Apasionarnos por la democracia, dejar de ser uribistas

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Lo que hubo fue un cuestionamiento radical, y a través de la práctica misma, de la democracia representativa.

El estallido social cambió todo. El estallido no fue sólo gente dirigiendo una serie de demandas dispares al gobierno. Quizás comenzó así, pero por algo el Comité del Paro no logró la legitimidad necesaria para hablar por la gente. Y no fue sólo que no supiera aglutinar las demandas, fue que la gente no quería una representación. Lo que hubo fue un cuestionamiento radical, y a través de la práctica misma, de la democracia representativa. Desde la idea, que a muchs les sonó ingenua, de que Duque renunciara, hasta las asambleas populares, las ollas comunitarias, la gestión colectiva, la auto-educación popular. La gente se apropió de la democracia, la puso en acto y señaló con ese actuar la ilegitimidad de nuestras instituciones representativas que apelan al «pueblo» sólo en la hora de las elecciones.

Pero si no acompañamos el momento político de una transformación en nuestras subjetividades un eventual gobierno progresista sería un simple paréntesis que liberaría un poco de aire en esta olla a presión para volver a lo mismo

Por eso la idea populista (en el buen sentido del término) de aglutinar demandas alrededor de un significante (que en nuestro caso se volvió el nombre «Petro») no es suficiente. De hecho, si nos quedamos en esa interpretación del estallido social podríamos acabar enterrando su potencia transformadora. Y como ya veo venir las piedras aclaro que no estoy diciendo que no hay que votar por el Pacto Histórico ni estoy apuntando a una inutilidad del Pacto Histórico o algo así. He dicho muchas veces que pienso que un gobierno del Pacto Histórico, ojalá articulado alrededor de la dupla Petro-Márquez (y con la necesaria renovación del congreso que lo debe acompañar) sería una gran oportunidad. Pero justamente digo «oportunidad». Hay que preguntarse para qué.

Ciertamente la instauración de un estado de bienestar en Colombia parece una cosa buena (por lo menos mejor que lo que tenemos).

Ciertamente la instauración de un estado de bienestar en Colombia parece una cosa buena (por lo menos mejor que lo que tenemos). Pero también puede transformarse en una válvula de escape del sistema que desarma las subjetividades críticas dejando el espacio abierto al neoliberalismo como ha pasado un poco en Europa (y sabemos que en nuestro país el neoliberalismo no va sin masacres, despojo, desplazamiento, destrucción de ecosistemas, mercantilización de los derechos fundamentales, etc.). Claro, como ya vivimos ese necroliberalismo nos parece que la cuestión es derrotarlo, y ya, así sea por 4 años. Como un respiro me imagino. Pero si no acompañamos el momento político de una transformación en nuestras subjetividades un eventual gobierno progresista sería un simple paréntesis que liberaría un poco de aire en esta olla a presión para volver a lo mismo.

Sin disenso no hay democracia. Continuar el estallido social es apropiarnos de la democracia.

Algo como lo que pasó en Brasil, aunque podría ser peor, podría ser un paréntesis muy corto en nuestra ya larga historia de gobiernos fascistizados. De subjetividades protofascistas. Esta interpretación del estallido como una serie de demandas que requieren de un líder que las aglutine contribuye a que nos tomemos la coyuntura política como un partido de fútbol en donde seríamos hinchas dedicados a desprestigiar y matonear al oponente. Que vemos incluso dentro de nuestras filas y quiénes serían nuestros aliads más cercans. Todo aquel que no se pliegue a la narrativa de nuestra burbuja es desprestigiado y matoneado. Es decir, hacemos de todo para eliminar el disenso, que es fundamental en democracia, porque creemos que se trata de que gane nuestro equipo y ya.

O sea, si el estallido nos propuso una democracia popular radical lo que hacemos no es sólo dar un paso atrás sino además de un modo muy bajo. Si queremos tumbar al régimen es claro que no lo estamos logrando pues lo estamos perpetuando dentro de nosotrs misms.

Dejar de estar tan apasionados por nuestro propio punto de vista y apasionarnos porque haya múltiples puntos de vista

Eliminar el disenso fue lo que hizo Uribe todo el tiempo. Vimos cómo construyó un enemigo interno con fronteras lo suficientemente difusas como para que ahí fuera cupiendo cualquiera que lo cuestionase o se le opusiera mínimente. Hasta Santos (aunque detrás de eso puede que haya también tensiones internas al establecimiento). No podemos ahora comportarnos del mismo modo.

Amar ese vértigo que produce el disenso. Dejar de estar tan apasionados por nuestro propio punto de vista y apasionarnos porque haya múltiples puntos de vista. Dejar de ser uribistas precisamente.

Sin disenso no hay democracia. Continuar el estallido social es apropiarnos de la democracia. Comenzar a ser capaces de tramitar los disensos. Entender que la gente no tiene porqué pensar como nosotrs y que mientras su pensamiento no se base en la eliminación de lo diferente (de lo que difiere precisamente de su pensamiento o de su modo de vida) lo único que hace es enriquecernos. Apasionarnos por la democracia, es decir amar lo diferente, amar el disenso, amar a quienes cuestionan, a quienes nos muestran un punto de vista que no habíamos contemplado, una realidad que desconocíamos y que hace tambalear nuestras certitudes. Amar ese vértigo que produce el disenso. Dejar de estar tan apasionados por nuestro propio punto de vista y apasionarnos porque haya múltiples puntos de vista. Dejar de ser uribistas precisamente.

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