En los círculos del maoísmo se usa con frecuencia una referencia para graficar el peso diferenciado que pueden tener las cosas en la lucha política y en la vida militante: decía el máximo dirigente de la revolución china en el discurso “servir al pueblo” de 1944 que una muerte “puede pesar mas que la montaña Taishan o menos que una pluma”. Si aplicáramos esta idea al contexto actual definido por las tensas y complejas alianzas electorales que se han tejido alrededor de grandes coaliciones de composición variopinta y en constante tensión interna, podríamos decir que la debilidad de las izquierdas para la disputa institucional pesa como una enorme montaña para el desenvolvimiento y concreción de perspectivas auténticamente progresistas y de cambio en el terreno electoral.
Hace pocos días conocimos el resultado final del parto de los montes que fue el proceso de confección de las listas alternativas para el senado y la cámara de representantes, el resultado —como en la fábula— fue decepcionante en la mayoría de los casos. La sensación que quedó entre muchas personas y organizaciones, que en diferentes intensidades y con distintos niveles de compromiso llevan años creyendo, construyendo y fortaleciendo el camino del cambio, fue en general de desilusión.
podríamos decir que la debilidad de las izquierdas para la disputa institucional pesa como una enorme montaña para el desenvolvimiento y concreción de perspectivas auténticamente progresistas y de cambio en el terreno electoral.
Vimos listas hechas desde Bogotá que pasaron por encima de las deliberaciones y el trabajo regional de meses, listas que sacrificaron referentes y liderazgos sociales y populares muy valiosos, en función de hacerle una pista de aterrizaje a politiqueros y clientelistas que quieren zafarse del desgaste que arrastran, arrimándose a la sombra del árbol de las candidaturas alternativas. A cambio, se supone que traerán sus caudalosas votaciones para las parlamentarias y para las presidenciales, cosa esta última que es por entero debatible.
¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué las opciones alternativas que llevan años labrando este camino se ven de un momento a otro despojados del patrimonio cultural y político de cambio que a base de lucha dura y sacrificio han construido? La respuesta es que las izquierdas somos todavía débiles para afrontar la lucha electoral, de manera que la valerosa presencia que hemos sostenido en el conflicto social en sus más variadas dimensiones y formas, no ha podido traducirse —por ahora— en la construcción sostenida y estable de varias herramientas necesarias para avanzar en los caminos de la transformación, entre ellas —no la única— una alternativa electoral consistente y consecuente, que visibilice institucionalmente las corrientes de opinión y acción transformadoras que existen entre los movimientos sociales, que otorgue un peso electoral a la indignación colectiva y sobre todo que se niegue a seguir regalando un terreno valioso como el electoral-institucional para la lucha por un nuevo país.
“La gente vota por nosotros al sindicato, pero por la derecha para todo lo demás”: Abel Rodríguez Céspedes
Decía con razón Abel Rodríguez Céspedes que respecto a las izquierdas el electorado tiene comportamiento ambivalente: “La gente vota por nosotros al sindicato, pero por la derecha para todo lo demás” esta manera de asumir el rol de las izquierdas como quienes luchan, pero no por los que se vota, en parte ha sido reforzada por nuestras maneras de entender la disputa política. Las izquierdas ciertamente no han tenido fácil el camino de acceso a las instituciones por causas diferentes a su propia voluntad, las organizaciones populares han enfrentado y enfrentan múltiples obstáculos: leyes de partidos y sistemas electorales que impiden la expresión de las minorías políticas, violencia desaforada contra candidaturas y organizaciones políticas disidentes, estigmatización mediática y guerra jurídica contra gobiernos alternativos, además de un clima de desconfianza desde las propias militancias y círculos cercanos a las organizaciones populares respecto a unas instituciones que, como las colombianas, están salpicadas de vicios, corrupción y que han sido puestas inobjetablemente al servicio de los que más poder acumulan.
Además de lo dicho, hay razones para nuestra debilidad presente que nos subordinan en el plano electoral a perspectivas que no compartimos, pero de las cuales tampoco podemos apartarnos, estas tienen que ver, por ejemplo, con la forma en que nos hemos construido como izquierdas. Durante décadas varios sectores de este lado del espectro político confiamos excesivamente en salidas no institucionales o en resoluciones por la fuerza de los problemas del cambio político, a tal punto que descuidamos pensar, prepararnos y organizarnos para una situación que, como la actual, nos muestra clausurados temporal o definitivamente varias de esas rutas que otrora parecían invencibles e inmediatas y que al contrario sitúa la lucha electoral e institucional en un plano de importancia.
La respuesta de muchos compañeros y compañeras frente a los sinsabores que nos ha dejado la configuración de las coaliciones y listas alternativas, ha sido machacar el argumento según el cual las izquierdas no deberíamos prestar ninguna atención a la disputa institucional, que nuestro propósito es de más largo aliento, construir poder popular, desde abajo, impugnar la democracia liberal burguesa, sus caudillismos e instituciones, etc. En mi opinión, todos esos son propósitos muy loables y estratégicos, pero no pueden seguir contraponiéndose antagónicamente —como hasta ahora— a la necesidad imperiosa de impulsar a quienes luchan en las calles, para que inunden con sus reclamos y propuestas las instituciones.
Esos argumentos predominantes que desconocen la importancia de la lucha electoral nos han dejado desarmados y confundidos para enfrentar la batalla por cambiar las cosas en este terreno que le hemos regalado completamente al adversario, para darle aire y legitimidad a las posiciones oportunistas que vampirizan el esfuerzo colectivo de las izquierdas pero luego les piden que su presencia no se note demasiado dentro de sus coaliciones para no asustar a los medios o molestar las posiciones conservadoras con las que coexisten.
No estoy con estas ideas invitando al electoralismo sin ton ni son, ni a la instrumentalización de los espacios de organización social y popular en los que participamos y construimos, más bien convoco a pensar cómo desde nuestras organizaciones, militancias y trabajos, podemos hacer que posiciones y trayectorias más consecuentes jueguen un rol de mayor preponderancia en la disputa institucional y electoral, que sin duda, en la Colombia de hoy ofrece posibilidades para fortalecer las apuestas del cambio y la transformación, que siempre estarán truncos sin la decisión, el trabajo, el acumulado, el saber y la valentía de las izquierdas.
Como señalé en un artículo anterior, las izquierdas dentro de las coaliciones electorales y dentro del pacto histórico en particular tiene el papel fundamental de constituirse en una corriente organizada que además de poner en jaque el avance de los puntos de vista conservadores en su seno, ayude a consolidar una vocación más decididamente progresista de ese espacio político que no puede seguirse dando por descontada. La disputa está en marcha y ahora más que nunca el propósito común del cambio profundo de nuestra sociedad necesita unas izquierdas vivas y con iniciativa, que no dejen un solo espacio libre para provecho del adversario y que sepan convertir los establos del régimen en trincheras de combate al servicio de la gente.