En medio de la incertidumbre que vive nuestra especie por el COVID 19, la máxima de ¡otro mundo es posible! toma más relevancia. Pensarnos un planeta libre de COVID 19 parece una utopía, cuando las “grandes potencias” han sido vulneradas por un virus y los creyentes prefieren dejar la vida en las manos de los médicos que en las de Dios.
Decía mi abuela: “los mayores aprendizajes de la vida se dan en las dificultades y nadie llega a sabio sin tropiezos”. Esta dificultad parece una de las más relevantes que tenemos como civilización, la naturaleza está dando lecciones y nos recuerda la fragilidad nuestra especie, ojalá podamos comprenderlas para poder decir:
El COVID 19 nos borró las fronteras y nos hizo pensar en colectivo, le dio sentido a la inteligencia humana y conocimiento para concentrar su esfuerzo en proteger todas las formas vida. Nos evidenció la fragilidad y tomamos medidas frente al cambio climático para repensarnos como especie.
Ayudó a juntar a los gobernantes para trabajar en pro de la vida, los medios de comunicación no volvieron a mentir porque los dueños tenían miedo de morir. Los ciudadanos cambiamos los hábitos para proteger nuestra salud y tomar conciencia de autocuidado.
Todos los días las personas agradecen a quien recoge la basura y realiza el aseo. Las familias son más afectuosas porque el virus no los dejaba abrazar y los diálogos entre padres e hijos ahora son la constante, dejando de lado el televisor y el celular.
Ahora los ciudadanos participan activamente para mejorar el sistema de salud, educación y de transporte. Los estructuralistas y positivistas se reconciliaron para una mayor comprensión de los fenómenos biológicos y sociales, para encontrar soluciones pragmáticas y concretas a problemas estructurales.
Los gobiernos autoritarios son férreos defensores de la libertad y la concienciación, porque fueron la solución al coronavirus. Evidenciamos que el mercado no lo mueve la mano invisible que aprendimos de Smith, sino las manos de los trabajadores que hicieron los dispositivos médicos y fármacos para atender a los enfermos y las manos de los campesinos que araron la tierra para traer comida a las ciudades.
El antropocentrismo, racismo, clasismo, machismo, homofobia y patriarcado también fueron víctimas del coronavirus, murieron con la vieja sociedad. La ciencia occidental declara abiertamente su incapacidad para comprender la realidad de manera totalizante y los grandes científicos son seducidos por los saberes ancestrales. Los ateos y agnósticos son promotores de la espiritualidad.
Pocos minutos después de salir el último paciente del hospital, los titulares de prensa del mundo dicen: “coronoravirus fue vencido por una acción colectiva y solidaria”.
Aprendimos que todos estamos unidos por un hilo invisible que nos ata a la tierra y las potencias mundiales derriten sus armas, con un declaratoria que reza:
“Ni bombas ni tanques detuvieron el coronavirus, fue el amor y el cuidado colectivo”. Donde aprendimos, que somos uno solo.