Home Opinión El fascismo daña la imagen urbana

El fascismo daña la imagen urbana

0

Hace unos días, el canciller alemán Friedrich Merz declaró que los migrantes “dañan la imagen de las ciudades alemanas” y que “habría que preguntarles a las mujeres, hijas, niñas quién representa el verdadero peligro”. Las palabras no sorprenden, son la traducción contemporánea del fascismo y ese viejo discurso que siempre busca un culpable externo para justificar la podredumbre interna del sistema. Pero que un hombre blanco, poderoso y beneficiario de un Estado que se sostiene sobre la explotación global diga esto, no es un desliz: es ideología pura.

Merz no solo criminaliza la migración, la vuelve amenaza estética: el Stadtbild, la “imagen urbana”, es para él ese paisaje que debe permanecer limpio, ordenado, homogéneo. Lo que le molesta no son los migrantes, sino la interrupción del ideal alemán del progreso capitalista sin rostro ni memoria, el recordatorio de que detrás de cada logro hay manos que no son europeas.

Yo soy migrante, mujer y latinoamericana viviendo en Alemania. Y sí, he visto el peligro, pero no en los cuerpos que cruzan fronteras buscando sobrevivir, sino en los hombres que se sienten dueños de la calle, del trabajo, del idioma y del cuerpo ajeno. Fui víctima y mis amigas también, de violencia por parte de hombres europeos-alemanes, de “ciudadanos modelos”, integrados, rubios, correctos. El peligro no tiene pasaporte ni color de piel: tiene privilegios y un sistema que lo protege aqui y en todo el mundo.

Cuando Merz dice que se les pregunte a las hijas, a las mujeres, quién es el peligro, lo que hace es confirmar que el problema no es la migración sino el machismo, el neofascismo y el capitalismo que los sostiene. Ese mismo sistema que necesita mujeres sumisas, migrantes precarizados y fronteras vigiladas para seguir funcionando.

Europa lleva siglos saqueando el sur global, robando recursos, imponiendo guerras, patrocinando dictaduras, y cuando esas violencias se devuelven en forma de desplazamientos humanos, la respuesta es cerrar fronteras, levantar muros y culpar al migrante. La vieja narrativa de la defensa nacional, el mismo argumento que justificó colonias, paramilitares y corporaciones asesinas, ahora se recicla en discursos como el de Merz, Trump o Netanyahu. Los mismos gobiernos que criminalizan a los migrantes son los que financian las armas que matan niños palestinos. Los mismos que hablan de “democracia” son los que patrocinan el exterminio.

Ninguna persona es ilegal. Ilegal debería ser el sistema que produce desigualdad, que expulsa y mata, que normaliza la violencia patriarcal y el racismo estructural. Ilegal debería ser negar refugio a quienes huyen de las guerras que Europa y Estados Unidos ayudaron a financiar. Ilegal debería ser callar cuando se nos agrede por existir en un cuerpo que no encaja en su Stadtbild.

Ilegal debería ser que se normalice el racismo, que se excuse la violencia de género, que se permita el genocidio mientras se presume de civilización.

El peligro no somos los/las migrantes.

El peligro son los hombres que creen que pueden definir quién pertenece y quién no.

El peligro es el silencio cómplice frente a la violencia, el fascismo que se disfraza de orden y el capitalismo que necesita de todo ello para perpetuarse.

Lo que realmente daña la imagen de Alemania y del mundo no son los migrantes, sino los discursos que legitiman el odio, ese odio causado por el fascismo que ellos representan.

Las ciudades se transforman, son mixtas, diversas, feministas, indígenas, árabes, negras. En las ciudades reales las fronteras se caen. Aunque ellos nos quieran calladas, invisibles o deportadas, seguiremos escribiendo, gritando y existiendo.

Salir de la versión móvil