Con el último video de Carlos Vives y Silvestre Dangond, en una rumba en la que estaría lo más selecto y nauseabundo del jet set criollo, logramos apreciar que el oportunismo no es una práctica exclusiva de la rancia clase política nacional. A raíz de tan apoteósico encuentro, se encendió una fuerte polémica en redes debido a los versos vallenatos emitidos por el samario Carlos Vives, en un gran esfuerzo por quedar bien ante su selecta y goda audiencia costera. Tal composición pertenece a Armando Zabaleta, quien en uno de sus apartados expresa: “Al escritor García Márquez hay que hacerle saber bien, que uno la tierra donde nace es que debe querer, y no hacer como hizo él que su pueblo abandonó y está dejando caer la casa donde nació”. Esta anacrónica composición fue entonada por la desalentadora voz de Vives en tan magnánimo evento, y de la cual convendría puntualizar dos cosas:
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En primera instancia, y partiendo de lo obvio, la querella surge debido a la mención del escritor Gabriel García Márquez en la presentación del cantante. Una remembranza por demás absurda partiendo del simple hecho que, en ningún caso, un escritor e incluso artista, está en la responsabilidad ética y moral de reivindicar los derechos fundamentales de su ciudad natal, dicha eventualidad recae expresamente sobre los entes gubernamentales. La desfachatez de Carlos Vives, radica en el eco miserable que hace a la figura del escritor con el fin de empatizar con su vetusta recepción, desconociendo incluso, que nadie como García Márquez narró la costa colombiana, deslumbrando a millones de lectores con la radiografía de un territorio olvidado por sus gobiernos y sumido en la más cruel explotación. Arrogar qué bando ideológico amparar, si Vives o García Márquez, podría resultar algo nocivo para un territorio tan dividido como el colombiano, pero si es un despropósito que una figura pública como el cantante, consolide una postura ideológica con pretensiones serviles en su presentación, porque es completamente claro que el trasfondo de esta eventualidad, es mostrar que las comunidades y territorios abandonados por el Estado, son útiles a la derecha y no a aquellos escritores con tendencias de izquierda.
En este sentido, ¿qué sería del folklor colombiano sin el abandono del Estado? Gracias a esto es que artistas como Vives habitan holgadamente. La Tierra del Olvido, debe permanecer de ese modo. Cantantes de este talante, han ordeñado las manifestaciones culturales del país a su antojo. El rescate de las expresiones folklóricas vernáculas no es algo veleidoso. En un terruño como el nuestro, donde la caleidoscópica realidad cultural está a la vista, es la oportunidad perfecta de mercachifles como Carlos Vives. Visibilizar la tradición, el hambre, el abandono y las carencias, hace parte del entramado mercantil, en donde lo ideal es insertar lo más tradicional de nuestros pueblos en lo que Umberto Eco nominaría como los mass media. A saber, “Los mass media se dirigen a un público heterogéneo y se especifican según medidas de gusto, evitando soluciones originales / En tal sentido, al difundir por todo el globo una cultura de tipo homogéneo, destruyen las características culturales propias de cada grupo étnico” (Eco 56). En este proceso, lo menos importante es el reconocimiento de los habitantes olvidados por el Estado. Los mal llamados orgullos patrios como el artista en cuestión, se atribuyen floridamente una serie de rasgos nacionales que elevan casi hasta lo poético y mítico, con el simple interés de consolidar su marca personal y fundamentar ese concepto miserable del arte al servicio de la ideología.
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Esta última idea nos arroja al segundo aspecto, que, si bien podría pecar por subjetivo, nos plantea el cómo posiblemente la estética del arribismo y el mal gusto, ligada a la tradición cultural, es una realidad que la massificación ha arraigado en el territorio. La corrupción y el querer salir de pobre, son al parecer los mayores rasgos de la identidad colombiana. Proliferan en las producciones nacionales y tienen un eco innegable en los media. El colombiano que hace hasta lo imposible por subsistir donde se ha normalizado el jefe mezquino, el sueldo de miseria, las comunidades oprimidas y demás atropellos gubernamentales como lo más rico de nuestra cultura. El político delincuente, el delirio de dinero fácil, traquetismo y silicona porque la belleza femenina debe ir acompañada de la fuerza bruta y criminal. Y todo esto, acompasado del vallenato y el Old Parr. Reforzando lo dicho en palabras de Eco, “Los mass media se dirigen a un público que no tiene conciencia de sí mismo como grupo social caracterizado; el público, pues, no puede manifestar exigencia ante la cultura de masas, sino que debe sufrir sus proposiciones sin saber que las soporta” (Eco 57).
Lo que despliega el semiólogo italiano, ha sido la labor de los artistas utilitarios, tipo Carlos Vives. Exhibirse como exponentes de las expresiones estéticas de un país, cuando en realidad son el vocero servil de una clase feudal retardataria y NO del verdadero colombiano o colombiana. Aquel que ingenuamente escucha su música asumiendo que enaltece la identidad nacional, el que madruga a que le nieguen su tratamiento en la EPS, el joven que no encuentra cupo en la universidad pública y debe autoexplotarse, al que le han aumentado su jornada laboral por el mismo dinero quincenal y todos aquellos que SI fueron expuestos magistralmente por la pluma de García Márquez… “Los obreros de la compañía estaban hacinados en tambos miserables (…) los decrépitos abogados vestidos de negro (…) que entonces eran apoderados de la compañía bananera, desvirtuaban esos cargos con arbitrios que parecían cosa de magia. Cuando los trabajadores redactaban un pliego de peticiones unánime, pasó mucho tiempo sin que pudieran notificar oficialmente a la compañía bananera” (Márquez 124).
Referencias
Eco, Umberto (2006). Apocalípticos e Integrados. Editorial Tusquets, Barcelona
García Márquez, Gabriel (2003). Cien Años de Soledad. Editorial De Bolsillo, México