Algunas reflexiones a propósito de las tesis sobre pedofilia publicadas en la Universidad de Chile

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Me encontraba explorando vídeos en Youtube, cuando el algoritmo me recomendó una entrevista que llamó mi atención. El título claramente resulta provocador, especialmente para una profesora feminista que trabaja como catedrática en una universidad: “Subsecretaria Pizarro se refirió a las polémicas tesis de la U. de Chile sobre pedofilia”[1]. No tenía idea de que había una polémica en torno a unas tesis publicadas en la Universidad de Chile sobre pedofilia. Así que decidí revisar el vídeo y buscar noticias al respecto para saber a cuáles tesis se referían. Esta columna pretende puntualizar algunas reflexiones que hilé mientras realizaba la indagación y que espero sean de utilidad para cuestionar a la academia en su responsabilidad ética con la sociedad.  

Es más, tal vez sea más pertinente hablar de feminismos en plural, ya que al interior del movimiento hay divergencias tan profundas y radicales que es posible defender ideas contrarias.

Las tesis en cuestión son dos. La primera de ellas fue presentada en el 2016 por Leonardo Arce para optar al grado de Magíster en Estudios de Género[2]. La segunda fue escrita por Mauricio Quiroz para optar al título de Licenciado en Educación Media con mención en Filosofía[3]. Como puede evidenciarse, una tesis se enmarca en los estudios de género y la otra se enmarca en el campo pedagógico. Quería leer las tesis, explorarlas, pero no fue posible debido a que la Universidad de Chile restringió el acceso a ambos documentos. A pesar de ello, aprovecharé la ocasión para señalar algunas ideas con respecto a estos asuntos.

la presencia de una tesis que defiende la pedofilia como un deseo legítimo en una maestría de estudios de género no debería implicar señalamientos directos hacia el feminismo o al menos no hacia su totalidad

En primer lugar, el feminismo es un movimiento social con unas bases teóricas amplísimas que desbordan con creces las lecturas simplistas. Es más, tal vez sea más pertinente hablar de feminismos en plural, ya que al interior del movimiento hay divergencias tan profundas y radicales que es posible defender ideas contrarias. Esto imposibilita el establecer límites claros por consenso entre lo que es y no es feminismo. Por supuesto que algunas vertientes han intentado definir dichos límites, pero eso no ha evitado que otras personas, desde otros lugares, reclamen una enunciación como feministas. Es decir, la pertenencia al movimiento social se ha vinculado también con una cuestión identitaria: soy o no soy feminista. Esto tiene implicaciones, como la desarticulación de una cohesión mínima esperable en todo movimiento social, pues la subjetividad y las enunciaciones identitarias terminan ocupando el lugar de relevancia que le debería pertenecer al trabajo colectivo y a la búsqueda de lo común.

Realizo esta precisión para empezar con la primera reflexión: la presencia de una tesis que defiende la pedofilia como un deseo legítimo en una maestría de estudios de género no debería implicar señalamientos directos hacia el feminismo o al menos no hacia su totalidad. En primer lugar, los estudios de género no son equiparables al feminismo, aunque comúnmente se les asocie de modo indistinto. En segundo lugar, porque incluso cuando esta asociación entre feminismo y estudios de género fuera necesaria, por la razón expuesta en el párrafo anterior es una exigencia señalar a cuál vertiente autodenominada feminista se le acusa de defensora de la pedofilia, porque ciertamente muchas otras desaprobamos una idea como la defendida en esta tesis.

Por lo anterior, no tiene justificación que los cristianos y otros sectores antifeministas estén utilizando este caso en concreto para deslegitimar al feminismo en su totalidad. En todo caso, hay que reconocer cuáles corrientes de pensamiento concretas son las responsables del devenir de estas ideas y su presencia en la academia.

Por lo anterior, hay que seguir artimañas argumentativas rebuscadas y forzadas para poder sostener que una desaprobación de la pedofilia es adultocentrismo, ya que el deseo del adulto pedófilo no tiene nada que ver con el deseo del niño.

En segundo lugar, llamo la atención sobre lo que está sucediendo en la academia. El descubrimiento de estas tesis no fue una sorpresa para mí, puesto que en mis estudios de pregrado aquí en Colombia cursé una materia de teoría queer y en ella realizamos la lectura de un texto que defendía la misma idea: la pedofilia es un deseo, una orientación sexual. No sólo eso: también leí otro texto que defendía la zoofilia como una orientación sexual e incluso otros textos que problematizaban el hecho de cuestionar las relaciones sexuales entre personas con roles de poder muy diferenciados, porque hacerlo implicaba negarles la agencia a los sujetos. En ese sentido, argumentaba, no sería correcto cuestionar una relación sexual entre un estudiante y un profesor, puesto que hacerlo implicaba negarle al estudiante su condición como sujeto. 

Ciertamente, como profesora, como antiespecista, como feminista y como mujer que ha sufrido violencia sexual de distintas maneras, debido a la sexualización de la que ha sido objeto mi cuerpo desde la infancia no apruebo ninguna de dichas argumentaciones, debido a que yo misma he vivido en carne propia lo violento que resulta ser sexualizada en contextos y momentos de la vida en los que uno no desea ser sexualizado. De igual manera, sé lo que es sentirse obligada a decir que sí cuando se desea decir que no, debido a que las relaciones de poder desiguales manipulan el consentimiento. En consecuencia, reafirmo lo que las feministas radicales señalamos una y otra vez: el consentimiento no es suficiente para afirmar el agenciamiento de los sujetos, sino que es necesario que se acompañe del deseo y la consciencia. Uno puede consentir por miedo, por manipulación, porque se encuentra bajo amenazas, entre otras opciones.  

Si un jefe sexualiza mi cuerpo, reconocer que esa sexualización es inapropiada no niega mi condición como sujeto deseante, puesto que el sujeto deseante es mi jefe.

Tampoco comprendo cómo la patologización de la zoofilia y la pedofilia, por ejemplo, niegan la agencia de los niños y los animales, puesto que una cosa es el cómo se señala al sujeto que desea y otra cosa es cómo se señala al sujeto deseado. Si un jefe sexualiza mi cuerpo, reconocer que esa sexualización es inapropiada no niega mi condición como sujeto deseante, puesto que el sujeto deseante es mi jefe. Por lo anterior, hay que seguir artimañas argumentativas rebuscadas y forzadas para poder sostener que una desaprobación de la pedofilia es adultocentrismo, ya que el deseo del adulto pedófilo no tiene nada que ver con el deseo del niño. Ambas tesis en el resumen que se encuentra publicado en el repositorio afirman un infantocentrismo en oposición al adultocentrismo, pero para sostener una postura que denominan infantocéntrica fijan su mirada no en lo que el niño experimenta, siente, quiere, piensa, sino en lo que el pedófilo desea, lo cual claramente no reafirma una mirada desde el infante.

Por lo anterior, vale la pena cuestionar cuáles son las responsabilidades éticas que la academia tiene frente a la sociedad al teorizar. Esto lo señalo debido a que el decano de Filosofía de la universidad afirmó que las tesis no pasaron por el comité de ética debido a que no trabajaron con grupos humanos. Entonces, ¿se necesita de la revisión del Comité de Ética para reconocer cuáles son las implicaciones éticas de una investigación? La excusa para desligarse del compromiso ético de la academia y de los investigadores no puede ser que el Comité de Ética no hizo la revisión, pues se espera que la formación académica y profesional implique de por sí la construcción de sujetos reflexivos y comprometidos éticamente con la sociedad. Si un académico no es capaz de realizar un proceso de reflexividad en el cual cuestione permanente cuáles pueden ser las implicaciones de sus ideas, su formación profesional debe ser puesta en jaque, pues absolutamente todos los perfiles profesionales de las universidades incluyen el elemento ético como parte del profesional que forman.

Si un académico no es capaz de realizar un proceso de reflexividad en el cual cuestione permanente cuáles pueden ser las implicaciones de sus ideas, su formación profesional debe ser puesta en jaque

Para concluir, invito a los lectores, especialmente a los académicos y a los profesores, a comprender que las labores que ejercemos son de un alto compromiso y responsabilidad social que exige de nosotros procesos permanentes de reflexividad ética y autocrítica. En este sentido, lo que decimos, lo que hacemos, lo que teorizamos y cómo tratamos a los demás tienen repercusiones en las vidas de los otros. Por ese motivo, la reflexión más importante es que no deberíamos requerir de la mirada y supervisión de un ente superior, sea este las directivas o el Comité de Ética, para limitar nuestros discursos y prácticas y reconocer cuándo estos atentan contra los otros. Nuestro deber con la sociedad es también ético.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=O6feCxCCjuI&ab_channel=24Horas-TVNChile

[2] https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/145147

[3] https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/179587

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