El propósito de este texto es hacer un acercamiento preliminar al movimiento Black Lives Matter y resaltar su importancia en el estallido social estadounidense que comenzó a partir del 26 de mayo. Asimismo, se pretende aportar elementos para comprender qué está ocurriendo en Estados Unidos en términos de acción colectiva. Si sólo quieres ir al grano, puedes leer el punto 2 y las conclusiones.
- Contexto global: la chispa que encendió todo
Tras más de cien mil muertos por nuevo coronavirus y las particulares afectaciones que la pandemia dejó contra la excluida y discriminada comunidad afroestadounidense, el cruento homicidio de George Floyd, un ciudadano negro de 47 años, a manos de un policía blanco ha desatado una ola de indignación y protesta social que se ha extendido a, cuando menos, 140 ciudades en Estados Unidos según reportó BBC (1 de junio de 2020), sin precedentes desde las que ocurrieron luego del asesinato de Martin Luther King en 1968 (Bermúdez, 2 de junio de 2020). De momento, ha habido más de una semana de protestas continuadas desde el 26 de mayo. Los hechos sobre el homicidio son conocidos: Floyd es acusado por un empleado de dar un billete falso, luego es retenido por la policía, forzado a tumbarse boca abajo, y, por último, sin justificación, el policía Derek Chauvin presionó su rodilla sobre el cuello de Floyd por más de ocho minutos a pesar de las súplicas de éste, quien clamaba que no podía respirar. Tiempo después falleció en un hospital.
El desgarrador video se viralizó en redes sociales y pasó por la retina de millones de personas del globo, en tiempos en que ya había indicios de que el ciclo mundial de luchas del año 2019 que sacudió con especial fuerza a Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, Hong Kong, Francia, Irak o Líbano, paralizado en 2020 por la crisis de pandemia por Covid-19, estaba empezando a reactivarse.
A finales de mayo de 2020, en Ecuador se ha vivido nuevamente protestas masivas debido a los planes del presidente Lenin Moreno, sancionados por el legislativo, de reducir el gasto público por la crisis económica detonada por las medidas de parálisis productiva para contener la pandemia. Estas recientes políticas de austeridad fiscal están siendo puestas en marcha bajo el nombre de «Ley de Apoyo Humanitario» (BBC Mundo, 26 de mayo de 2020).
La situación en Hong Kong no es distinta en términos de movilización social, excolonia del Imperio británico que vive desde 2019 una fuerte disputa en las calles por su autonomía política frente al autoritarismo de China. El balance que hace Macarena Vidal (11 de mayo de 2020) es semejante al esbozado aquí sobre Ecuador: las medidas contra la pandemia detienen momentáneamente el estallido popular, pero éste comienza a reavivarse, según su análisis, desde el pasado 26 de abril. Las protestas ahora se están dando en el contexto de rechazo a la nueva ley de seguridad nacional china para controlar el territorio de Hong Kong mediante la criminalización a la oposición política (Gómez, 27 de mayo de 2020).
En Colombia, aunque no a los niveles de 2019, también se ha vivido movilizaciones más locales en ciudades como Bogotá, Cali o Medellín en razón a los estragos socioeconómicos que ha causado la crisis por pandemia. Las gentes se han debatido entre morir de nuevo coronavirus o morir de hambre. Asimismo, luego de declaraciones racistas de un contratista bogotano de gobierno proferidas contra los indígenas caucanos y el CRIC, éstos decidieron bloquear la vía Panamericana el 21 de mayo (El País, 2020).
Una hipótesis, como eje articulador para reunir y explicar, aunque sin determinismos o reduccionismos —y como hemos insistido en este espacio—, la ola de protestas de 2019 y las que se verán en 2020 es que la globalización neoliberal en cuanto régimen de acumulación del sistema mundial capitalista está en crisis. Las medidas autoritarias aplicadas para contener la pandemia sólo pusieron un freno provisional a ese malestar social, desplazado temporalmente por la incertidumbre y el temor a contraer el nuevo coronavirus.
Hay razones entonces para pensar que estamos ante el germen de un nuevo ciclo de protestas globales, pero signado por la crisis de pandemia. Manifestantes con tapabocas están siendo cada vez más frecuentes en el mundo. Pero el caso estadounidense es interesante porque, a diferencia de algunas protestas anteriores dadas en ese país contra las restricciones de derechos liberales por la imposición del aislamiento obligatorio (Vásquez, 1 de mayo de 2020), en esta ocasión estas restricciones se han roto de una forma más masiva y por una causa diferente a los efectos de las medidas estatales para controlar la pandemia, lo que muestra que el covid-19 no se está percibiendo como el mayor problema social.
Bajo ese contexto, y con el acumulado de luchas históricas contra el racismo estructural, lo que está ocurriendo en Estados Unidos a raíz del homicidio de Floyd está generando un punto de inflexión y ha estimulado nuevas movilizaciones a nivel global. En Londres o Berlín, por ejemplo, ya ha habido manifestaciones en apoyo a las estadounidenses (La Vanguardia, 31 de mayo de 2020).
- Sobre el movimiento Black Lives Matter
Respecto a los movimientos negros antirracistas en Estados Unidos se pueden destacar, por una parte, el movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King —activista asesinado en 1968, lo que desató en Estados Unidos un estallido social sin parangón hasta las manifestaciones de 2020—, el movimiento del black power, de carácter más radical respecto al primero y que retomó las doctrinas políticas de Malcolm X —activista negro también asesinado, pero en 1965—, el movimiento feminista negro y el movimiento antisistémico de las Panteras Negras. A grandes rasgos, estos movimientos tuvieron su auge desde la década de 1960 hasta principios de la de 1970.
Pero es desde ese acumulado histórico de acciones colectivas desprendido de los movimientos anteriores —que no son, desde luego, los únicos— que emerge en 2013 el movimiento Black Live Matters, enfocado en la lucha contra la desestimación de las vidas de los/as negros/as y que ha sido importante en el origen y desarrollo del estallido social de 2020.
En un texto intitulado A brief herstory of #BlackLivesMatter, Alicia Garza, una de sus fundadoras, relata que el movimiento nació en 2013 tras el asesinato ocurrido en 2012, por parte de George Zimmerman, del afroestadounidense Trayvon Martin, quien tenía 17 años. La impunidad dada tras este caso, pues Zimmerman fue liberado de cargos, llevó a que Alicia Garza junto con Patrisse Cullors y Opal Torneti —todas mujeres— comenzaran a constituir el movimiento. Su visión de mundo es que en él las «vidas negras son objetivo sistemático e intencional de desaparición» (2016, p. 23).
En términos de demandas, el movimiento involucra un enfoque feminista queer y concibe que hay coordenadas de poder que actúan dentro de las comunidades negras y que pueden ser reproducidas por sus mismos integrantes, por ejemplo, cuando un activista negro tiene más reconocimiento público a pesar de retomar los trabajos de activistas negras, algo que Garza denuncia. En sus palabras:
Black Lives Matter es una contribución única que va más allá de los asesinatos extrajudiciales de personas negras por parte de la policía y los vigilantes. Va más allá del estrecho nacionalismo que puede prevalecer en algunas comunidades negras, que simplemente exigen a los negros que amen a los negros, vivan como negros y compren negro, manteniendo a los hombres negros cis en el frente del movimiento mientras nuestras hermanas queer y trans y las personas discapacitadas toman roles en segundo plano o no lo hacen en absoluto. Black Lives Matter afirma la vida de las personas negras queer y trans, personas discapacitadas, personas negras indocumentadas, personas con registros, mujeres y todas las vidas negras a lo largo del espectro de género. Se centra en aquellos que han sido marginados dentro de los movimientos de liberación negra. Es una táctica para (re) construir el movimiento de liberación negro (2016, p. 25).
En este párrafo se puede ver la incorporación de los problemas de género en un movimiento negro a partir de las reivindicaciones queer y el transfeminismo, además de la preocupación por las personas negras en condición de discapacidad o las que se encuentran en condición de migrantes. Es un reconocimiento de las jerarquías y matrices de poder que operan dentro de las mismas comunidades negras, pero que se reproducen en el marco general de la supremacía blanca. En ese sentido, el Black Lives Matter se podría clasificar dentro de la categoría de nuevo movimiento social de Claus Offe por su cercanía a las reivindicaciones sobre identidad y autonomía, no obstante, se habla de una liberación negra interseccional que conecta «luchas de raza, clase, género, nacionalidad, sexualidad y discapacidad» (Garza, 2016, p. 26), tiene carácter antiheretopatriarcal y antirracista, y es, al tiempo, pese a su «particularismo», una liberación para «nuestra humanidad» (2016, p. 26).
- La importancia de Black Lives Matter en el estallido social estadounidense
La presencia de este nuevo movimiento en la actual coyuntura estadounidense es notoria. En Twitter, el hashtag #BlackLivesMatter ha acompañado mensajes que relatan lo que está sucediendo alrededor de Estados Unidos y el mundo a raíz del homicidio de George Floyd —pues las protestas antirracistas se están tendiendo a globalizar—. Ha sido una etiqueta que acompaña noticias de medios informativos como Telesur o Excélsior, mensajes de apoyo de «celebridades» de la industria cultural capitalista como Rosalía, Karol G o J Balvin o empresas de entretenimiento como Netflix. Es, en suma, el hashtag representativo de las recientes protestas. Pero, más importante aún, la etiqueta también ha estado en las calles, como se puede apreciar en el siguiente tuit:
#BLACK_LIVES_MATTER protest in Salinas,CA. pic.twitter.com/0WsgV9fvWg
— jentheepenn🦋🤍 (@jlovee49) May 31, 2020
Asimismo, es una consigna que se ha entonado en las recientes protestas, como se puede apreciar en un video publicado por el medio Euronews.
3.1. El problema de los marcos de creencias compartidos y de la idea de un movimiento unificado
Algunos medios de comunicación han empezado a hablar del «movimiento Black Lives Matter», verbigracia, cuando hacen referencia a que X famoso se ha unido a este movimiento (cf. La Nación, 1 de junio de 2020), como si todo el actual proceso político estadounidense se explicara por la acción de un único movimiento, y esto comienza a configurar un sentido común para comprender lo que está ocurriendo que no es del todo acertado. ¿Está realmente potenciándose el movimiento que surgió en 2013 en Estados Unidos? ¿Incorpora sus agendas? Cuando una empresa o un «famoso» de la industria musical usa la etiqueta de Twitter aquí comentada, ¿se está uniendo al movimiento? ¿Quiénes, en suma, pertenecen a él? Más aún, ¿se puede reducir lo que está sucediendo al movimiento Black Lives Matter? Esto plantea problemas en términos de la identidad y marcos de creencias de los movimientos, el repertorio de prácticas, estrategias políticas y la coordinación de la acción colectiva de una masa descentralizada en tiempos de globalización.
Miremos, por ejemplo, este tuit de Karol G, el cual dice: «No sé a quien se le ocurrió dividir a la sociedad por “Razas” Usted no tiene un amigo blanco, un primo negro o un compañero caucásico. Usted tiene un amigo, un primo y un compañero. Fuck that» (García, 2 de junio de 2020).
Probablemente emitido con buena intención política, el tuit se podría comprender dentro de un discurso liberal en el que formalmente «todos somos iguales», lejano a la crítica de Alicia Garza que una y otra vez habla de las injusticias que estructuralmente padecen las personas negras. Y es que, aunque biológicamente no existan las razas humanas, hay estructuras y patrones mundiales de poder constituidos a partir de la práctica discursiva de la «raza», jerarquías cristalizadas desde los albores de la Modernidad colonial a partir de la clasificación codificada de pueblos y gentes en razas inferiores y subordinadas, en fin, la colonialidad del poder (Quijano, 1992). La raza como coordenada social de opresión existe y tiene efectos concretos en las realidades sociales.
El problema entonces de asumir el actual proceso de protestas como producto de un único movimiento organizado es que evade el asunto por la disputa en torno a los marcos de creencias políticos que existen sobre el racismo estructural y el homicidio de Floyd, por lo cual es preciso identificar un «afuera» y un «adentro» del movimiento Black Lives Matter, frontera siempre, desde luego, en tensión. ¿Cuáles son las demandas de un supuesto movimiento global descentralizado antirracista si algunas de las personas e instituciones que dicen apoyar al movimiento llegan a negar las jerarquías estructuradas con base en la raza y otras matrices interseccionales de opresión como el género? ¿Hacia qué tipo de cambio se orientan? ¿A que haya justicia liberal para Floyd y su familia? ¿Cuál es, en fin, la identidad colectiva y la forma de acción colectiva que se está constituyendo?
La demasiada ampliación de los marcos de creencias puede llevar a un desdibujamiento y despolitización del movimiento y de otros procesos sociales de acción colectiva, con los efectos despolitizadores que supone la posibilidad de adherirse a un hashtag antirracista sólo porque es tendencia o moda masiva viral impulsada por «celebridades» —un aspecto que no se puede negar en ciertos comportamientos colectivos, aunque éstos no se reduzcan a ese «efecto de rebaño»—.
Pero, por su parte, el volcamiento de un movimiento hacia una identidad cerrada lo puede llevar a convertirse, como advierte Munck (1995), en «fuerza social comunal o fundamentalista» e impedir su flexibilidad y articulación con otros sectores o movimientos sociales y la construcción de procesos más amplios de identidad, o negar las mismas prácticas de violencia resistente o revolucionaria que ocurren en las fracciones más radicales del movimiento en aras de mantener una imagen mediática pacifista mayoritaria para despertar apoyos y suscitar simpatía y legitimidad en la «sociedad civil». La discusión sobre los repertorios de acción «pacíficos» o violentos en el actual proceso político estadounidense y mundial, con sus respectivas tensiones y contradicciones, es algo que está sobre la mesa, por ejemplo, respecto a la quema de carros o los saqueos masivos.
La definición de Gerardo Munck de un movimiento social como «un tipo de acción colectiva orientada hacia el cambio por una masa descentralizada encabezada, de una manera no jerárquica, por un actor social» (1995, p. 17) muestra que, aunque hay organización en red, existen líderes activistas y cabezas visibles del movimiento. El movimiento no es un conjunto o una mera suma de manifestaciones diarias, es un proceso social nuevo, con dinámicas estratégicas e identitarias propias, un modo de organización solidario de la acción colectiva cuya formación e institucionalización puede quedarse a medio camino, como pasó en con el 21-N. El conocimiento sobre las reivindicaciones del movimiento Black Lives Matter, conforme pase el tiempo y al calor de los nuevos campos de disputa que se están abriendo en tiempos de pandemia, podrá definir paulatinamente quiénes realmente pertenecen a él y su relevancia en la eventual creación de un movimiento nuevo y más abarcante. También, por lo pronto, se puede afirmar que el actual proceso político antirracista, con tendencia a ser global o, cuando menos, cubrir una parte significativa del mundo «Occidental/occidentalizado», no puede reducirse al movimiento Black Lives Matter.
3.2. Violencia y «pacifismo» en el estallido social estadounidense
Respecto a los repertorios de acción colectiva, estos han contado con saqueos a negocios, movilizaciones en las calles que violan toques de queda, minutos de silencio, hackeos de Anonymous a páginas de la policía, performances que representan el homicidio contra Floyd, quemas de carros y hasta cacerolazos —que ocurrieron en Washington, gracias al influjo del estallido social latinoamericano de 2019; muestra de procesos de globalización contrahegemónicos— (Deutsche Welle, 2 de junio de 2020). Es decir, tanto la violencia política como las acciones «pacíficas» han estado presentes en el estallido, violencia que, dado que no pretende una confrontación directa con el Estado para llegar a la toma revolucionaria de éste sino abrir nuevos espacios de ampliación de lo político, es más cercana a la violencia resistente (Calveiro, 2008). BBC, no obstante, ha registrado que las protestas son mayoritariamente «pacíficas» y que ha habido más casos de brutalidad policial, incluso contra sus propios periodistas (BBC Mundo, 1 de junio de 2020).
Pero lo propio de este proceso político es que, no sólo los que protestan están descentralizados en su accionar, sino que no hay un actor visible que encabece y asuma la responsabilidad —soterradamente o no— de todo el amplio espectro de repertorios de acción. Black Lives Matter no tiene ninguna responsabilidad, más allá de que apoye o no la combinación descentralizada de «todas las formas de lucha». Por eso tampoco se podría comprender el estallido social como expresión de un único movimiento.
Un video de un saqueo a una tienda Nike en Chicago, difundido por Russian Today, y que muestra a una persona afroestadounidense contenta por el artículo que tomó y no indignada por la muerte de Floyd o el racismo estructural podría exponer la complejidad de este fenómeno en términos no sólo de acción colectiva, sino de acción colectiva política.
Si la acción colectiva es solidaria y cooperativa, significa que no hay una mera suma de individuos que realizan la acción, sino que es atribuible a un nosotros/as. Un nosotros/as que aspira a lograr un objetivo común, aunque cada uno/a haga cosas diferentes o la acción colectiva sea interrumpida. En ese sentido, la acción colectiva está constituida por una intencionalidad colectiva (Searle, 1997) y no por un mero agregado de intencionalidades individuales: hacemos algo juntos, y no tú haces algo y yo hago algo.
Cuando hay una marcha, marchamos: ambos/as caminamos o arengamos para contribuir mediante la fuerza social a los objetivos políticos de la movilización: yo puedo sostener una pancarta, tú puedes simplemente caminar, pero ello no cambia que estemos actuando colectivamente. En el saqueo, este aspecto de la intencionalidad colectiva queda diluido, porque si bien hay una actuación de grupo, la cooperación y solidaridad no es clara: hay una erosión de la institución de los derechos de propiedad dado un estallido social, pero en el saqueo masivo, en principio, cada uno busca conseguir su propio beneficio descoordinadamente y su acción finaliza cuando ya lo ha logrado. Es por eso que este tipo de saqueos espontáneos se acercarían más al «comportamiento desviado» y no al «comportamiento disconforme», pues no cuestionan la legitimidad de las reglas ni hay solidaridad con el otro, aunque en algún punto sabemos que «estamos saqueando» y el saqueo expresa la existencia de un conflicto de clases.
Esto no significa que el saqueo no pueda conformar una acción colectiva de carácter político: si el objetivo, por ejemplo, al saquear juntos/as un banco en particular no es que cada quien consiga dinero para enriquecerse individualmente sino golpear el funcionamiento de ese banco y cuestionar el sistema financiero —ante lo cual el dinero podría ser redistribuido para remarcar que no estamos meramente robando o ser usado para financiar nuevas acciones políticas, o hacer campañas de difusión y propaganda, poner grafitis en el banco, etc.—, habría un sentido diferente orientador de la acción y con implicaciones distintas, aunque la asignación de una acción como política también es un campo de disputa.
De todas formas, el ejemplo del saqueo a Nike no pretende agotar todos los casos de saqueos ocurridos tras el estallido social en Estados Unidos. Estos análisis han de realizarse situadamente.
Conclusiones preliminares
Para resumir, Black Lives Matter y el estallido social estadounidense han tenido los siguientes elementos:
— Protestas y manifestaciones constantes durante más de seis días en al menos ciento cuarenta ciudades.
— Las manifestaciones sido impulsadas por redes de solidaridad previas, trayectorias históricas de lucha antirracista y significadas en parte por los marcos de creencias de un movimiento previo con enfoque feminista queer y transfeminista: Black Lives Matter. Pero estos marcos de creencias no envuelven todos los sentidos comunes ni prácticas del proceso político.
— Las protestas arrancaron y crecieron de modo espontáneo. No hubo un movimiento que estableciera coordinadamente una serie de indicaciones para protestar, y de momento, tampoco se ha institucionalizado una especie de movimiento de movimientos antirracista de carácter global.
— Por tanto, no es posible reducir el proceso político estadounidense a un único movimiento con un potencial alcance global, si bien Black Lives Matter ha sido influyente para orientar el rechazo político al racismo y la brutalidad policial.
— Aunque BBC ha remarcado el carácter mayoritariamente pacífico de las protestas, la violencia política es un elemento que ha estado presente, tanto de parte de algunos manifestantes como del Estado.
Estas razones nos llevan a concluir que el estallido social estadounidense no se explica como el producto de la mera acción del movimiento Black Lives Matter, sino como una combinación compleja de distintas formas de acción colectiva no necesariamente movimientistas que están generando tensiones y presiones en el sistema político estadounidense, tanto a nivel nacional como internacional. Incluso los saqueos, aunque algunos no tengan directamente sentido político o de acción colectiva, se suman a las presiones, pues expresan el conflicto social propiciado por el racismo estructural del sistema mundial capitalista. Pero está por verse si el sistema político estadounidense aumenta su complejidad interna o no. En todo caso, Black Lives Matter está siendo crucial para luchar por un cambio en ese sentido.
Referencias
Calveiro, P. (2008). «Acerca de la difícil relación entre violencia y resistencia». En M. López, N. Iñigo y P. Calveiro (eds), Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina (pp. 23-46). Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales-CLACSO.
Garza, A. (2016). «A Herstory of the #BlackLivesMatter». En J. Hobson (ed.). Are All Women Still White?: Rethinking Race, Expanding Feminism (pp. 23-28). New York: State University of New York Press.
Munck, G. (1995). «Algunos problemas conceptuales en el estudio de los movimientos sociales». Revista Mexicana de Sociología, 57(3), 17-40.
Quijano, A. (1992). «Colonialidad y modernidad/racionalidad». Perú Indígena, 13(29), 11-20.
Searle, J. (1997). La construcción de la realidad social. Barcelona: Paidós.