviética.
La intervención no sentó bien en el turbio ambiente que se vivía. Los precedentes represivos soviéticos sobre Hungría o Checoslovaquía llevaron a que en el plano internacional, sectores democráticos radicales y socialistas que no eran pro-URSS rechazaran la presencia de tropas extranjeras. A su vez, sectores campesinos se alinearon con terratenientes para combatir lo que sentían como una invasión extranjera de infieles, que afectaba a las comunidades musulmanas, desatando así el apoyo tanto de otros países musulmanes, como de los Estados Unidos, que veían una oportunidad para desestabilizar tanto al gobierno revolucionario afgano como a la misma Unión Soviética.
Cuando Taraki es asesinado, Hafizullah Amin asume el poder. La represión contra opositores e incluso contra integrantes del partido que fueron críticos contra su mandato, fue cruda. Fue Amin uno de los que más impulsó desde el partido la solicitud de intervención extranjera. Paradójicamente, a la llegada de las tropas soviéticas sería destituido de su cargo por el mismo partido y posteriormente ejecutado por las fuerzas de ocupación. Su ejecución se justificó con dos razones: de un lado, la represión que estaba poniendo en jaque al nuevo gobierno, y del otro, una supuesta relación con la CIA.
Mientras tanto, los Estados Unidos financiaban y les daban armas a los milicianos musulmanes afganos que gozaban de apoyo en las áreas rurales —en las urbanas el gobierno revolucionario tenía mayor popularidad—, estos milicianos eran los muyahidin o combatientes de la Yihad.
Parte de los muyahidin se habían formado en concepciones fundamentalistas del Islam en madrasas o escuelas religiosas fundadas por el Reino de Arabia Saudita en Pakistán. Es importante tener en cuenta que, primero, Arabia Saudita es y ha sido un aliado estratégico de los Estados Unidos en la región, y segundo, que en este país es dominante la tendencia radical sunita del Islam conocida como wahabismo. En la actualidad, el Estado Islámico y los talibán comparten la misma interpretación fundamentalista del Corán que hace el wahabismo.
B. El régimen talibán
La intervención soviética duró hasta 1989, y estuvo envuelta por una sangrienta confrontación que dejó como saldo una profunda crisis, con un poderío de los combatientes yihadistas y de los terratenientes convertidos en señores de la guerra. Por su parte, el gobierno del PDPA sobrevivió con escasa legitimidad hasta 1992. De 1992 a 1996, Afganistán estuvo básicamente sin un gobierno central, serían los talibán —formados en 1994— con las armas y el respaldo previo de los Estados Unidos, quienes se harían del poder en 1996 gozando de gran apoyo al mostrarse como los reorganizadores del país.
Los talibán, o estudiantes de dios según la traducción del pashtun, fueron el ala muyahidin más radical. Con su gobierno hasta 2001 la producción de opio se volvió a levantar, mientras imponían un duro sistema de opresión sobre las mujeres, las diversidades sexuales, las niñas y los niños, y toda divergencia política, estableciendo un régimen fundamentalista que echó abajo los derechos civiles existentes, así como las reformas progresivas en materia económica y los limitados avances en materia de libertades políticas.
C. Estados Unidos ocupa Afganistán
Desde el proceso de configuración de Estados Unidos como Estado-nación, este país tuvo como propósito controlar todo lo que fuera posible fuera de sus fronteras (sistemas políticos, la economía, minerales, la cultura, rutas de comercio, plantas, el espacio, etc.). Este ejercicio de control, palabras más palabras menos, es el imperialismo estadounidense, pero allá lo conocen desde el siglo XIX como ‘el destino manifiesto’, con esta idea, la de ser los elegidos para ‘llevar progreso al mundo’, desde ese mismo siglo intervino en el caribe y centroamérica; en el siglo XX en Europa, Latinoamérica, África, Oriente medio, Asia y Oceanía, y la dinámica continúa todavía en el siglo XXI.
Este proceso de expansión se da por diferentes vías, una de ellas es la de ‘llevar la democracia’ a países que están siendo gobernados por ‘regímenes dictatoriales’, ‘terroristas’ o que están en crisis, por medio de la ocupación militar, como en el caso de Afganistán.
La caída de las Torres Gemelas se convirtió en la excusa de Estados Unidos, en cabeza de George Bush Jr., para interferir aún más en oriente medio, con el objetivo de eliminar la amenaza del terrorismo, lo que es todo y nada, ya que la noción de ‘terrorista’ se convierte en un enemigo común perfecto, porque cada gobierno le otorga unas cualidades y unas responsabilidades específicas según sus necesidades.
La Operación Libertad Duradera inició el 7 de octubre de 2001, después de que se supiera que al Qaeda estaba siendo protegido por el régimen talibán. Para evitar que les dieran protección, Estados Unidos e Inglaterra invadieron Afganistán. Se les sumaron en la primera semana de noviembre Australia, Canadá, Turquía, Alemania, Italia, Holanda. Para el 13 de noviembre ya las potencias tenían el control de Kabul, la capital. Francia y Polonia llegaron como refuerzo algunos días después.
En Afganistán, tres meses después de la salida de los talibán del poder, Estados Unidos ya había impuesto un presidente interino (7 de diciembre), respaldado por todas las potencias que proporcionaron soldados entre octubre y noviembre, y fue acompañado por la ocupación militar, desplazando a los talibán, lo que implicó un importante grado de legitimidad tanto en el pueblo afgano, como en la opinión pública en general.
Aunque el gobierno de Estados Unidos informó el asesinato de Bin Laden, fundador de al Qaeda, el 22 de junio de 2011, y enterraran su cuerpo en el mar, las tropas de Estados Unidos y demás potencias no fueron retiradas de Afganistán, sino que continuó la presencia y aumentó el despliegue militar.
Como se mencionó antes, la lucha contra el terror, está mediada por el supuesto de llevar la democracia a aquellos países que serán ocupados. Para Afganistán, esa ‘lucha’ significó una democracia ficticia que no fue más allá de imponer medidas superficiales, como elecciones que legitimaban al presidente impuesto, sin tocar temas estructurales, desconociendo además la historia y la cultura del pueblo afgano, mientras definían mecanismos que les permitieran extraer recursos recién descubiertos como cobre, oro, o litio, y tener injerencia en el productor de opio más importante del mundo.
El cambio de presidentes en Estados Unidos no se tradujo en avances importantes frente al desarrollo del país, por supuesto, Bush Jr fue quien impulsó la invasión. Obama el presidente demócrata (2009-2017) en 2009 envió 30.000 soldados más para luchar contra los talibán y supuestamente, las tropas regresarían antes de su campaña de reelección de 2012, pero en 2011, envió otros 33.000 soldados más. En 2014 dijo que era momento de darle un “fin responsable” a la invasión de Afganistán, sin embargo, en 2016 dijo que no lo haría y envió más soldados. Trump, presidente repúblicano (2017-2020), según indica el profesor e historiador Frank Molano, “inició acuerdos con los talibanes y aceptó la retirada de tropas yanquis hace cuatro años, los acuerdos entre los talibanes y EE.UU. incluyen el respeto a las explotaciones mineras de las multinacionales occidentales”, claro que antes del acuerdo, envió más tropas. .
Los 20 años de ocupación militar de Estados Unidos no implicaron ni paz, ni democracia en Afganistán, como tampoco la derrota de los talibán, sino bombardeos indiscriminados y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. La economía de la ocupación dependía de cultivos de uso ilícito, a lo que se le puede sumar la explotación de las recién descubiertas riquezas minero-energéticas por parte de multinacionales en las que participan los capitales de los países que apoyaron la invasión, además del capital chino.
D. Las mujeres en Afganistán
Las mujeres, durante la ocupación que implicó una muy relativa disminución en el poder de los talibán, recuperaron algunos de sus derechos y libertades, como no usar el burka, el derecho al trabajo o el acceso a la educación. Sin embargo, durante la ocupación, la situación de las mujeres siguió enmarcada en la precariedad, cabe recordar que la mayor parte de los recursos destinados para “restaurar la democracia” en Afganistán, estaban siendo destinados para actividades militares.
Según el informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de 2019: Las mujeres y la paz y la seguridad, hasta esa fecha existía una diferencia de 60 puntos porcentuales entre las tasas de empleo masculino y femenino; para 2017, dos tercios de las niñas afganas no asistían a la escuela, según Human Rights Watch, teniendo en cuenta que una de las promesas de la ocupación en 2001, era la escolarización de todas las niñas.
El informe también señalaba que:
“3,5 millones de niños no asisten a la escuela, y de esta cifra el 85% son niñas. Solo el 37% de las adolescentes están alfabetizadas, en comparación con el 66% de los varones adolescentes (...) En la mitad de las provincias del país, menos del 20% de los docentes son mujeres, un obstáculo importante para la gran cantidad de niñas cuyas familias no aceptan que un hombre les imparta educación, sobre todo en la adolescencia (...) Alrededor del 41% de las escuelas no tienen edificios, y muchas carecen de muros de separación, agua y baños, lo cual afecta a las niñas de manera desproporcionada”.
Aunque la Constitución fue reformada y adoptó los tratados internacionales de Derechos Humanos, aún daba espacio para que la Ley afgana fuera interpretada EN CONTRAVÌA DE ESTOS, por ejemplo, señala que ninguna ley debe ser contraria a los principios de la sharia o ley islámica. Sharia significa “vía amplia” o “camino”, es una ley divina resultado de la traducción de los versículos del Corán en normas jurídicas. Hay tantas interpretaciones como escuelas islámicas en países islámicos y diferencias entre estos. Entonces, según la interpretación que se haga de esta, puede garantizar o no derechos a las mujeres.
En 2009 fue expedida una ley que restringía los derechos a la movilidad de las mujeres; modificaba la edad mínima de matrimonio, acercándola más a la infancia, así como el derecho al divorcio, disminuyendo las causales. Dado su extremismo antiderechos, la ley fue alivianada por la intervención internacional.
La violencia basada en género continuó, como ataques en vía pública, bajo acceso a la justicia y, como ya se vió, bajo acceso a la educación. También hay que reconocer, que en el 2012, durante la ocupación de Estados Unidos, el parlamento tenía una cuota de 25% de escaños ocupados por mujeres, más de mil mujeres trabajaban como policías, dos mujeres habían ocupado ministerios, se constituyó el equipo de fútbol femenino, y fue inaugurada la primera universidad femenina del país.
Ahora, con la llegada de los talibán, las mujeres esperan el regreso de las prohibiciones que sufrieron entre 1996 y 2001. En las zonas rurales con presencia talibán, ya hay denuncias de un régimen de terror, no pueden salir solas y sin el burka; obligan a las niñas mayores de 15 años y las viudas menores de 45, a casarse con los milicianos; además, las mujeres son las protagonistas de los desplazamientos para huir de todo esto.
Entonces, la libertad duradera de la que hablaba Estados Unidos hace 20 años, no fue tan libre y no duró.