Comunidades campesinas sin tierra de los departamentos del César y Magdalena, que integran La Comisión por la Vida Digna, la Tierra y los Territorios —organización que hace parte del Coordinador Nacional Agrario y del Congreso de los pueblos—, dirigieron al gobierno nacional una sentida carta luego de que este emitiera un comunicado, el pasado 30 de agosto, en el que señala de “invasores” a las poblaciones que ocupan y recuperan la tierra.
Con el comunicado, el gobierno nacional alude a procesos como los que adelantan estas comunidades del norte del país, así como al desarrollado por comunidades del pueblo Nasa y de otras poblaciones en el norte del Cauca, conocido como la “Liberación de la madre tierra”.
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A continuación compartimos la carta completa:
Carta Campesina al Gobierno del Cambio
Nosotras, nosotros, familias sin tierra del Cesar y el Magdalena somos hijos del movimiento campesino que renace tras el despojo y la muerte, esa que se adueñó de la región durante la violencia paramilitar. Somos la memoria viva de la lucha campesina por la tierra, por la dignidad, por la autonomía y el trabajo digno de quien, con sus propias manos, alimenta al mundo.
Somos hijos de la tierra, de las sabanas comunales cuya libertad alcanzamos a disfrutar en nuestra niñez y que sólo deberían limitarse por el eterno e inmenso azul de nuestro cielo. Somos hijas de los playones, ciénagas y humedales en cuyo ritmo aprendimos a vivir, cultivando, pescando, pastoreando, cuidando y amando. Somos hijos e hijas del bosque seco tropical, ese milagro de sombra y animales de monte que inspira nuestros versos de vallenato y tambora, acompañando nuestras jornadas de trabajo, de una generación a otra.
Somos sobrevivientes que aún guardan en su corazón el dolor innombrable, la tristeza sin fondo que se anuda en el pecho cada vez que nos asesinan impune y vilmente a un compañero, a un hermano de lucha, a un amigo del alma. Porque, han de saber ustedes, que en menos de un año nos han asesinado a cuatro compañeros voceros, líderes campesinos, defensores de la vida. Albert, Teo, Tafur, José… nuestros duelos no acaban de nombrarse cuando ya tenemos que enterrar a otro compañero, en medio de constantes amenazas directas contra la vida de nuestros voceros y comunidades campesinas.
¿Y quién los asesina? Pues la avaricia del capital, la sed insaciable de acumular tierras, la impunidad con la que los terratenientes, finqueros, palmicultores y ganaderos han amasado sus fortunas para que en las grandes ciudades les llamen “Doctores” y puedan tener a sus aliados en la política, en las alcaldías y hasta en el Congreso. Ellos, los verdaderos despojadores, los ladrones que han hecho del pillaje su forma de vida, y de la muerte por contrato sicarial, su sello distintivo.
Tenemos muy claro quiénes somos y a qué nos enfrentamos. Sabemos quién ha robado, quién ha invadido, quién ha irrespetado las leyes del país y los mandatos de la Naturaleza y no hemos sido nunca nosotros. Somos memoria, esperanza, libertad, alimento, vida para la vida misma. Somos todo eso y más, pero nunca invasores ni violentos.
Somos recuperadores de la tierra que desde hace años hemos liberado sabanas, playones, ciénagas y humedales en los predios conocidos como El Silencio, Matarredonda, Los Mangos y Berlín en Tamalameque, La Oficina en Chimichagua, Santa María en Astrea, Portrero Grande en Santa Ana y La Herradura en El Banco, Magdalena, y La Pola ubicada entre los municipios de Aguachica y Rio de Oro, Santander. Somos la resistencia de la vida que se agrupa en la Comisión del Cesar y el Magdalena, y que integra con alegría, tenacidad y capacidad de construcción de país el Coordinador Nacional Agrario y el Congreso de los Pueblos.
Sin nuestra lucha, esos predios que el Estado llama baldíos de la nación, pero que deja a merced de las mafias narcoparamilitares, estarían devastados. Serían el reino de la palma aceitera que roba toda fertilidad a la tierra y explota al campesino sin tierra convertido, a la fuerza, en jornalero sin derechos. Serían tierras de búfalos, utilizados como instrumentos del despojo y la muerte de ciénagas y humedales cuyos nombres se perderían en la memoria de nuestros viejos.
Con esa convicción en mente y ese amor por la tierra en el corazón, nosotros, campesinos de rula y sombrero, campesinas cuidadoras de la vida, recorrimos vereda a vereda, parcela a parcela haciendo pedagogía en las pasadas elecciones a favor del Gobierno del Cambio, movilizándonos, convenciendo al indeciso, informando al que ignoraba la realidad, argumentando que Colombia podía ser una Potencia Mundial de la Vida. Lo hicimos en territorios controlados por el paramilitarismo del Clan del Golfo, cercados por los intereses terratenientes y mafiosos y sabemos que fuimos decisivos en el triunfo electoral en este país.
Y a menos de un mes de haber celebrado con toda la alegría la posesión presidencial vemos, con amargo asombro, las recientes declaraciones de un Gobierno que asumimos como propio, realizando afirmaciones que estigmatizan la lucha por la tierra, que criminalizan en lugar de convocar al diálogo para trazar los caminos que nos conduzcan a la reforma rural integral y popular en la que hemos puesto nuestro trabajo, nuestra vida y nuestros muertos.
Al mismo tiempo, escuchamos al portavoz del gremio ganadero, José Felix Lafaurie, anunciando la creación de un grupo de ganaderos para el sur del Cesar que reaccionaría, con acciones disuasivas, cuando ellos consideren que se perturba la propiedad privada. Y además añade, con la arrogancia de quien se sabe intocable, que no pedirá permiso para hacerlo. La historia de nuestra región está llena de largas y dolorosas páginas sobre la gravedad de este tipo de acciones, en las que siempre y en todo lugar, las víctimas han sido nuestras; nuestros los muertos, nuestras las familias desplazadas una y otra vez.
¿Quiénes son aquí los que no están respetando la Constitución y la ley? ¿Quiénes son realmente los violentos, los invasores, los despojadores? ¿Eran violentas las mujeres afronortecaucanas que, junto con Francia Márquez, se tomaron las oficinas de la capital en el 2014 para proteger su territorio de la megaminería? ¿Eran violentas las 50 familias sin techo que fundaron el Barrio que hace homenaje a Bolívar en Zipaquirá cuando Gustavo Petro iniciaba su carrera política? Nosotros, nosotras, seguimos creyendo que no es así, y sabemos muy bien que el despojo es y se sostiene por la violencia, y esa no la ejercemos nosotros. Así que seguimos esperando que este Gobierno, el que nosotros ayudamos a elegir, sea diferente. Esperamos que acuda a nuestro llamado de diálogo en las instancias de interlocución que por años hemos impulsado y exigido para clarificar, deslindar y proteger las sabanas comunales, los playones, ciénagas y humedales de nuestra región, para restituir los baldíos de la nación que han sido apropiados irregularmente por los terratenientes.
Esperamos que el Gobierno no realice afirmaciones generalizantes y estigmatizantes que aumentan el riesgo en nuestros territorios, que no permita más intentos de desalojo en nuestros procesos de recuperación de tierras, que además de injustos son ilegales, pues no cumplen el debido proceso ni los términos de ley.
Esperamos que, en cambio, actúe y se pronuncie con firmeza ante las amenazas de muerte que recibimos día a día los liderazgos agrarios y campesinos de este país, que decididamente enfrente los intereses indebidos y mafiosos que existen sobre las tierras y territorios que cuidamos y que, en ninguna circunstancia de cálculo político, se preste para el despojo, la criminalización y la muerte.
Las tierras recuperadas en el Cesar y el Magdalena serán siempre un escenario para la paz y el vivir sabroso, en el que ustedes y nosotros creemos.
Comisión por la Vida Digna, la Tierra y los Territorios.