El manejo de la pandemia Covid-19 en el país, ha desnudado el verdadero rostro de nuestro sistema injusto y anárquico. Al decir sistema hago referencia a todo el engranaje político, económico y social, tanto del Estado como ajeno a este. Ya muchos han expresado ideas al respecto, yo quiero exponer un planteamiento particular, haciéndolo, como siempre, con la intención honesta de aportar al debate y la práctica transformadora, por lo menos entre quienes amablemente se dignan leer estas humildes y, seguramente, descabelladas ideas.
El virus ha puesto en evidencia, una vez más (esta vez de manera más trágica), la debilidad del gobierno Duque y su falta total de liderazgo. Desde su tranquilidad en el centro de Bogotá (entiéndase burbuja de niño malcriado), quiere dirigir un país que no conoce. Los mandatarios locales, conociendo un poco más las realidades territoriales, han mostrado una preocupación más consecuente con los vulnerables, previendo quizá no cargar en su conciencia (los que aún tienen conciencia) con los miles de muertos que pudiesen generarse por el mal manejo de la crisis.
Pero, lo que quiero señalar es, precisamente, el increíble desconocimiento que la clase media-alta tiene del país real, de la verdadera Colombia. Esto no es un problema exclusivo de Duque. Muchos ven casi con sorpresa que haya gente viviendo del día a día. No pueden creer que haya personas en este país que jamás van a un restaurante, que nunca tienen un día de parque en familia o no van a cine por priorizar la comida del día, menos viajan al exterior, ni siquiera a destinos nacionales.
Lo más jodido es que ese desconocimiento también se deja ver en sectores de la intelectualidad alternativa y de izquierda[1]. Triste pero cierto.
Entonces, la derecha mira a los pobres con desprecio, mientras esta intelectualidad los ve como objeto de estudio, ratones de laboratorio.
No es cuestión menor, porque: ¿cómo interpretar el sentir de esas capas sociales empobrecidas si desconocemos su realidad?
El divorcio de la derecha con la realidad se entiende fácilmente, responde a su propia naturaleza. Pero, este fenómeno relativo a la intelectualidad alternativa y de izquierda ha de tener explicaciones extensas que demoraríamos en establecer, no obstante, puedo señalar que se deriva de la ausencia de contacto directo con la realidad.
Algunos aludidos para refutarme dirán que, por ejemplo, Bolívar, Camilo, Fidel o el Che, por mencionar algunas figuras proverbiales para la izquierda, provenían de sectores sociales acomodados (mantuano y clase media-alta), lo que es cierto. Pero, pudieron estos personajes, por diversos aspectos circunstanciales, entrar en contacto estrecho con las pobrerías y desarrollar la sensibilidad necesaria para interpretar fidedignamente su sentir y expectativas.
Bolívar fue criado por una esclava; Camilo vivió su apostolado al lado de los miserables; Fidel compartió desde niño con los trabajadores haitianos, dominicanos y españoles que en barracas vivían en condiciones precarias en la Cuba pre-revolucionaria; el Che en sus periplos juveniles por Latinoamérica vio y sintió de cerca la realidad de nuestro continente, sobre todo de los trabajadores e indígenas.
Nuestro error ha sido buscar en teorías abstractas y complejas (foráneas las más), para solucionar los problemas de nuestros pueblos. La ultraderacha busca en la España franquista, Alemania nacionalsocialista e Italia fascista; la derecha moderada y «moderna» busca en EE.UU. y Francia; la izquierda buscó en una docena de países, pero sobre todo se refundió en los manuales de la URSS, lo que nos lleva, consciente o inconscientemente, a mantener preceptos o prácticas estalinistas, dogmáticas y sectarias, incluso en el plano personal y familiar (en el mejor de los casos, involuntariamente), incapaces de abrirnos al «reverdecer multicolor» de la vida y nuestras naciones.
¡Vaya confusión, tremendo trauma! Con razón el Flaco Bateman decía jocosamente que, si a un revolucionario colombiano se le atravesaba en la calle un chamán rezandero, salía corriendo asustado, no el chamán, ¡sino el revolucionario!
De lo que se trataba era de conocer nuestra realidad, nuestra gente, no por visitas de «finde» a Ciudad Bolívar, Siloé o Rebolo, cual paseo dominical al zoológico, sino por venir de esos sectores o por tener la sensibilidad profunda para compenetrarnos con su modo de vida, de sentir y expresar, es decir, con la cultura e idiosincrasia de los pobres de Colombia.
A propósito, Martí, el Apóstol de Cuba, país muy en boga en estos días por su solidaridad sin par, enseñó en Nuestra América:
«(…) ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen(…) Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna al alemán o al francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país…»
Con su inteligencia privilegiada, sentenció:
«Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.»
Quiera la providencia que las nuevas generaciones no olviden estos preceptos básicos y esenciales para conocer profundamente al pueblo que quieren revolucionar o gobernar, porque, definitivamente, gobernar es conocer.
[1] Esta intelectualidad proviene del movimiento estudiantil y sectores afines, como el profesorado. En su mayoría estos sectores, sin escapar a ciertas privaciones, gozan de condiciones que le permiten acceder a la educación, sobre todo superior. Ingreso constante, alimentación más o menos asegurada, transporte (público), salud (prepagada), entre otras que bien conocemos quienes provenimos de allí. En comparación con los sectores más pobres de la sociedad, gozamos de privilegios de los que ellos están absolutamente privados, por lo cual un joven de extracción muy popular no accede a la educación, sea porque no tiene las condiciones para ello o porque no ha existido esa cultura en su familia como consecuencia de esas mismas privaciones históricas.