Fernando: Un raspachín de 9 años

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De cuerpo delgado y tez morena Fernando es un niño de 9 años que vive en alguna vereda del sur del Cauca, su cuerpo menudo y frágil no concuerda en ocasiones con algunas de sus afirmaciones, pues parece confundirse con un adulto de treinta o cuarenta años. Dejó el colegio a mediados del año pasado, pese a que la escuela de su vereda queda a menos de diez minutos caminando, sumar y restar le cuesta gran trabajo, al igual que leer y escribir, los demás aprendizajes de la escuela son cosas del pasado.

Fernando se dedica a raspar hoja de coca y su sueño personal es ser “raspachín”. Cuando hay trabajo se levanta hasta tres días a la semana sobre las 4 de la mañana para ir a raspar, usualmente es el primer “peón” en llegar a la coquera, – él dice que no le gusta el sol y por eso madruga- sobre medio día ya está regresando a casa, en ese tiempo puede cosechar lo equivalente a veinte o treinta mil pesos. A diferencia de los demás peones, Fernando no tiene que ganar un diario para una familia o para sus hijos; él trabaja para comprarse unos buenos guayos, para las “bananas” (como les llaman a los dulces en esta zona del Cauca) o para cualquier capricho que pueda surgir en el camino.

A escondidas de su abuelo me cuenta de su primera borrachera con guarapo, cómo se ha dado golpes con los demás niños de la vereda y cómo está aprendiendo a “levantar niñas”; Fernando no conoció a su padre, los espacios de calidad con su mamá son escasos, por no decir que nulos.

Su abuelo, un hombre trabajador cercano a los 70 años, no sabe leer y escribir, tiene un fuerte problema de alcoholismo y ha llegado a violentar a su esposa en algunas ocasiones. Perdieron el café y parte de sus cultivos de pan coger hace diez años, durante las últimas fumigaciones con glifosato, desde allí no han vuelto a sembrar otro producto diferente a la “pinguana”, la “pajarito” o la “boliviana” (tipos de hoja coca).

En resumidas cuentas, Fernando y su familia viven del cultivo de la coca, al igual que lo hacen cientos de familias en el Cauca, el cuarto departamento con mayor concentración de cultivos en el país. Una historia familiar que probablemente se replicará en varias zonas de los 21 departamentos en que está presente el cultivo. Sin embargo, el momento histórico por el que atraviesa el país demanda que más allá de reconocer historias familiares o personales, se comprenda la complejidad que rodea la cultura y economía cocalera, para así empezar a construir respuestas definitivas al mismo, a continuación, exponga algunas consideraciones personales:

1. Tal como lo han dicho diferentes sectores académicos, organizaciones sociales, líderes comunales y campesinos productores, la coca apareció y se consolidó en zonas rurales del país bajo unas condiciones de pobreza y desigualdad, dentro de una relación centro-periferia inequitativa. Todo ello enmarcado en un sector agrícola estructuralmente abandonado, al menos en lo que refiere a los pequeños tenedores y trabajadores de la tierra.

Es fundamental fortalecer el Estado y toda su institucionalidad, con miras a superar aquellas condiciones que avivan la desigualdad y el conflicto social, por sobre todo, en las regiones en donde su mayor presencia –casi única- se dio bajo la lógica del conflicto armado.

2. Es necesario avanzar de manera rápida y ordenada en los planes de sustitución, bajo lo acordado en La Habana. De lo contrario, crecerán a pasos agigantados los grupos armados ilegales en zonas productoras. No se puede seguir atacando al eslabón más débil de la cadena productiva (al campesinado), bajo una lógica antisubversiva que la policía y el ejército no dejan de aplicar.

La economía cocalera es una economía de escala, en la cual no están solo los campesinos, sino los intermediarios, los dueños de las cocinas y los cristalizaderos, los encargados del lavado de activos, entre muchos otros, que en realidad son quienes se quedan con el grueso del negocio, pues mientras Fernando se gana treinta mil pesos en un día, estos “personajillos” se pueden quedar con montos de dinero que Fernando jamás verá en su vida

3. Reconocer el fenómeno a fondo, para dar soluciones con las mismas dimensiones: se debe reconocer el incremento considerable de los cultivos de coca en varias zonas del país, pues solo en la región del pacifico según la UNDOC del 2014 al 2015 los cultivos pasaron de 25.976 hectáreas a 40.594 hectáreas, representando un incremento del 56% en área cultivada. Y en el caso del departamento del Cauca, teniendo un incremento del 36% en el mismo periodo, a tal punto que, el 9% del territorio departamental registra cultivos de coca, generando aproximadamente de manera directa el 7% del PIB departamental.

4. El cultivo de la coca ha dejado grandes costos sociales y ambientales, muchos de los cuales no serán fáciles de reparar. Los procesos de sustitución no se podrán quedar únicamente en el plano económico, pues de ser así, estarán condenados al fracaso. Por comentar algunos hechos que son comunes de encontrar en zonas productoras de coca: 1) Violencia intrafamiliar y aplicación inadecuada de pautas de crianza 2) Crecimiento de la prostitución, incluso en menores de edad 3) Consumo a temprana edad de alcohol o sustancias psicoactivas 4) Perdida de la producción de alimentos y el valor social de los mismos 5) La incursión acelerada de agro insumos altamente tóxicos (fertilizantes, fungicidas, insecticidas) con nula responsabilidad ambiental por parte de las comercializadoras -inclusive los trabajadores los aplican sin mínimas medidas de protección, ocasionando serias afectaciones de salud- 7) Deserción escolar 8) Embarazos adolescentes 9) Tala y quema indiscriminada de bosques 10) Contaminación de ríos y afluentes con metales pesados.

Así pues, un acertado proceso de sustitución demanda que el campesinado reconozca desde una perspectiva crítica los inmensos costos sociales y ambientales que ha dejado la economía cocalera para empezar a dar así un paso de avanzada en la sustitución.

5. Fortalecer procesos de empoderamiento de los campesinos y campesinas, la reconstrucción del tejido comunal, el debido reconocimiento y posicionamiento de las mujeres, la exaltación del cuidado por el territorio, acompañando de acciones de perdón y reconciliación son tareas fundamentales. No se puede dejar de mencionar el rescate de prácticas agroecológicas y la restauración del medio ambiente. Tareas multidisciplinares que sin lugar a dudas demandan procesos de largo aliento, más allá de “proyecticos” de seis o doce meses.

6. Fortalecer los procesos pedagógicos con las comunidades rurales, aportando asistencia técnica y apoyando procesos de comercialización, pero a su vez, en el ámbito social y humano. En lo inmediato, es necesario avanzar en la socialización e implementación de lo acordado en La Habana, así como su desarrollo a nivel territorial, oficinas de atención y orientación municipal, pues el desconocimiento y la falta de información avivan los rumores y los miedos.

7. Brindar seguridad y protección a los líderes que apoyen los procesos de sustitución y organización en las comunidades, partiendo del hecho que detrás del negocio de la coca hay fuertes sectores económicos y armados que no les interesa que el proceso avance. Por lo cual seguir arrebatando vidas como forma de intimidación se podrá seguir presentando.
Bajo ese salpicón de hechos se podrá abordar la realidad de la familia de Fernando, la cual estoy seguro quedará corta ante muchas otras realidades de nuestra Colombia olvidada, algunas que irán más allá del realismo mágico de Gabo.

Así pues, más allá de crear planes para sustituir la hoja de coca, se deberían crear planes para sustituir, al menos mermar, la cultura cocalera, una práctica que permitió desarrollar importantes renglones económicos, bajo particularidades históricas concretas. Pero construir la Paz a nivel territorial, pasa por asumir responsabilidades y luchas en los diferentes niveles de conflictividad, para que igual que Fernando, otros niños no sigan entregando su infancia a un estilo de vida marcado por el consumo excesivo, el alcohol, la violencia y profundos vacíos emocionales.

Forjar la paz en Colombia pasa por no permitir que nuestros talentos rurales sigan entregando sus sueños y capacidades en entornos hostiles, que no les permiten desarrollar plenamente sus habilidades, consumiendo el brillo de sus esperanzas bajo la lógica del dinero, la violencia y el consumo.

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Por: César Suárez, sociólogo egresado de la Universidad de Nacional de Colombia, caminante de la vida comprometido con la construcción de una Colombia Nueva y en Paz, donde la alegría, los sueños y el amor sean las semillas que cultivemos en campos y ciudades. Amigo de la casa Hekatombe.

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