Conocí la obra de Gonzalo Arango hace 15 años cuando asalté la biblioteca de mi hermano Andrés. Yo vivía una temporada en el infierno, llevaba por título Fuego en el Altar. En ese libro, el poeta colombiano Gonzalo Arango, escribió, “la soledad más insufrible es la sociedad”.
El libro de “La salvaje esperanza” me salvó. Estaba cansado de todo, me iba a suicidar, fallé dos veces y en una de ellas, milagrosamente la madre de mí ahijado y sobrino Samuel, me rescató con una silla y su fuerza al sostener al cuerpo resignado en el que me había convertido, para que la cuerda que me sujetaba al techo no terminará el cometido.
Hace 42 años Gonzalo Arango nos dejó. De la nada y de repente. Se desprendió de la vida para estar en todas partes como lo había profetizado 10 años antes en un pasaje de su obra poética. A todxs nos cogió por sorpresa su muerte, incluso a él. Aquellxs que no habíamos nacido, nos toco, entonces, el azar de conocer al creador e intelectual ético y espiritual de Andes, Antioquia discípulo de Fernando González Ochoa, por el bello tesoro pedagógico que son los libros. En un aforismo de su cuaderno de notas un día o ¿una noche? Emil Cioran, escribió: “leer es la única forma de no perder el tiempo”, “solo escribo cuando tengo ganas de suicidarme”.
La humildad es el reino de Angelita, es su mayor riqueza y muestra de la redención de su amor por gonzalito, es la libertad que como verdad vive para siempre en el amor. El amor que es la verdadera revolución, aquello que me salvó y quizás a también a Angelita. Si el amor para Angelita se llama Gonzalo, mi amor se llama Martín ¿Cuál es el nombre del amor para ti hermanx? De seguro su nombre no ha de ser el de egoísmo. El día 20 de octubre a través de una conversación en Facebook, pusimos la cita, y nos encontramos el 8 de diciembre de 2018 con Angelita. Todo empezó de la siguiente manera y todavía no me explico por qué un día apareció su perfil de manera mágica en mi red social, desde la cual sin pensarlo le envié una solicitud de amistad.
Jairo Crispín:
-Hola Angelita, ¿crees que exista la posibilidad en el pluriverso para que nos podamos encontrar para hablar sobre Gonzalo?
-Angelita:
Te espero en Guatavita, café Guaavista, domingos ¿qué tal?
-Jairo Crispín:
Entonces, en quince días estaré allá con mi compañera, mi hijo y mi mamá.
-Angelita:
Muy buena ¡idea! Los espero.
-Jairo Crispín:
El texto que a continuación presento es tomado de manera literal y textual, así que no vayan a meter a la cárcel a quien escribe prosas para leer en la silla eléctrica. El texto no me pertenece ni su intención de remembrarlo es con un fin económico alguno, aunque debo contarles que hoy también estoy pelado. Por eso todo el texto esta dentro de comillas y en letra cursiva. No lo cite de manera APA porque me dio pereza.
Además, Angelita con una frase fue muy clara, e hilvanada en nuestra conversa, me dijo: “en Colombia todavía se puede comer y leer cosas naturales, qué pesar esos gringuitxs que hoy solo comen hamburguesas y gaseosas y leen mentiras fabricadas para su entretenimiento, por eso es importante la obra de Gonzalo, porque Gonzalo es un profeta colombiano” ando preparando el libro de mi vida, he decidido escribirlo, uno con ese cumulo de experiencias puede ayudar, porque leer es vivir y solo puede escribir aquel que ha vivido, yo personalmente conozco a un escritor petulante, que alardea como pavo real sus escritos, pero cuando uno habla con él pronto reconoce que es un personaje vacuo.
-Angelita:
“Para muchos, sigue siendo un misterio la transformación que tuvo Gonzalo Arango en la última etapa de su vida. Como testigo de primera mano, contaré lo que vi a cerca de ese cambio durante los siete hermosos años que viví al lado del Profeta. Se dice que el temido, rebelde y polémico fundador del nadaísmo se tornó místico, convirtiéndose en un manso cordero, en un amante de Cristo, que se deshizo de su movimiento, de sus seguidores, de sus libros, de su pasado y con su pelo al viento recorría feliz los campos de Colombia. Es cierto. Las veces que vi a Gonzalo reflexivo y le preguntaba en qué pensaba, siempre daba la misma respuesta: “Estoy pensando cómo ayudar el mundo de la manera más efectiva”. Soñaba con hacer su último y más trascendental libro que es el de las ‘MÁXIMAS DE GONZALO ARANGO, Oráculo del Profeta’ que fue publicado hace apenas dos años, en español e inglés, con dado incorporado, conmemorando los cuarenta años de su partida, luego de una minuciosa selección de las sentencias más apropiadas y sabias de su obra, la gran mayoría escogida de los libros, cartas y escritos inéditos de sus últimos años. Tomado del periódico de El Tiempo de este año es la apología que hace el antiguo nadaísta, Jotamario Arbeláez, en la solapa de la obra: “Este volumen azul (con su dado siempre a mano) es un manantial de pensamientos hermosos a manera de un oráculo. Con uno que se lea cada día, tiene el espíritu… una especie de I-Ching a nuestra medida”.
Resulta que en su primer manifiesto nadaísta, aun antes de conocer a los que serían sus discípulos durante los próximos catorce años, ya profetizaba la trascendencia del movimiento, escribiendo: “El Nadaísmo no es por lo tanto un sistema cerrado e incapaz de evolucionar hacia una cultura superior. Por el hecho de nacer, implica que empieza a revolucionar y a cumplir hasta donde sean posibles sus fines propuestos. Declinará cuando esos fines den nacimiento a una nueva cultura para después cerrar su ciclo NEGATIVO – POSITIVO. Luego de peregrinar por medio planeta en busca del amor, conocí a Gonzalo. Como tenía que ser, lo encontré en un lugar paradisíaco y supe inmediatamente que él era la persona que esperaba tan arduamente hallar. En ese momento de su vida el Poeta estaba en una encrucijada, confiando que algo trascendental ocurriera. Cuando aceptó la invitación a San Andrés Islas para participar como jurado en el primer Festival musical del Coco, andaba en pos de nuevos horizontes y vio la oportunidad como una puerta abierta. Sólo días antes, en la carta a un amigo, había confesado: Mi alma está vacía, sin objeto, un huérfano sin la carne, sin alas… Me arrastro y sobrevivo. Y algo sin nombre, pero un enemigo, conspira contra mí. No es pesimismo; es un otro peso absoluto y aplastante, casi una indiferencia ante la muerte. Yo mismo estoy asombrado de sentir esto, tan ajeno a mi optimismo trágico, a mi absurdo y feliz pasión por la vida… En Bogotá compartimos un apartamento lleno de flores y comenzamos una bella vida juntos. Una tarde, el Poeta regresó a casa preocupado. Al verlo así, le pregunté: “¿Qué es lo que pasa? Me respondió: “He tenido que sentarme toda la tarde haciendo antesala a un gerente esperando que me diera un aviso para financiar nuestra revista, Nadaísmo 70”. Al día siguiente apareció con un semblante radiante, y dijo: “Renuncio… no lo necesito. El inventico ya cumplió su ciclo.” En ese instante, no sólo abandonó la revista sino al movimiento también. Fue el cambio de la marea. “Soy, seré y siempre he sido fiel a mí mismo, el que se juega todo hasta la desesperación por una verdad, una esperanza, una certeza de vida verdadera”, afirmó. Si lo que haces te hace infeliz, haz lo contrario’. La reacción de la gente fue enérgica, algunos intentando convencerlo que se desistiera de semejante locura, mientras que otros le escupían en la cara por la calle en completo disgusto y decepción, llamándolo traidor y desertor. Con humildad y paciencia perdonaba a todos: ‘la verdadera santidad es la que acepta la ofensa como condición necesaria a la existencia del perdón’. Su situación se puede comparar con la de un pato sacudiéndose las plumas vigorosamente para deshacerse del agua. El profeta, sin mirar atrás, volteó la página y se enrumbó hacia un nuevo destino. Muy pocos podían entender de qué se trataba. Para él no había regreso posible. ¿Acaso san francisco de asís ha podido retornar a su libertinaje o a vender telas en el almacén de su padre después de su conversión, o san pablo volver a la masacre de cristianos luego de haber visto la luz? el poeta aseguró: ‘el último paso para llegar a la luz es saber que no se puede regresar a las tinieblas’. En seguida, quiso aislarse de la ciudad a un lugar tranquilo y campestre. En las afueras de villa de Leiva, un pueblo rodeado de monasterios y espiritualidad, encontramos un refugio, una casa colonial. Recogida entre montañas en una tierra de fósiles y dinosaurios, la aldea iba a ser nuestra pacífica retirada del mundo social. La calle aun destapada conducía a las montañas por donde tantas veces subíamos para admirar la belleza del paisaje en todo su esplendor. de igual manera solíamos andar por el inmenso desierto, Gonzalo con lápiz y papel en mano, apuntando lo que las musas le inspiraban para luego convertirlo en poemas. Reinaba el silencio en aquel lugar. en el patio de nuestra casa mi compañero pasaba largas horas meditando en un rincón, sentado sobre su piedra filosofal. Lejos de las vanidades de la fama, la ambición y el mundo del ego, declaró la guerra contra los vicios para que, a través de reconocer las imperfecciones con amor y sacrificio, una luz nueva brillara en el alma. El hombre nuevo no surge por decreto de estado. Tiene que nacer de cada uno. ¿Cómo? Haciendo sacrificios del ego, matando el hombre viejo que impide el renacimiento’. En otra carta explica: ‘me divorcié de la muerte justo a tiempo. La muerte era gloria y poder, ego y racionalismo. Mi vida era casi una tumba, un manicomio. Toda esa ilusión ha terminado. Ahora me balanceo como un ángel bajo la tempestad entre dos truenos y dos abismos. Ya no pertenezco al tiempo, ni al futuro ni al pasado, sino al momento eterno… he renunciado a la lucha por la vida que me estaba matando. La vida es para vivirla, no para luchar. El ave no pelea por su fruto y por su nido, por amor y por la hembra. Encuentra todo esto por el camino del vuelo. El hombre debería ser lo mismo y no pelear ni matarse para poder comer y trabajar. Eso es estúpido. Todo lo que tenemos que hacer es simplemente sembrar y cultivar, hacer cultura de las flores y semillas de las frutas, no cultura de racionalismo y fusiles. No he llegado ni he fracasado. Basaba mi vida en análisis mental; por eso casi no vivía. Me tropezaba. Ahora no pienso en vivir. Estoy realmente vivo; vivo de amor y de milagros…’‘de cada abismo parte un camino’. El poeta estaba en su elemento, liberado del intelecto que lo había tenido al borde de la desesperación: “no me cabe un libro más en la cabeza!” exclamó, “¡si sigo leyendo me voy a enloquecer!”. Se vestía con poncho y cotizas como los campesinos de la región, relacionándose con la gente más modesta, llevándoles mercado, conversando y compartiendo su tiempo con ellos. Deambulábamos en las cálidas noches por las calles del pueblo bajo la luz de los faroles alumbrando en cada puerta, para luego sentarnos en las escaleras del convento de las monjas carmelitas y escuchar sus cantos antes de que tomaran sus votos de silencio hasta el otro día.
‘amar las cosas puras y simples de la vida: contemplar una colina, una noche estrellada en el campo, compartir la amistad, amar el silencio’. Un día antes de partir, Gonzalo me dijo, “ya no escribo más porque la gente aún no ha entendido el mensaje. Pasarán por lo menos unos cuarenta años para que esto suceda”. El poeta irradiaba luz y felicidad porque había roto las cadenas que lo ataban, y ‘libre de todo y de sí mismo, voló al infinito.’
.Un día antes de partir, Gonzalo me dijo, “Ya no escribo más porque la gente aún no ha entendido el mensaje. Pasarán por lo menos unos cuarenta años para que esto suceda”.
Publicado: 19 de diciembre de 2018.
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Jairo Crispín. Estudio Lenguas Modernas en la Universidad Distrital y es Trabajador Social de la Universidad Nacional de Colombia, apasionado por la literatura, amigo de la casa Hekatombe. Jcrispin@unal.edu.co