Alerta Antifascista: sobre el putsch de Brasil y el espejismo del mapa rojo

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“Los fascistas no son como los hongos que crecen así en una noche, son los patronos los que han plantado a los fascistas: les han querido, les han pagado y con los fascistas los patronos han ganado cada vez más hasta no saber dónde meter el dinero”.

Olmo, diálogo en Novecento de Bernardo Bertolucci.

El fascismo no es un asunto exclusivo del pasado. No se refiere solo a lo que vemos en documentales y películas hollywoodenses sobre la segunda guerra mundial o lo que estudiamos en colegios y universidades en las clases de historia. Tampoco es, como defienden algunos, todo lo que se parezca a la autoridad, las reglas o los límites de cualquier tipo. Dicho de otra forma, ni todo es fascismo, cuan etiqueta que baliza toda práctica represiva; ni nada es fascismo, como sostienen quienes —hasta no ver esvásticas, saludos romanos y hornos crematorios— se niegan a admitir que este no tiene sólo una dimensión histórica, sino que se encuentra actuante y latente en el mundo contemporáneo en tanto fenómeno político, social, económico y cultural. 

Dicho de otra forma, ni todo es fascismo, cuan etiqueta que baliza toda práctica represiva; ni nada es fascismo, como sostienen quienes —hasta no ver esvásticas, saludos romanos y hornos crematorios—

Una cuestión ineludible para aproximarse al fascismo de hoy y de ayer es asumir su vínculo orgánico con el capitalismo, particularmente con el capitalismo en tiempos de crisis. Cuando las crisis económicas estructurales y las diferentes formas de resistencia que puede asumir la agitación social de las clases subalternas se entrelazan en una situación concreta, se pone en entredicho la capacidad de acumulación de los capitalistas, de modo que, los patronos, banqueros, terratenientes y en general, grandes fracciones de los bloques dominantes en cada país, sin vacilar por un instante, sacan a pasear a la guardia pretoriana del capitalismo para los tiempos de excepción, es decir, a los fascistas. 

Como bien apunta la profesora Luciana Cadahia, subyace al fascismo una lógica inmunitaria en el sentido de que este existe y ha mutado históricamente para defender unos determinados intereses de clase, los de la burguesía asustada, principalmente, y los de amplios sectores de clases medias y populares que, mediante una consistente operación propagandística y mediática, terminan adhiriendo a la tesis general de que sus enemigos están abajo y no arriba, y que de la crisis solo se sale defendiendo los intereses de los ricos. 

partidos y liderazgos que ayer aparecían como nostálgicos y marginales y que por obra y gracia del impulso de las clases dominantes en el contexto de la crisis y del poder mediático controlado por ellas, se han convertido en gobierno o en fuerzas políticas con claras opciones de poder.

Hemos visto cómo en Europa estas perspectivas han ganado relevancia social y electoral en el último periodo al ritmo de la agudización de la crisis económica que se estaba gestando antes de la pandemia de 2020 y que está detonando con toda potencia en la actualidad, como lo evidencia el fenómeno inflacionario global. Vox en España, Meloni en Italia, Orbán en Hungría, Chega en Portugal, Le Pen en Francia y AFD en Alemania, son algunos ejemplos de partidos y liderazgos que ayer aparecían como nostálgicos y marginales y que por obra y gracia del impulso de las clases dominantes en el contexto de la crisis y del poder mediático controlado por ellas, se han convertido en gobierno o en fuerzas políticas con claras opciones de poder. Cuando la dicotomía es entre las ganancias y la democracia, los capitalistas siempre prefieren sacrificar la democracia y sus cacareadas tradiciones liberales. 

En América, alimentados por teorías de la conspiración, las noticias falsas y el miedo al pueblo organizado y movilizado para producir cambios, han medrado con éxito diferentes variantes del proyecto fascista del siglo XXI que han permeado o absorbido con éxito a buena parte de las derechas clásicas y sus partidos. Trump en los Estados Unidos, Bukele en el Salvador, Añez en Bolivia, Fujimori en Perú, Milei en Argentina, Kast en Chile, el Uribismo en Colombia y Bolsonaro en Brasil son algunos de los rostros más visibles de esta apuesta que tiene en común su odio a las ideas políticas transformadoras y a los movimientos sociales que las encarnan: progresismo, comunismo, ambientalismo, feminismo, disidencias sexuales… 

Con su culto a la propiedad privada, los valores neoliberales extremados y al lucro capitalista como supuesta condición de posibilidad para el avance de la sociedad, y su no despreciable capacidad de implantación social e ideológica entre amplios sectores de la sociedad a los que logran movilizar en las calles y en las urnas con discursos emocionales pero efectivos, el fascismo va avanzando, aunque en los pulsos electorales con otras opciones políticas los proyectos fascistas pueden perder, no descartan nunca métodos excepcionales y antidemocráticos como los que hemos visto en acción en Bolivia durante el golpe de 2019, en Estados Unidos con el asalto al capitolio  en 2021, en Perú en diciembre de 2022 y más recientemente con el intento de Putsch en Brasil por parte de militantes bolsonaristas que se tomaron la sede del gobierno para pedir la intervención militar.

el mapa rojo es más un espejismo que otra cosa y el asalto en Brasilia es un campanazo de alerta que no debemos ni podemos ignorar. La derecha no ha sido derrotada definitivamente y sus reveses temporales y el contexto de crisis han conllevado a su radicalización en sentido fascista. 

Cuando ganó la candidatura de Lula en segunda vuelta circuló en redes sociales un mapa que mostraba —con cierto triunfalismo—,  señalado en color rojo, los países donde gobernaban coaliciones progresistas y de un disminuido color azul los países encabezados por las derechas, me quedé pensando mucho en esa imagen viral y en los errores de lectura que podría inducirnos a cometer. 

En el mapa, como es obvio, no pueden apreciarse los estrechos márgenes electorales con los que obtuvieron la victoria esos gobiernos progresistas, mucho menos las desfavorables correlaciones de fuerzas internas que tienen que enfrentar en sus países, tampoco lo cada vez más limitada de su agenda transformadora, puesto que su triunfo se produjo en el seno de coaliciones amplias en las que se reencaucharon sectores no fascistas de las élites que, si acaso, están dispuestas a aceptar tímidas reformas a cambio de su apoyo. Así las cosas, el mapa rojo es más un espejismo que otra cosa y el asalto en Brasilia es un campanazo de alerta que no debemos ni podemos ignorar. La derecha no ha sido derrotada definitivamente y sus reveses temporales y el contexto de crisis han conllevado a su radicalización en sentido fascista. 

En la organización y la movilización popular, en la batalla de las ideas y la sensibilidad, construyamos sólidas trincheras por las que no puedan pasar los fascistas. 

Claro que el triunfo de gobiernos progresistas es importante para la región y en algunos casos como el colombiano, verdaderamente histórico, pero es igualmente relevante no cerrar los ojos ante las dificultades que enfrenta y enfrentará este llamado segundo ciclo progresista, entre otras cosas porque uno de los efectos poco discutidos de la presencia del fascismo en el espacio público es la derechización del espectro político a tal punto que a la izquierda, electoralmente, le resulta más rentable moderarse y coquetear con el centro que ser de izquierdas sin complejos, la campaña de Lula y de otros liderazgos progresistas en la región es un testimonio de esto.  

 Si quienes queremos aportar a transformar la realidad de nuestros pueblos persistimos en la conducta de leer estos intentos de golpe como aislados y de entenderlos como pura desesperación de una derecha en retroceso que perdió el gobierno y que no puede cristalizar en un movimiento exitoso, bien valdría recordar que antes del golpe a Allende en 1973 el fascismo también acumuló fuerzas e hizo varias intentonas golpistas que en su momento se desatendieron. El fascismo de hoy ya no usa botas y uniformes militares, usa traje y corbata. no podemos esperar pasivamente a que la bestia siga creciendo. En la organización y la movilización popular, en la batalla de las ideas y la sensibilidad, construyamos sólidas trincheras por las que no puedan pasar los fascistas. 

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