Barranquilla a la luz del COVID-19

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Sobre los impactos del COVID-19 mucho se ha dicho y se seguirá diciendo. Esta breve nota señalará aspectos de la pandemia en relación con la ciudad donde habito: Barranquilla.

Las cifras son elocuentes. Citaré algunas para poner en contexto al estimado lector de Hekatombe, pero sin atiborrar sus ojos con números y tablas. En varios días del mes de junio, Barranquilla y el Atlántico han sumado casi la mitad de contagios y fallecidos del país. El domingo, 14 de junio (un día antes de escribir esto), la cifra de nuevos contagios en Colombia fue de 2.193, con 75 decesos; Barranquilla y el Atlántico sumaron 760 nuevos contagios y 31 decesos. La siempre tristemente citada Soledad, municipio del área metropolitana de Barranquilla, con 700.000 habitantes, suma más casos que todo el departamento de Antioquia: 2.135 frente a 1.704, además, con casi el doble de fallecidos.

En Barranquilla la disponibilidad de UCI está próxima al límite: 78% de la capacidad. El mismo domingo se veía en las redes sociales, llamados desesperados de ayuda por parte de la familiar de un paciente que denunciaba la falta de camas para atender a su ser querido. La administración del sistema de salud se limitó a decir que no podían hacer nada, desafortunadamente no había disponibilidad. Triste relato que ayuda a ilustrar el macabro panorama.

La percepción que existe o existía respecto a la capital del Atlántico en el resto del país, es o era prácticamente la de una ciudad paraíso, los incautos y otros más “informados” celebran o celebraban los logros de una ciudad a la que las últimas administraciones le cambiaron la cara con obras que la embellecen y hacen más amable.

Pues, veamos, ¿por qué Barranquilla muestra estas cifras tan alarmantes? Quizá la explicación no sea tan difícil. Esta ciudad cuenta con uno de los mayores porcentajes de informalidad laboral (54.9%), esto más allá de las muy publicitadas cifras de empleo -poco confiables- que ubican a esta ciudad entre las primeras del país. ¿Teletrabajo? No señoras y señores, la realidad es que es una ciudad económicamente hostil, cuya población vive del rebusque, con las implicaciones que esa condición laboral genera en el individuo, carcomido por la incertidumbre diaria y la precariedad de su nivel de vida. Entonces, rebusque económico y ausencia de ayudas gubernamentales: el medio perfecto para la propagación del virus.

Quienes hemos tenido posiciones críticas hacia el modelo de ciudad del Clan Char, sabíamos que esa ilusión óptica y mediática que se generó de Barranquilla, se desplomaría en cualquier momento, desnudando la realidad compleja de nuestra ciudad. Quiso la providencia -un poco malévolamente-, que esa ilusión se desvaneciera en las peores circunstancias, cuando el mundo se ve abocado a una situación compleja sin precedentes, que pone en evidencia la fragilidad de la especie humana y sus sistemas de vida depredadora.

Es lo que ha pasado en Barranquilla, una vil fantasía montada a través del poder inmenso de unos cuantos. Hoy, ante esta tragedia, esos cuantos personajes ya desbordados por la pandemia y sus impactos, se ven pequeñitos. ¿Quién responde? Aparentemente nadie.

Descaradamente, la responsabilidad se la achacan al desorden y carácter extrovertido del barranquillero, a su modo de vida extremadamente sociable, al día de la madre, entre otros devaneos, pero lo cierto es que la debacle se veía venir, con COVID o sin él.

Compadre, quienes residimos en la otrora Puerta de Oro nos preguntamos permanentemente: ¿de qué carajos vive la gente en Barranquilla y su área metropolitana? No hay empleo, no hay industria, no hay fábricas, no se produce nada. Los barrios periféricos y municipios aledaños son unos “peladeros”, desventurados sectores suburbanos sometidos a la inclemencia de elevadísimas temperaturas, sin ninguna esperanza más allá de las cervezas del fin de semana, en las que queda gran parte del rebusque semanal.

Una sociedad llevada al desencanto por la política, a la que se le inculcó, con esas cifras poco confiables y el ranking de mejor alcalde, la creencia de que simplemente debía recibir el favor de los $40.000 por el voto y despreocuparse, dejando todo en manos de los muy poderos Char y compañía. Una sociedad acrítica que hoy no entiende lo que pasa y sigue como si nada, alienada por el calor, el alcohol y la falacia.

Esta compleja situación del COVID-19 ha generado toda clase de reflexiones y yo terminaré estas breves líneas diciendo que también se debe reflexionar sobre el tipo de ciudad que se requiere en estos momentos, en pleno siglo XXI. Debemos avanzar hacia un modelo de ciudad industrializada, que produzca bienes y riqueza bien distribuida, que genere fuentes de empleo, con planificación económica a largo plazo, en armonía con el medio ambiente.

Una ciudad dirigida por líderes y lideresas verdaderas, que puedan ponerse al frente de las crisis con seguridad y capacidad, y no gobernadas por mercaderes o buenos “administradores” (sin nada que administrar); dirigentes que emprendan una revolución urbanística, no solo a partir del cemento, sino con inversión social y bienestar para el ciudadano. De nuevo cabe Bolívar: generar la “mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”

¿Difícil reto? Sí, lo es. Los tiempos que enfrentamos son difíciles. Tan difíciles que no se pueden encarar con mentiras, porque eso significa jugar con la vida de millones de personas, mentiras que se caen con la rapidez de la información en las redes sociales o al ritmo de la propagación del virus.

Los todopoderosos Char y compañía se ven débiles ante la debacle. Irresponsables personajes que pensaron salirse con la suya, sin contar con la astucia trágica de un planeta signado por circunstancias que rebasan su espíritu mercantilista.

Por lo pronto, que la Divina Providencia se apiade de Barranquilla…

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