Que contradictorio que plataformas como Netflix, encargadas del entretenimiento de masas, logren calar interpretaciones históricas y sociales tan impactantes. Ya lo habíamos discutido con series como Adolescencia, de la cual su servidor aquí presente esgrimió su humilde opinión. Y ahora, vemos lo propio con uno de los episodios de Black Mirror en su última temporada, titulado Gente Corriente. ¿Por qué resulta impactante? ¿Es una radiografía de lo inhumano? Este capítulo nos acorrala en dos situaciones hipotéticas. Por un lado, el desarrollo tecnológico y científico que sobrepasa cualquier consideración ética y sociocultural. Y, por otro, la subsecuente mercantilización de los servicios y derechos que todo aldeano global debería disfrutar, verbigracia, la salud.
El profesor Stuart Sim, tomando al filósofo Jean François Lyotard como punto de partida, a razón de conceptos tales como lo inhumano, nos expone: “El humanismo es tomado también como equivalente de capitalismo avanzado, la represión política, la destrucción de la mayoría de los recursos renovables y las grandes narrativas – el marxismo, la democracia liberal o el capitalismo, por ejemplo – que demandan nuestra sumisión a su voluntad (…) en donde la dominación sobre el propio medio ambiente y el deseo de lograr soluciones racionales para ciertos problemas sociales que percibían fueron llevados a conclusiones lógicas y horrorosas” (Sim 20). Este planteamiento nos exhibe algo crucial ¿Es el humanismo una retórica que transgrede o consolida el capitalismo? Al aventurarnos a dar una interpretación de las palabras expuestas por el profesor Sim, podemos encontrarnos con un humanismo como consecuencia obvia del sistema productivo. Lastimosamente, una contingencia completamente inofensiva.
En el capítulo de la serie, luego de la trágica enfermedad acaecida a la esposa, situación que plantea el giro dramático en la trama, la búsqueda de atención médica, fue la decisión más obvia. El tratamiento clínico y su respectiva atención, más allá de su incuestionable costo monetario, figuraba como el acercamiento más humano, fraternal e incluso tierno. La asesora del centro médico, cual hada madrina otorgadora de dones milagrosos, insuflaba de ánimo y esperanza a la pareja. Tal como las promesas capitalistas, tecnológicas e industriales de un mundo igualitario y milagroso, cercano a aquel paraíso de leche y miel, constituyó el fuerte discurso publicitario de la vendedora. Vemos aquí como la salud al servicio de los grandes capitales, trazaba la amarga conclusión de la pareja. Se desenmascara el avance médico-tecnológico como un tentáculo más del capitalismo y un paradigma marginal a lo que, en principios estatales, debería ser el libre ejercicio de un derecho fundamental. Así pues, el episodio nos muestra una radiografía de las personas que pertenecemos al sistema regular. Individuos con ingresos modestos, cuya salida al más grave impase médico, es que nos lleve una muerte fulminante o en su defecto, algo poco doloroso con lo cual se pueda convivir. La ciencia ficción, cada vez más cercana a nuestra realidad, nos exterioriza su cara más cínica. Dejando en evidencia que el discurso más precario resulta ser el humanista, y que el advenimiento de lo inhumano es parte ya de nuestros avatares, como lo expusiera Stuart Sim: “Si bien el humanismo puede haber empezado como un movimiento que liberase a la humanidad del peso muerto de la tradición, se ha vuelto en sí mismo tradición y oprime a su vez a la humanidad, según cuenta la historia. Por esto debe resistírselo y socavar sus bases en la medida de lo posible” (Sim 21).
Termina siendo algo apocalíptico y doloroso, que la retórica de resistencia finalice como parte del paisaje. La consolidación de una consciencia más humana, el anhelado espíritu en la máquina, constituye una mera tradición histórica, al igual que un elemento cosmético de la racionalidad materialista en que vivimos. La pareja en Black Mirror, representa la cotidianidad de un sistema chupa sangre. Es notorio el poco alcance ético del tratamiento, además de la ambigüedad de una existencia útil al sistema productivo (personificada por la esposa). El inhumanismo de Lyotard, representado por la biotecnología, alcanza uno de sus máximos estandartes: El transhumanismo al servicio del capital. Valga citar los interrogantes de Francis Fukuyama en su obra El Fin del Hombre, a razón de los posibles alcances del avance tecnológico: “¿Cómo deberíamos reaccionar ante una biotecnología que, en el futuro, encerrará grandes beneficios potenciales y amenazas que pueden ser ora físicas y evidentes, ora espirituales y sutiles? La respuesta es evidente: deberíamos utilizar el poder del estado para regularla. Y si la tarea rebasa la capacidad de cualquier nación individual, será necesario hacerlo en un marco internacional” (Fukuyama 27).
Pero, ¿Qué hacer cuando el Estado no es suficiente? ¿Cómo reaccionar ante un sistema que está edificado para beneficiar a los grandes capitales antes que a los ciudadanos? El argumento del episodio, hace que cuestionemos nuestra casi invisible participación de las decisiones gubernamentales. En un país como el nuestro, donde por cada reforma que beneficie a la ciudadanía, debemos movilizarnos para exigirle a la rancia élite política que haga su trabajo de manera ética y humana, es completamente evidente el avorazado interés de los mercachifles de la salud en que todo permanezca igual. A los ciudadanos, nos resta asumir la postura del esposo en el episodio. Hacer las veces de bufón para obtener unos pesos más y así acceder a un tratamiento digno, o en su defecto, un simple paliativo. En el territorio nacional, el alma es la prisión del cuerpo, aludiendo a una postura foucaultiana. Nos rendimos frente a las actitudes político-ideológicas tradicionales, aquellas que nos indican que el sufrimiento es una bendición y que el trabajo mal pago encaminado a la extinción nos asegura la redención. Lo inhumano, como nos lo indica Sim, es quizá una nueva forma de considerar la existencia, “este cambio de perspectiva puede tomar formas muy diferentes. Un viraje posible es hacia aquello que podríamos denominar “inhumanismo”: una supresión de las líneas entre los seres humanos y las máquinas que va mucho más allá de los procedimientos médicos actuales” (Sim 25). Así mismo, la máquina mercantil nos va despojando de lo que resta. La resistencia, resulta más allá de nuestra condición. El capitalismo, medida fundamental de la racionalidad más pura, nos ha llevado al horror. Parafraseando a Adorno: escribir ahora poesía, resulta cosa de bárbaros.
Referencias
Fukuyama, Francis (2008). El Fin del Hombre. Editorial Zeta, Barcelona
Sim, Stuart (2004). Lyotard y lo Inhumano. Editorial Gedisa, Barcelona